Madrid, como París, tiene sus 'flâneurs', sus paseantes. Esos escritores que tanto patearon la ciudad dejando con cada paso un retazo de verdad a través de la Literatura. En una de las ciudades más literarias del mundo, léase esta urbe, Pío Baroja y Nessi hizo buena la máxima del Tenorio de subir a los palacios y bajar a las cabañas. Sobre todo bajar a las cabañas al otro lado del Manzanares. Su vida, mitificada y mixtificada, fue Madrid. Aunque también, menos, fue el San Sebastián de su nacimiento y el relato de la tierra vasca. En el 150 aniversario de su nacimiento que la ciudad va a conmemorar este otoño, es de recibo, antes de los fastos, un recorrido por la parte de ese Madrid que existe y no existe. Un Madrid más pegado a su biografía que a su literatura, siquiera sea porque en los sures de la capital, donde las lavanderas y los golfillos que tanto relató como signo de desigualdad social en la trilogía de 'La lucha por la vida', hace siglo y pico que desaparecieron. («La corte es ciudad de contrastes; presenta luz fuerte al lado de sombra oscura; vida refinada, casi europea en el centro. Vida africana, de aduar, en los suburbios»). Arriba el Instituto de San Isidro, donde cursó el autor el Bachillerato. Debajo a la izquierda, antigua Facultad de Medicina en la calle de Atocha, 106. A la derecha, una foto histórica del 'club de la boina', junto al busto de Baroja, con Cela en primer plano. I. PERMUY y Á. GARCÍA PELAYO En palabras del especialista Antonio Castellote, «a Baroja, que se movía por el gran mundo madrileño, lo que le interesaba era narrar Madrid como lo hubiera visto Dostoyevski». Quizá porque «no sea lo mismo el Madrid de Baroja que el Madrid 'barojiano' de sus paseos» de estudiante observador. La ciudad deja de ser motivo central del escritor, advierte Castellote, «en 1912» con la excepción de dos novelas 'Las noches del Buen Retiro («una especie de Madrid proustiano») y 'La sensualidad pervertida'. Antes, paseos y mucho detallismo por los barrio de Las Injurias y Las Carboneras, hoy desaparecidos en su época de estudiante. Código Desktop Imagen para móvil, amp y app Código móvil Código AMP 1900 Código APP Un recorrido barojiano en el Madrid de hoy ha de empezar, necesariamente, por la Cuesta de Moyano al lado del Buen Retiro, por donde «cruzaban damas elegantes y señores bien vestidos. Se lucía, se coqueteaba, se piropeaba y se cambiaban miradas ardientes entre unas y otros». Y hay que acariciar la piedra del basamento que sostiene a la estatua que erigiera Collaut-Valera como homenaje del pueblo de Madrid. Ese pueblo que según la directora de Soy de la Cuesta, Lara Fernández, debe reivindicar a Baroja y hacerlo «trending topic» . Y es que Baroja peregrinó en varios domicilios por la capital. Bibliógrafo paseante Viendo libros al sol, con Baroja dando sin dar la espalda a su Retiro, desfilan con prisa Laura y Hodei, pareja, que «por supuesto que conocen a Baroja» pero que en la mañana septembrina, con calor y prisa, tampoco estaban para dar una conferencia sobre el escritor donostiarra/madrileño. «Estamos espesos», confesaron. Aunque el recorrido debía seguir por las librerías de Moyano con ediciones de Austral que aguantan esa lucha por la vida que es un libro antiguo. Uno de ésos de cuando se editaba en buen papel. Y en esa Cuesta, o las librerías de Huertas, había que imaginar (según algunos) a Don Pío, atento a las novedades y a lo antiguo, con un abrigo de varios años y un pie más cansado que otro de pisar esta ciudad que amó con crítica, al contrario de Galdós, donde la miseria se perdonaba porque él «se nació en Madrid». «Madrid se ha desquiciado, y los que vengan más tarde verán el carácter que vaya tomando» Pío Baroja La peripecia vital de nuestro autor, aparte sus apuntes y sus ideas, hay que entenderla en su vida madrileña. De la cual, en una modernidad acelerada y mal entendida, escribiría en sus memorias que «Madrid se ha desquiciado, y los que vengan más tarde verán el carácter que vaya tomando, que nosotros hoy no podemos suponer con exactitud». El recorrido continua, claro, en esas calles que hay entre el Museo del Prado y la Real Academia, de la que fue miembro no merecido según propia confesión. En la cercana calle Ruiz de Alarcón, en el número 12, una placa en relieve reza que allí, en lo que llaman Edificio Baroja, «vivió (...) hasta su muerte en 1956». Y después de una vida larga y después de un viático 'sui generis' que ya se contará. Sorprende que a diez pasos esté esa panadería y cafetería, Viena Capellanes, de cuya primera sede llegaría a ser gerente por motivos familiares y donde españoles de otras tierras cafetean entre una Olivetti de las antiguas y una Singer. El oficio barojiano, en suma, que es teclear y coser y meterse en «todos los mundos posibles» para Eslava Galán. Y Baroja vio una ciudad descosida, la de los contrastes, la de los traperos que describe desde las alturas de Las Vistillas, allí donde esos mismos traperos «extendían el contenido de sus sacos en el suelo». Y mientras él contemplaba «los muros de La Almudena». El detalle de Hemingway En el mapa que acompaña el texto cifrado por el Ayuntamiento de Madrid, que según su delegada de Cultura, Andrea Levy, prepara un año Baroja para crear con sus lecturas «una cartografía física y sentimental de la época», quedan reflejados los espacios de su historia personal. Se desfila donde cursó el Bachillerato, en el Instituto de San Isidro, contiguo a la basílica homónima y que en su patio tiene algo de universidad salmantina y que Baroja fotografió en 'El árbol de la Ciencia'. Cerrado por unas cristaleras y custodiado relajadamente por unas profesoras que fuman en la puerta. Se dice que 'uno es de donde cursa el Bachiller', y allí se guarda una memoria no muy famoseada del autor a la que seguro ayudarán los fastos de su recuerdo. Hemingway visita a Baroja en su lecho de muerte BASABE No está muy lejos el 106 de la calle de Atocha, antigua Facultad de Medicina y hoy sede del Instituto Nacional de la Administración Pública, entre funcionarios sin prisa que quizá sean familiares de esos profesores que le enseñaron la Ciencia Médica a Baroja y con los que tanto polemizó. Su sobrino nieto, Pío Caro-Baroja , lo tiene claro: «Al no ser un escritor de cartón piedra, sino incisivo, le iba tan bien Madrid porque tiene ese atributo de espontaneidad». Tan espontánea como la visita de Hemingway en su lecho de muerte, donde el americano le dejó bajo la cama una botella de whisky en homenaje al maestro. Corría 1956. Cela portó su féretro en el cementerio civil.
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