El punto más bajo de la capital amaneció este jueves convertido en un barrizal. Antes, de madrugada, el asfalto se transformó en un río caudaloso y el ramal de la M-30 hacia Pirámides y la A-5 mutó de carretera a balsa de agua. El reloj marcaba las 2.20 horas cuando una tubería del Canal de Isabel II reventó en la confluencia de la calle de Antonio Leyva con la glorieta del Marqués de Vadillo . De ella emanaron hasta seis millones de litros, que corrieron calzada abajo hasta anegar locales comerciales, portales de viviendas, restaurantes, túneles y aparcamientos subterráneos. La zona, entre los barrios de Comillas y de Opañel, en el distrito de Carabanchel, fue una ratonera de agua y lodo que bomberos, operarios de Selur y técnicos del Canal se esforzaban en despejar, con la ayuda de la Policía Municipal regulando el tráfico. El mono de trabajo se lo enfundaron también camareros, dependientas e incluso profesores que, cargados con fregonas y todo utensilio que pudiesen llevarse a la mano, echaban el agua marrón y densa que había entrado en sus establecimientos a la vía pública. La cabeza la tenían, sobre todo, en el hoy, un día de cuantificación de daños en mercancías y económicos. «El barro ha destrozado todo. Es un desastre y calculamos muchas pérdidas . Hay prendas sucias, ropa que se nota que ha estado mojada y se ha secado porque ha pasado mucho tiempo...«, dice, horas después del siniestro, Natalia, empleada de un bazar chino de la calle de Antonio López. Afectados por el socavón Un hombre intenta quitar su coche de un aparcamiento inundado, mientras una trabajadora de un local de estética limpia el agua del establecimiento Isabel Permuy Natalia señala las pequeñas cestas con calcetines, gorros y ropa interior que se suceden por el suelo. Ninguno de esos productos podrán ponerlos a la venta de nuevo. El barro se ha secado ya, pero la tarima resbala y la inseguridad e incertidumbre no paran de crecer. «Nos dicen que esperemos al seguro, pero no sabemos qué hacer, a saber cuándo vienen», añade con resignación. En el local contiguo los sentimientos se repiten. El suelo será su principal quebradero de cabeza. El parqué cubre la parte inferior del restaurante Melgar, donde una de las trabajadores se esfuerza en achicar agua del comedor. Andrés no atiende a clientes ni prepara las mesas del menú del día. «A las 3.30 de la mañana, el portero del edificio nos avisó de la rotura de la tubería . Vinimos inmediatamente para hacer fotos y vídeos para el seguro. Los bomberos ya estaban trabajando«, cuenta el camarero, con el temor de que el suelo se levante tras el contacto con el agua. Su jefe, Toni, añade otra pesadumbre: neveras y electrodomésticos cuyos bajos y motores se han mojado y no sabe si funcionarán. No se atreven a enchufarlos ni a marcar una fecha en la que volver a abrir al público. Mientras los comerciantes y empresarios se lamentan, en la calle las sirenas no paran de sonar. Agentes municipales regulan el tráfico , un cenentar de bomberos siguen evacuando agua y trabajadores de Selur se esfuerzan por quitar el barro de la calzada con excavadoras. Seis millones de litros lanzados por una tubería de 500 milímetros de diámetro no es tarea sencilla de solucionar. Y, menos, cuando el agua que contiene es clorada y no se puede echar al Manzanares. La peor parte, tal vez, se la llevaron los propietarios de los vehículos que tenían sus coches guardados en un aparcamiento en el número 15 de la calle de Antonio López. Centenares de coches atrapados, puede que siniestrados al entrar el agua en contacto con los motores. Allí, el gerente espera el expediente del Canal de Isabel II para interponer las reclamaciones pertinentes, sin atreverse a decir el número de los que no tendrán arreglo. Tal vez para que esa cifra no se materialice. Guillermo, propietario de un Seat Toledo, está desubicado, esperando información «de la Policía, de la gerencia del garaje, del Canal, de quien sea». No le salen, por tristeza, las palabras. Rotura fortuita A solo unos metros de distancia del garaje, en el túnel que lleva a Pirámides y a la A-5 , los bomberos y trabajadores de Calle 30 se afanan en quitar agua. A la una de la tarde de este jueves todavía había más de cien metros de calzada inundados, con hasta dos metros y medio de líquido sobre ellos. En total, 1.000 metros cúbicos en el carril central y 3.000 en el cambio de sentido. Este será el último tramo en reabrirse, con previsión de que lo haga esta mañana; además de la calle de Antonio Leyva, donde el asfalto levantado por la rotura –«fortuita», según el Canal de Isabel II– hace imposible el tránsito, sin fecha conocida para su reapertura. Afortunadamente, la tubería reventó en un momento en el que ningún coche cruzaba la calzada. El siniestro tendría, entonces, otras dimensiones. Tardó dos horas en conseguir que dejase de soltar agua. «Menos mal que no cogió a ningún conductor. Habría muerto cualquiera», celebra Víctor, vecino de Acacias mientras mira el socavón. Tampoco causó daños estructurales en los edificios de Antonio Leyva, Antonio López y General Ricardos, las vías más perjudicadas. Noticia Relacionada estandar No Afectados por la inundación tras la rotura de una tubería en la M-30: «Esperamos al seguro porque no sabemos qué hacer. Es un desastre» Carlota Barcala Colegios, comercios, edificios, trasteros y garajes han sufrido las consecuencias del agua tras la avería que se ha producido esta madrugada «El Canal trabaja para minimizar este tipo de riesgos , la circunstancia específica es que se produce una inundación porque Calle 30 es el punto más bajo de la ciudad«, explicó el delegado de Medio Ambiente y Movilidad, Borja Carabante. Ahora, queda por saber qué provocó la explosión, y también la cuantificación de ese 'reventón' económico que el siniestro ha causado a todos los comerciantes del barrio de Carabanchel.
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jueves, 15 de septiembre de 2022
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