lunes, 5 de septiembre de 2022

35 años del incendio mortal de Almacenes Arias: «Nunca sabes las trampas que esconde un edificio en llamas»

Una espesa columna de humo tiñó de negro el cielo de Madrid. Visible desde casi todos los puntos de la ciudad, emanaba desde los números 29 y 31 de la calle de la Montera, que terminarían devorados por una bestia infernal en forma de llamarada. Era 4 de septiembre de 1987 y, como todas las tragedias, surgió a una hora exacta, tatuada en la memoria de todos los que lucharon en ella: las 19.45. Fue el momento en que esa bestia cometió su primera embestida, con la declaración del incendio en una caja de ropa de la tercera planta de los transitados Almacenes Arias , el gigante de los saldos. El segundo ataque –y el peor– llegó ocho horas más tarde, cuando el inmueble se derrumbó, atrapando bajo toneladas de escombros a una decena de bomberos . Treinta y cinco años después, el mortal siniestro permanece inalterable en todos los que sufrieron la extinción: profesionales y familiares de los que perdieron su vida para salvar las de los demás. «Un metro más y estarían todos con vida. Son las trampas que los edificios tienen para nosotros y nunca sabes las que esconde uno en llamas», resume Rafael Ferrándiz , actual jefe de Bomberos del Ayuntamiento de Madrid y, por entonces, oficial. No le tocaba guardia esa noche pero, como tantos otros, se apuntó voluntario acudiendo directamente a Montera. Llegó a la 1.30 de la madrugada, poco más de una hora antes de que la grande superficie textil se redujese a un amasijo de hierros. «El incendio ya estaba controlado , pero existía un riesgo grave todavía. Los dos jefes de guardia, al ver que la estructura estaba dañada, recogieron a toda la gente y la sacaron por las escaleras mecánicas , las únicas que se podían usar porque las otras estaban llenas de material«, cuenta Ferrándiz, como si fuese ayer. Hay sucesos que ni el tiempo puede borrar. Lograron evacuar a los clientes y trabajadores de Arias: 65 empleados de más del centenar de la plantilla. Acto de homenaje a las víctimas En la plaza de la Villa se recordó, este lunes, a los bomberos fallecidos con la presencia de familiares y el actual jefe del Cuerpo, Rafael Ferrándiz, que por entonces era oficial Ignacio Gil Poco después, las vigas cedieron, llevándose con ellas cinco de las ocho planta de la edificación, que se desplomaron sobre los diez bomberos que continuaban en el interior. «Todos estaban en las zonas de las escaleras. En las 30 primeras horas, rescatamos a los dos jefes de guardia , que estaban más arriba porque iban a ser los últimos en salir. Los demás, estaban en fila, agrupados, casi a punto de haber conseguido cruzar la salida«, dice el ahora responsable del Cuerpo. Tardaron cuatro días en ejecutar la tarea de desescombrado y, con ella, la de recogida de cadáveres. Ferrándiz rechaza que la fecha de aniversario se convierta en una jornada triste y prefiere hablar de «la alegría» que caracterizaba a sus compañeros. «Son hombres que entregaron su vida por los demás. El bombero ama tanto la vida que no pone en duda arriesgarla por los otros», afirma. Rosas rojas Hace 35 años, la plaza de la Villa se convirtió en la capilla ardiente de los fallecidos y ayer fue, un año más, el punto elegido para celebrar el homenaje en su recuerdo. Representantes de los trece parques de la ciudad depositaron ramos con diez rosas rojas cada uno que después entregaron a los familiares de las víctimas. No faltó el minuto de silencio ni el poema 'Para vivir en la eternidad', escrito por Emeterio García Navarrete , bombero jubilado que participó en los trabajos. En los versos habla de esa «bestia» que aprisionó a sus diez compañeros en las «asesinas paredes» de los almacenes, que terminarían desapareciendo una década después. Era su séptimo año de servicio y estaba de guardia en el Parque 5 cuando la alarma sonó. Los primeros bomberos tardaron solo cuatro minutos en llegar al enclave. «Atacamos el fuego desde la plaza del Carmen, luego desde el hotel Montesol. El fuego podría propagarse por el centro de Madrid y había que acotarlo«. Lo consiguieron, a pesar de la virulencia. Naverrete recibió la orden de su jefe para acudir al sótano, una zona en la que todavía no había entrado ningún compañero. «El cabo Madueño había estudiado arquitectura y se dio cuenta de que las vigas maestras y los soportes estaban torcidos, y que la estructura podía ceder«, explica. Salieron a comunicar esa novedad y, de nuevo, otra orden recibida, salvó su vida. »Madueño me dijo que me quedase descansando un rato, pero él entró a sacar a gente. La gente salió, pero ellos no lo consiguieron«, añade. El estruendo que hizo el inmueble al chocar contra el suelo puede oírlo como si acabase de suceder. «Fue muy seco». Al entrar, ya vieron el cielo sobre las crujías hundidas. La noticia Tampoco lo olvidan las otras víctimas de la tragedia: las familias. Estefanía González y Antonia Rueda asistieron al homenaje en primera fila, con la imagen de Ángel González Soto, su padre y marido, respectivamente, en la mente. A su lado, Pilar Gómez pensaba en Amando Juárez, su marido. Son dos de los fallecidos. Estefanía solo tenía 9 años, pero el día ha quedado encallado en su mente. «Mi hermano y yo pusimos la radio y dieron los nombres de los desaparecidos «, cuenta ahora. Su madre había quedado con él para hacer la compra en Canillejas, pero nunca apareció. Cuando llegó a su casa, ya estaba la Policía Municipal . «Recuerdo que siempre entraba en casa con el radiocasete del coche, la antena, una barra de pan y el periódico, y nos contaba historias del trabajo», dice. Ángel, de por entonces 33 años, decidió dejarle un regalo a su hija, sin saber que iba a morir ni que sería el último: una botella de whisky para cuando se casara. Hace cuatro años, Estefanía pudo abrirla. MÁS INFORMACIÓN Incendio en los Almacenes Arias: 30 años de la tragedia Héroes en la trinchera de Emergencias: «Hay experiencias que prefieres olvidar, pero seguiremos ayudando» Pilar y Amando llevaban ocho años juntos cuando el fuego los separó. Que el incendio estuviese activo fue lo primero que pensó cuando despertó aquella mañana y no lo vio. Horas después, se presentó en Montera ante la falta de noticias y, sentada en la acera, descubrió la fatalidad. Los ojos de las tres se empañan con lágrimas cuando hablan de sus historias. Es su homenaje particular, en un día señalado. El mismo que hace 35 años tuvieron que decirles adiós.

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