
Cuando la bocina decretó el final del partido contra Egipto, Raúl Entrerríos (Gijón, 1981) cambió oficialmente de vida. El capitán de España había aguantado hasta Tokio con la intención de cerrar con un oro olímpico una carrera mayúscula, pero Dinamarca le condenó a luchar por el tercer puesto contra una selección africana belicosa y respondona. En un giro soñado del destino, suyo fue el gol que sentenció el partido, ratificó la victoria de la selección (33-31) y le otorgó una medalla de bronce que le sabe muy dulce. Sus compañeros lo cogieron en andas, lo mantearon, lo llenaron de abrazos y palabras cariñosas. Así, entre lágrimas de felicidad, concluye la vida deportiva de un hombre cuyo palmarés no cabe en...
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