Hay hombres sin cuya ciudad vital no se entiende una producción. Creadores a los que un espacio urbano determinado condiciona -o al menos sitúa- una mirada y una forma u otra de entender el mundo. Fernando Fernán-Gómez vio la dudosa luz primera un día de presunta garúa (niebla) en Lima. Y más tarde, la primera luz burocrática en Buenos Aires. No hay recuerdos, pues, de esas dos ciudades, de donde llegó a Madrid para iniciar una relación con la capital que sería fructífera sin que nuestro protagonista tuviera que hacer alarde del madrileñismo de otros. Como recordó brillantemente el viernes en estas páginas Julio Bravo, fue su abuela materna quien trajo a España a Fernando; primero «en pensiones o casas... Ver Más
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