
Las protestas de las últimas semanas contra el Gobierno, que comenzaron en Madrid y se han extendido a distintas ciudades de España, han sorprendido a la izquierda radical con su referente -Podemos- en el Gobierno, que era el partido que dinamizaba las movilizaciones en las calles. La formación de Pablo Iglesias ya no puede liderar ese movimiento desde el momento en que ha entrado en el Gobierno y ahora el ala más dura de la extrema izquierda y de los antisistema se prepara para tomar el relevo. El vicepresidente segundo del Gobierno sabe que tiene una gestión complicada de la situación: es consciente de que será acusado de haberse aburguesado por su ansia de «pisar moqueta» -hace unos meses ya vivió un escrache en la Facultad de Ciencias Políticas, donde dio clase-, e intenta no perder del todo la iniciativa lanzando guiños a sus antiguos compañeros, como las advertencias de escraches contra los líderes de la oposición. Los análisis de los servicios de Información sitúan a la vuelta del verano el momento más delicado en lo que se refiere a la tensión en las calles, si bien en junio se podrían producir los primeros escarceos. «Lo normal es que julio y agosto sean unos meses de impasse y que a mediados de septiembre la crispación aumente», dicen las fuentes consultadas por ABC. Otoño complicado Es, por tanto, el otoño la etapa crítica en la evolución de los acontecimientos: «Para entonces muchos ERTE habrán decaído y llegará el momento de los ERE, o simplemente de los cierres de negocios que no puedan mantenerse. Eso generará dos tipos de conflictividad, que pueden llegar a confluir: la primera, estrictamente laboral que no tiene por qué suponer grandes problemas en la medida que son los sindicatos quienes liderarán las protestas; pero habrá una segunda, más social, en la que los jóvenes serán los que estén en la vanguardia, movidos por la falta de un horizonte vital», explican las mismas fuentes. Precisamente, «ese movimiento juvenil de protesta es el caldo de cultivo perfecto para su colonización por parte de los grupos de la izquierda más radical y de los antisistema, que se preparan para dar la batalla en las calles y que están dispuestos a provocar algaradas. Si a eso se le suma la conflictividad laboral, la situación puede ser potencialmente explosiva». Difícil equidistancia En ese escenario, la situación de Podemos será muy delicada: no podrá abanderar el descontento -ya son parte del sistema con todas sus consecuencias, al estar en el Gobierno-, pero tampoco dar la espalda a buena parte de su base social. Intentará lanzar mensajes de comprensión, hará gestos, pero no será protagonista, sino blanco de las protestas. Su desgaste, según distintas fuentes, será importante. Ya se ha vivido algo de todo esto. Pablo Iglesias sabe que estos días está perdiendo la batalla de las calles y es consciente, por experiencia propia, que este tipo de movimientos se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban. Tampoco quiere perder su perfil institucional, y por eso, aunque suave en las formas, deslizó el martes veladas amenazas de escrache en una entrevista televisiva. Ese tipo de gestos son lo máximo a lo que puede llegar y no tiene claro que funcionen. De momento, sí consiguió reactivar a las asociaciones agrupadas en la Coordinadora 25S, convocante de los famosos «Rodea el Congreso», que se concentraron frente a la Cámara Baja para protestar porque el Gobierno «sólo» permite manifestaciones de «extrema derecha». Su perfil, no obstante, fue muy bajo, nada que ver con lo que sucedía cuando gobernaba el PP. De hecho, desconvocó la concentración prevista para las 12.30 por no estar autorizada. Más tensión hubo el martes por la noche en Alcorcón (Madrid) donde antisistema y quienes protestaban contra el Gobierno se enzarzaron en disputas verbales que no pasaron a más por la actuación de la Policía, que teme que ahora los primeros se dediquen a intentar reventar las convocatorias de los segundos. Hubo unos pocos que lanzaron consignas contra el Rey, objetivo permanente de los radicales por encarnar el «Régimen del 78». «La izquierda radical está sorprendida -explican las fuentes consultadas por ABC-; han comprobado que las redes sociales ya no son solo cosa suya y que la derecha también sabe movilizar a sus adeptos. Hace solo unos meses ni siquiera se lo hubieran imaginado. Y no les gusta, claro». Redes sociales Interior también es consciente de que las redes sociales pueden ser el catalizador perfecto de las quejas y el punto que aglutine el descontento social, de ahí que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad centren parte de sus esfuerzos en vigilarlas. No en vano, una de las grandes polémicas de la crisis se gestó en torno a ese control cuando hace un mes el general José Manuel Santiago desveló en una de las comparencias diarias en Moncloa que en la lucha contra los bulos se trabajaba en dos direcciones: «Por un lado, evitar el estrés social que producen estos bulos, y por otro, minimizar el clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno». Desde que empezaron las caceroladas, Policía Nacional y Guardia Civil han dado instrucciones a sus agentes para que se intente identificar a los promotores de las protestas con el fin de determinar si se trata de concentraciones espontáneas como ocurrió los primeros días en la calle Núñez de Balboa o, por el contrario, se trata de convocatorias planificadas e ilegales. Fuentes de ambos Cuerpos admiten que la orden existe, en el caso de la Policía Nacional al parecer solo verbal, y defienden que es una herramienta de investigación normal, que se utiliza habitualmente. «Nada de órdenes ilegales, sino ajustadas a nuestro trabajo. Lo que se intenta es obtener información de las convocatorias de orden público a través de redes sociales, fuentes abiertas o no y todo lo que legalmente esté a nuestro alcance para una planificación lógica», explica un mando de Información. «Tenemos que cubrir esas manifestaciones. Eso es planificación en seguridad». E ironiza. «Es paradójico, parece que los fascistas que invadimos Cataluña hace unos meses, ahora nos hemos vuelto comunistas. Ni una cosa ni otra. Intentamos garantizar los derechos de todos. Que cada uno se exprese como quiera dentro de los márgenes legales y luego urnas y listo». Hasta ahora no se ha encontrado organización alguna detrás de las protestas y su extensión se debe, sobre todo, a un «efecto» imitación.
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