lunes, 29 de junio de 2020

IA o el dios de las pequeñas cosas

Guiñar un ojo. Le explicaban en aquella película al robot que era un signo de confianza. «Un gesto humano, no lo entenderías». Asentía ante aquello aquel androide de pantalla que daba vida a uno de los personajes que crease Isaac Asimov. Durante años, cuando imaginamos el futuro, lo hacemos pensando en relaciones con robots, en humanizar cualquier gesto arquetípico que pertenezca a la inteligencia artificial, pero la realidad, cuando llega, se empeña en demostrarnos que el hombre no persigue crear algo que se le parezca, sino que le facilite el mundo. En ese sentido somos más egoístas que los creadores de casi cualquier religión. Pensamos en la Inteligencia Artificial como algo que administre lo que primero recopilamos mediante el Big Data. Son dos conceptos ligados al clúster que el Ayuntamiento de Madrid presenta, desde el área delegada que tengo el honor de dirigir, y que irán también íntimamente relacionados con todos nosotros. La recopilación de datos, su agregación por contenidos y necesidades, su capacidad para predecir movimientos, mostrar pautas… Todo eso hace del Big Data algo imprescindible para casi cualquier empresa hoy en día, aunque hace unos días ni siquiera conociese su existencia. Los datos, bien aplicados, bien entendidos, ordenados de esta o aquella manera, permiten comprender los problemas que se plantean para muchas compañías que se encuentran estancadas. Sirven para crear un modelo de predicción o para establecer si se han cumplido unos objetivos pero, más importante que todo eso, o quizás por todo eso, tienen un valor. Un viejo amigo solía decir que, si algo era gratis, tú eras el pago, y en cierto modo es lo que ocurre en numerosos casos con el Big Data, con la cesión de datos propios a terceros. Hace tiempo que la Administración tenía que haber llegado a la conclusión, como garante de la igualdad de oportunidades, de que el almacenaje de datos para mejorar las opciones de empleo, la respuesta de los servicios municipales y tantas cuestiones internas, era un paso necesario. Pero debíamos ir un paso más allá todavía para no quedarnos atrás. Confiar (permítanme la expresión) en un dios para las pequeñas cosas, en alguien (o algo, en este caso) capaz de administrar esos datos, de procesarlos para lograr las distintas opciones deseadas. Combinar los algoritmos con el propósito de crear una máquina capaz de guiñarnos un ojo, de dotarnos de la confianza que los datos sencillos no pueden darnos. La creación del clúster de IA era absolutamente necesaria, y aunque lo ponemos en marcha antes que nadie, aún podríamos pensar que es tarde mirando al sector privado, donde distintas inteligencias artificiales están presentes para reconocer nuestros rostros en un teléfono móvil, proveernos de música, conectar los aparatos de nuestras casas o realizar nuestras compras. Se trata ahora de ir un paso más allá. Dotar a esas inteligencias artificiales de datos que les permitan darnos soluciones en educación, sanidad, transporte… Soluciones innovadoras que nos permitan optimizar nuestros recursos, adelgazar nuestras administraciones y ofrecer a los ciudadanos una mayor calidad de vida. Un guiño desde el Ayuntamiento para situar a Madrid en la vanguardia de la innovación. Un gesto humano, para que nos entendamos.

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