sábado, 4 de abril de 2020

Y la vida también se abre paso

«Miedo. Mucho miedo». Es la expresión con la que Diego Escribano y Fabiola Ponderoso describen su experiencia y sensaciones. «Jamás», ni en sus peores pesadillas, imaginaron que el llamado a ser uno de los momentos más felices de su vida, ver la cara de Iria, su primera hija , llegase en mitad de una pandemia, con la población de medio mundo recluida en sus casas y en un hospital, el de Segovia, que no da más de sí para seguir recibiendo pacientes, todos con un denominador común: coronavirus. Cual película de ciencia ficción, pero hecha realidad. Con sus «héroes» y su «refugio»: todos los sanitarios que les atendieron «con mucho cariño» los cuatro días de ingreso e intentaron que olvidaran lo que había a su alrededor y el área de Maternidad, «blindada» a accesos externos y a que el temido Covid-19 se pudiese colar. Una semana después de dejar el complejo hospitalario, el temor se nota todavía en su voz al otro lado del teléfono. Esta joven pareja segoviana debuta en la experiencia de ser padres en la soledad del confinamiento de su hogar. Sin visitas, sin salir a la calle y sin volver a pisar por ahora el hospital. Antes de salir recibieron pautas «muy claras» de lo que tenían que hacer: controlar el peso, la temperatura... «En cierta manera, somos los médicos», señala Fabi, con Iria «todo el día pegada a la ventana, como un geranio, para que le dé la luz», explica intentando quitar algo de hierro a una situación y nuevo estado al que se van haciendo «poco a poco». En la atención recibida en el hospital, «ningún tipo de queja», además de un agradecimiento extraordinario a Beatriz, la matrona, «que se portó de 10 y nos trató genial», recuerda Diego de esos días en un «hospital petado» en el que se palpaba el «miedo». Y eso que ellos no tuvieron contacto con la zona de infectados. Sabían que desde que entraban, no podrían volver a salir hasta recibir el alta. Así que llegaron con el «petate» lleno con ropa para los tres y hasta comida para el padre, pues la cafetería está cerrada y ahora ocupada por camas hospitalarias. Al menos también él pudo asistir al alumbramiento. Hasta en eso había «dudas». «Tenía también mucho miedo porque no sabía si Diego iba a poder estar», recuerda Fabi, que a las últimas pruebas y consultas ya tuvo que acudir sola. Una vez dentro, en habituación individual por parturienta, mascarilla y guantes para cualquier movimiento, incluido el paritorio, donde el 24 de marzo Diego y Fabi recibieron a su hija con mascarilla. Un parto «largo» e inducido, como muchos, recuerda la madre, y en el que «médicos y enfermeras hicieron todo el trabajo por mí». «Debe ser que los niños no se atrevían a salir» en un estado de alarma en el que en Segovia se extendieron los «bulos» de hasta dónde debían acudir las parturientas. «No sabía ni dónde tenía que ir a dar a luz. Llamabas y nadie te cogía el teléfono...». Sin visitas Ya en casa, «afortunadamente, tenemos de todo». Fabi hizo un gran «nido» y antes de decretarse el confinamiento ya había ido comprando más que lo necesario. Y eso que desde febrero lleva su particular «confinamiento» y apenas ha salido de casa. Primero guardando reposo, y cuando le Covid-19 comenzó a extenderse, para evitar un posible contagio. Hasta Diego dejó de trabajar dos semanas antes con cargo a sus vacaciones y evitar contactos con otras personas. Ahora, tampoco los tienen, y frente a las ventajas de que «nadie molesta», también la sensación «un poco frustrante» de que la familia aún no conoce a Iria más que por las constantes videollamadas.

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