No fue una negociación fácil ni rápida. La economía española estaba atravesando una situación dramática y la Transición se hallaba en una encrucijada. Pero al final todas las fuerzas políticas se pusieron de acuerdo. Los Pactos de La Moncloa se firmaron el 25 de octubre de 1977, cuatro meses después de las primeras elecciones generales democráticas. Tan sólo habían transcurrido siete meses tras la legalización del Partido Comunista en aquel Sábado Santo Rojo. Los Pactos de La Moncloa, en plural, incluían dos acuerdos, sustentados en sendos documentos: uno, económico y otro, político. En el primero, se incluían una serie de medidas de ajuste para estabilizar una economía muy dañada por el impacto de la crisis del petróleo en la década de los 70. En aquel año, el paro creció en un millón de personas, una cifra récord, mientras que la inflación interanual superó el 30% en algunos meses. La peseta había tenido que ser devaluada en julio. En el acuerdo político, se incluyeron iniciativas tan relevantes como la tutela de la igualdad de la mujer, la libertad de prensa y la eliminación de la censura, el reconocimiento del derecho de reunión y de libre expresión de las ideas, el derecho de asociación sindical, la despenalización del adulterio y la supresión del Movimiento Nacional. Unas reformas de gran calado que luego se plasmarían en leyes, entre ellas, la modificación del Código Penal. La idea de unos pactos para afrontar la crisis y consolidar la Transición surgió en julio de 1977 con el nuevo Gobierno de UCD, presidido por Adolfo Suárez, que había ganado las elecciones de junio sin mayoría absoluta. UCD había sacado 165 escaños, muy por delante del PSOE, convertido en segunda fuerza política. Alianza Popular, el partido del franquismo, se había estrellado con tan sólo 16 escaños. Suárez nombró al eminente catedrático Enrique Fuentes Quintana ministro de Economía y vicepresidente segundo del Gobierno, una persona con autoridad académica para pilotar aquel difícil momento. Fuentes designó subsecretario a Manuel Lagares, catedrático de Hacienda, que tendría un importante papel en la redacción del acuerdo económico y como confidente de sus frustraciones. Nada más constituirse el nuevo Gobierno, en julio de 1977, el superministro y Adolfo Suárez hablaron de la necesidad de unos pactos para estabilizar una situación económica descontrolada que había provocado un fuerte aumento del gasto público en un clima de crecientes reivindicaciones de los sindicatos. «O hay un gran acuerdo o la democracia puede venirse abajo», advirtió Fuentes. Pero la idea de un compromiso entre todas las fuerzas políticas topó en aquel momento con una dura contestación de los barones de UCD, que creían que era mejor aplicar las recetas del recién creado partido sin pactar con la izquierda. Suárez no se quiso enfrentar a las familias de su formación y optó por una ambigua equidistancia que provocó el desaliento de Fuentes Quintana.En aquel mes de agosto, el nuevo responsable de Economía huyó de Madrid y se marchó a las playas de Huelva, junto a su amigo Juan Velarde. Fuentes Quintana se había comprometido a impartir un curso en la Universidad de La Rábida. Según fuentes muy cercanas al catedrático, llegó incluso a sopesar su dimisión al dudar del apoyo de Suárez. Pero la situación se desbloqueó a primeros de septiembre con una entrevista entre el presidente y Felipe González, que se comprometió a impulsar un gran compromiso político y económico. El Rey Don Juan Carlos era un decidido partidario de ese acuerdo y se lo hizo saber con discreción a las fuerzas políticas. Sabía que, si los pactos llegaban a buen término, la institución monárquica habría dado un gran paso para su consolidación. Fue a partir de ese momento cuando surgieron los contactos que desembocaron en grupos de trabajo para perfilar los futuros Pactos. Fernando Abril Martorell, ministro de Agricultura y amigo de Suárez, llevó el peso de las negociaciones por parte de UCD. En el Partido Comunista, Ramón Tamames tuvo un importante protagonismo, al igual que Alfonso Guerra en el PSOE.Es importante subrayar que, en el verano de 1977, las relaciones entre el PSOE y el PCE eran prácticamente inexistentes tanto por su rivalidad electoral como por el pasado reciente, que había acrecentado una profunda desconfianza. Los dos partidos habían sido incapaces de coordinar su oposición en la etapa final del franquismo, creando dos organizaciones paralelas: la Junta Democrática, encabezada por la formación de Santiago Carrillo, y la Plataforma Democrática, liderada por el PSOE. Los dos partidos hegemónicos de la izquierda decidieron colaborar con Suárez y sentarse en la mesa de la negociación, sin lo cual hubiera sido imposible cualquier entendimiento. «Carillo tenía que demostrar que no tenía cuernos ni olía a azufre», señala uno de los dirigentes que participaron en las conversaciones, que subraya el sentido del Estado que demostró el líder comunista en aquellos meses posteriores a las elecciones. Cuando el texto estaba muy avanzado, Fuentes Quintana llamó al Ministerio al economista Julio Segura, entonces militante del PCE, y le permitió leer el borrador en un despacho sin la posibilidad de sacar una copia. Segura expresó su conformidad y le transmitió a Carrillo que no había obstáculo para su firma. También Suárez, Fuentes Quintana y Abril Martorell lograron disipar los recelos de los barones de UCD, que se dieron cuenta de que la situación económica era insostenible. El entonces gobernador del Banco de España, el exministro López de Letona, había advertido de que no había fondos para financiar las importaciones y seguir sosteniendo la peseta, en caída libre. A mediados de octubre, se había llegado a un acuerdo por el que la izquierda y partidos nacionalistas como el PNV y CiU aceptaban un plan de ajuste económico que eliminaba la indexación de los salarios a la inflación, una medida necesaria para contener los precios, devolver la confianza a los mercados e incentivar la inversión. También se pactó una reforma fiscal que se traduciría al año siguiente en la ley del IRPF, que suponía una gran modernización del sistema impositivo que venía del franquismo. Por último, se flexibilizó el despido, aunque con serias limitaciones. A cambio, UCD asumía importantes concesiones políticas, que no fueron aceptadas por Alianza Popular, el partido que lideraba Manuel Fraga y que incluía a importantes figuras del franquismo como el tecnócrata Silva Muñoz, Cruz Martínez Esteruelas, Licinio de la Fuente, López Rodó y Gonzalo Fernández de la Mora, uno de los ideólogos del régimen del yugo y las flechas. En consecuencia, Fraga no suscribió el documento político, pero sí el económico. El 25 de octubre se produjo la ratificación de los Pactos por los líderes de los partidos. Por parte de UCD, firmó Leopoldo Calvo Sotelo, futuro sucesor de Suárez. González y Carrillo lo hicieron por sus dos formaciones. También se sumaron el PSP de Tierno Galván y el PNV y CiU. Semanas después, fueron aprobados por el Congreso y el Senado. Los Pactos estuvieron en vigor durante un año en el que se tradujeron en leyes y decretos. Pero a, finales de 1978, con la Constitución ya aprobada y la Transición prácticamente concluida, las fuerzas políticas reanudaron su pugna en un clima de aumento de la crispación. El PSOE decidió entonces intensificar su oposición al Gobierno de Adolfo Suárez, que empezaba ya a mostrar sus primeros síntomas de descomposición. Todo ello se produjo en las vísperas de las nuevas elecciones generales de marzo de 1979, en las que UCD revalidó los resultados cosechados dos años antes. El PSOE se perfiló como la alternativa con 121 escaños, aunque hubo una cierta frustración en sus filas porque las expectativas eran más elevadas. Por el contrario, el apoyo al Partido Comunista y a Alianza Popular fue mínimo, lo que creó una importante crisis interna en ambas formaciones. Con la perspectiva que ofrecen las cuatro décadas transcurridas, los Pactos de La Moncloa supusieron no sólo un impulso a la recién nacida democracia sino que además transmitieron un potente mensaje de unidad a la sociedad española, demostrando que los partidos eran capaces de llegar a acuerdos en una situación de extraordinario deterioro de la economía.Tan sólo cuatro años después, el PSOE ganaría las elecciones con una aplastante mayoría absoluta mientras UCD desaparecía del mapa. Nadie lo hubiera dicho en aquel otoño de 1977 cuando el desaliento y la incertidumbre hacían necesarios aquellos históricos Pactos de La Moncloa.
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