Siempre tuve una devoción especial hacia el Viernes de Dolores porque mi abuela se llamaba así. Nunca escuché nada al respecto en casa pero yo siempre imaginé a aquella mujer que casi no conocí rezando con especial intensidad en ese día-zaguán de la Semana Santa. Hoy ya inmersos de lleno en la Semana de Pasión pienso en los pregones, procesiones, cofrades, creyentes y turistas que hace sólo un año llenaban nuestras calles y en las que tanto tiempo de mi vida he invertido por razones diversas, unas no tan loables como las otras. En cualquier caso creo que este momento de tribulación que padecemos, las puñaladas políticas, el cercenamiento de la libertad de prensa, los recortes democráticos, los muertos -nuestros muertos- y el confinamiento tienen que servirnos de algo. Los cristos, los sayones y las dolorosas nacieron para facilitar la comunicación de la Buena Nueva. No se sabe por qué los tiempos nos han llevado -como en otras tantas cosas- a que el canal haya sustituido al mensaje como protagonista de la Historia. Así, Gregorio Fernández parece haber sustituido la trascendencia de Pilato en el relato o los potajes de Cuaresma y las torrijas han adelantado por la derecha a San Pedro en la carrera por perpetuarse como protagonistas. El Covid-19, como si de una plaga bíblica se tratara, nos ha forzado a ver que de la Semana Santa lo que de verdad queda es que un «tipo» murió por nosotros hace 2.000 años igual que ahora lo siguen haciendo algunos sin andas ni faroles. El maldito bicho también nos ha hecho darnos cuenta de que lo importante no es citar a Churchill sino hacer que el mundo sea más libre frente a la amenaza de la propaganda populista que cuenta y cuenta como nadie aquello que queremos oír pero nos sirve de tan poco, tan poco como las puñetas y los cirios frente a la salvación del mundo que otros pretenden apropiarse indignamente como enseña de ideologías e intereses tan anacrónicos como los de los escribas y el sanedrín. No olvidemos que querer, amar, se quiere de uno en uno y que votar también se vota de uno en uno y las dos cosas llegan -con matices- al mismo fin: salvar al mundo.
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