Para ciertas personas, el confinamiento puede ser un tormento. Aquellos con patologías psiquiátricas graves, que les acompañan de por vida, sufren aún más la situación detonada por el Covid-19. Sobre todo, después del endurecimiento de las medidas de aislamiento, que solo permite las actividades esenciales y ha prohibido a los enfermos mentales seguir con su rehabilitación en los ambulatorios. Para ellos, «es mucho más duro, en la parte social ya tienen dificultades grandes. No estar interactuando con las personas, con el entorno, rompe con lo que se hacía en el hospital», explica en conversación telefónica Rosa Bueso, la terapeuta ocupacional de la Unidad de Hospital de Día de la Clínica Nuestra Señora de la Paz, regentada por la orden religiosa de San Juan de Dios. Desde hace dos semanas, 34 pacientes con trastorno bipolar, esquizofrenia y trastorno de la personalidad, por mencionar algunas patologías, no acuden a este centro; Bueso, junto a una psicóloga y una psiquiatra, se encargan de continuar con su terapia a distancia. De lunes a viernes, este trío descuelga el teléfono y comienza a marcar. De hecho, Bueso interrumpe unos minutos la entrevista para atender una llamada. «¡Cómo me alegro de que te hayas levantado pronto hoy!», congratula a uno de sus pacientes. «Empiezan a desestructurar los hábitos establecidos, se levantan tarde y no toman la medicación cuando deben», cuenta esta terapeuta. «Necesitan tener estabilidad, algunos tienen ideas autolíticas [un comportamiento autolesivo que puede desembocar en suicido]», añade. También organizan, a través de la plataforma Zoom, videoconferencias para realizar las sesiones grupales. En definitiva, una copia de la rehabilitación presencial, donde trabajaban las «áreas de déficit» de los pacientes, mediante técnicas de relajación, terapia psicológica y ejercicios psicomotrices, entre otras cosas. Sed de contacto físico Si bien la terapeuta asegura que este seguimiento está siendo «eficaz», deja que desear. «La parte corporal, el grupo como representación de la sociedad, tocarse, vincularse, darse la mano... Hay muchas cosas de contacto físico que no se pueden trabajar y son importantes», remarca Bueso. «Cuando tienes que cuidar a alguien, debes estar cerca. Esa parte no la puede cubrir un medio informático», insiste. Y el aislamiento empieza a hacer mella: «Las conversaciones cada vez son más largas, sientes su angustia». La ansiedad ya se ha disparado en varias ocasiones; en esos casos, interviene la psiquiatra, que puede hacer retoques en la medicación. El último paso es proceder al ingreso del paciente. Pese a esta ayuda, el confinamiento les pasará factura. «Si ahora tienen dificultades, cuando acabe todo esto va a ser el doble», declara. Aunque la cascada de ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) ha puesto a miles contra las cuerdas, el panorama al que se enfrentan los enfermos mentales es menos halagüeño, al ser uno de los colectivos menos contratados. Mientras esta treintena de enfermos continúa con su rehabilitación a distancia, muchos otros permanecen ingresados en la clínica. Antes de que esta crisis sanitaria derrumbase su vida cotidiana, los internos recibían visitas a diario, paseaban por los jardines, charlaban en la cafetería. Todo ello se suple ahora con videollamadas a sus familiares, pero «es imposible dar abasto con todos», comenta una de las enfermeras de la clínica, Carolina Muñoz. Además, comunicarse con sus seres queridos no siempre es la mejor opción. «Otros viven esta situación con mucha angustia y estrés. Los pacientes paranoides lo ven mucho peor, incluso cuando ven a sus padres en la pantalla puede ser peor», aclara. En cada una de las cuatro plantas del centro hay 26 habitaciones de psiquiatría, ya de por sí bastante aisladas. «Están súper agobiados de no poder salir», asegura Muñoz. Ella también se encarga de las consultas a distancia, con un grupo de pacientes con trastorno bipolar. «Para muchos, es la única llamada que reciben al día», lamenta. La pandemia se ensaña con los más vulnerables.
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