miércoles, 25 de diciembre de 2019

Fatigados de la compasión

Hace tres años Isabel cayó en una profunda depresión que derivó en una agorafobia que le impedía salir de casa. Al cabo de poco, dejó el trabajo de comercial que tenía en una empresa de electrodomésticos desde hacía catorce años. Volver a la oficina le producía pavor, así que acabó encerrándose en casa. Poco a poco, los ahorros de Isabel se fueron acabando, hasta que se vio forzada a llamar a la puerta de María, su madre octogenaria, pidiendo ayuda. Desde entonces, ambas viven juntas en el piso de 50 metros cuadrados que la anciana tiene en el barrio de Horta de Barcelona. Subsisten con los 700 euros que la madre cobra de pensión de viudedad. A cambio, ella la ayuda en las tareas domésticas y la cuida ahora que está tan mal de las piernas que apenas puede salir de casa. A día de hoy, los ahorros con los que pagaban la comida, los gastos cotidianos y los tratamientos que han ido sacando a Isabel de la oscuridad de la depresión se han agotado. El suyo es un ejemplo más de lo que Cáritas denomina «fatiga de la compasión». Este fenómeno resume el enquistamiento de la pobreza en muchas familias españolas. Situaciones invisibles y extremas que muestran como, diez años después del inicio de la crisis, la solidaridad entre vecinos, allegados y amigos ha llegado al borde del colapso. «No le desearía todo esto ni a mí peor enemigo. Cuando parece que levantas la cabeza, otra bofetada» Las caras que muestra este fenómeno son de lo más variopintas. Hay padres que han visto cómo sus hijos volvían a casa, ya fuera a vivir o a llenar sus neveras; jubilados que pagan con su pensión los tratamientos médicos o la escolarización de sus nietos; hijos que completan con sus nóminas las pensiones de sus mayores; o convivencias «temporales» que han derivado en hacinamiento con varias familias compartiendo un mismo piso. «Al principio tiramos con los ahorros, pero llegó un momento que se nos acabaron los tres millones de pesetas que acumulé tras una vida de trabajo en la fábrica», explica María a ABC. «La comida que me dan en la parroquia y la asistente que viene a limpiar cada dos semanas no es suficiente ya, aunque lo agradezco muchísimo», dice con ternura. Isabel va más allá y relata el «infierno» que han pasado los últimos años en silencio y sin apenas ayudas de la administración. «Todo esto ha sido horrible, muchos nervios, hemos llorado mucho, ver que no llegamos ni a mitad de mes es muy duro. No le desearía todo esto ni a mí peor enemigo. Cuando parece que levantas la cabeza, otra bofetada», lamenta. Quienes viven en primera persona este fenómeno no quieren ni hablar de la salida de la crisis que prometen los indicadores macroeconómicos. Sin embargo, Isabel reconoce que ha empezado en un trabajo temporal promoviendo cigarrillos electrónicos y está algo más ilusionada. Diez años de crisis Cáritas Barcelona ha levantado la voz para alertar del lento pero inexorable proceso de agotamiento de la solidaridad intrafamiliar, la red que ha protegido del frío de la recesión a cientos de miles de personas en toda España. «Después de diez años de una crisis en la que las familias han tenido un papel fundamental de apoyo a los más frágiles, los recursos se han acabado. Con pensiones se han llenado muchas neveras, pero esto no puede durar más», advirtió el pasado jueves el director de Cáritas Barcelona, Salvador Busquets. «La población nos dice que no tiene más capacidad para ayudar. Eso no se nota en el número de voluntarios ni en las donaciones, pero sí en las dinámicas internas de las familias más necesitadas», detalló el responsable de la ONG durante la presentación del informe FOESSA sobre exclusión en Barcelona. «Con pensiones se han llenado muchas neveras, pero esto no puede durar más» El pasado verano, los equipos de Cáritas de toda España reflexionaron en Madrid acerca de este fenómeno. De sus debates surgió un posicionamiento oficial de la Pastoral Social de la Iglesia española urgiendo a «reaccionar» ante la pérdida del sentido comunitario, que se manifestaba en esta «fatiga» de la solidaridad y la compasión. Para los representantes de la organización, la sociedad no se puede desentender de las situaciones de exclusión que se ocultan tras lo que calificaron de «carrera de muchos hacia el tener» mientras no pocos se debaten «en una lucha por satisfacer necesidades básicas como alimentarse, vestirse, dormir bajo techo, tener un trabajo decente o construir un futuro mejor para sus hijos».

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