sábado, 28 de diciembre de 2019

Juan Matute: Un vuelo meteórico sobre cuatro patas

El vínculo entre hombre y bestia comenzó en el Viejo Continente, cuando el caballo era fiel aliado de conquistadores y campesinos. Pero bien entrado el siglo XX, las máquinas de vapor relegaron a este elegante animal a un segundo plano, sobre todo, a las carreras. Los europeos diseñaron entonces el deporte ecuestre y, entre otras disciplinas, la doma clásica. Considerada la hermana menor de la hípica -el salto de obstáculos es la disciplina más conocida-, la doma clásica es un brillante ejercicio de compenetración con el caballo. Las pruebas de competición apenas duran cinco minutos, en las que el silencio es absoluto y el caballo parece que levita sobre la arena, al paso, al trote y al galope. «Se trata de encontrar la máxima armonía, elasticidad y expresividad en los movimientos del caballo», explica Juan Matute Guimón, jinete profesional de doma clásica, que compitió, hace unas semanas, en la Copa del Mundo que se celebró en Ifema, en la Madrid Horse Week . Todos los ejercicios parten de los gestos del caballo en libertad, que el jinete o amazona lleva a la perfección: las piruetas al galope, los cascos que se extienden al ritmo de la música y los complicados «piaffe» o «passage». Espalda erguida, mano firme en las riendas y pantorrillas abrazadas a los costados; con indicaciones apenas perceptibles, y bajo la atenta mirada de los jueces, el jinete guía al caballo a su merced. «Todo tiene que parecer muy fácil, muy fluido, natural, y ahí está la dificultad», cuenta Matute, que llegó a la Feria de Madrid después de erigirse campeón en la gran prueba del Sicab (Salón Internacional del Caballo de Pura Raza Española). A sus 21 años de edad, ya se sienta a la mesa con los grandes de esta disciplina, la mayoría, afincados en el norte de Europa. Por supuesto, no es mera técnica. «Lo más especial de nuestro deporte es el vínculo que se crea con los caballos», asegura Matute, que define el fin último de la doma clásica como la «simbiosis absoluta». Para ello, hay que entender el carácter del animal, explica su padre y entrenador, Juan Matute Azpitarte: «Puedes ver en la mirada esa personalidad». De hecho, los caballos «tienen autoestima: si no les recompensas, se frustran; si lo haces, se crecen», cuenta Matute Azpitarte, tres veces olímpico. Hace tiempo que abandonó la alta competición y ha sido testigo de la evolución de este deporte. Ahora, «el físico de los caballos roza la perfección», dice. El negocio de los caballos La doma clásica profesional está reservada a los que pueden asumir sus gastos, que los premios no cubren ni por asomo. De ahí que el negocio esté en la compraventa de caballos. El trabajo de los Matute es encontrar ejemplares con potencial para convertirse en campeones, invertir años en desarrollar su musculatura y su madurez, y venderlos después. Un proceso que a Azpitarte le gusta llamar «la historia del patito feo». Como una obra de arte, un caballo vale lo que el comprador esté dispuesto a pagar. Aunque existen cifras millonarias, también hay animales mucho más asequibles. Es el caso de Fantástico, el caballo que compraron con dos años por unos pocos miles de euros. Esperaron un par más para desbravarlo: ponerle la silla y subirse al lomo. Ahora tiene seis años y su nombre lo dice todo. Con todo, hasta que cumpla ocho no estará preparado para el máximo nivel. «Los jinetes de competición necesitamos tener un abanico de caballos, de cinco a ocho», explica Matute. Quántico, que compraron por 12.000 euros, y Don Diego, ambos caballos adultos -las yeguas acostumbran a tener un carácter más voluble- son sus compañeros para las pruebas más exigentes. Con Don Diego, un poderoso hannoveriano de pelaje castaño oscuro, Matute debutó en la categoría absoluta, con apenas 16 años, la edad mínima exigida para competir. Un lustro después, ha cabalgado con el mismo caballo bajo los focos de Ifema, en una las citas mundiales donde ganar puntos para Tokio 2020. Aunque no subió al podio la semana pasada, todavía le quedan varias oportunidades esta temporada para conseguir lo que en su día logró su padre. Rumbo a Tokio 2020 El despegue meteórico que ha tenido este joven es poco corriente, pues ya ha formado parte del equipo español en el último campeonato mundial, donde sus contrincantes le aventajaban, de media, con una década de experiencia. Porque la carrera deportiva a lomos de un caballo es longeva; «incluso con 60 años puedes estar en forma», asegura Matute. Claudio Castilla Ruiz, que se enfrentó a Matute en la Madrid Horse Week, donde ganó la plata, tiene 36 años. Y así otros tantos, como José Antonio García Mena (39) y Severo Jurado López (31), los nombres con más papeletas para representar a España en las Olimpiadas, junto a Beatriz Ferrer Salat, la amazona española más condecorada, de 53 años. «No hay ninguna diferencia entre la prueba ejecutada por un hombre y la prueba ejecutada por una mujer», confirma Matute, ya que la equitación es el único deporte en el que ambos sexos compiten juntos. Claro que los patrocinios son difíciles de conseguir en doma clásica, una suerte de patinaje sobre hielo o gimnasia rítmica que, «si no lo entiendes, no transmite el mismo tipo de adicción que pueden provocar otros deportes», declara el jinete. Por eso, Matute está convencido de que, además de aportar resultados, debe ser «embajador» de su pasión. «Como no consigamos dar ese salto a nivel mediático es muy probable que, en las próximas olimpiadas, desaparezca el deporte. Y eso sería un fracaso». La cobertura es la pieza que falta para que los caballos sigan bailando.

De Deportes https://ift.tt/2SB5BzU

0 comentarios:

Publicar un comentario