martes, 31 de diciembre de 2019

Las dos Cataluñas, como siempre

Cuando José Montilla fue presidente de la Generalitat, muy despreciado por no ser catalán, respondió así a una pregunta sobre estos asuntos: «Cataluña será lo que quiera ser». Las mayores expresiones de júbilo que tuvo Franco, las tuvo en sus visitas a Cataluña. Igualmente, el famoso concierto económico o «pacto fiscal» nunca lo tuvo tan a mano como con la industria que el Régimen procuró a Cataluña y con la consiguiente protección arancelaria de sus productos. La parte de catalanes –minoritaria- que no era tan partidaria del Caudillo no hizo más que algunas canciones hermosas, nunca supuso una amenaza para nada ni para nadie, y no sólo Franco se les murió en la cama, sino que del cajón de la dictadura no salió ninguna obra de valor consignable y que en muchos casos la censura estilizó el genio obvio de los artistas y les ayudó a disimular su obviedad intelectual, tan panfletaria. Llamarles resistencia es una hipérbole. Estas dos Cataluñas continúan vigentes aunque algo desdibujadas. La Cataluña ordenada no tiene –como tuvo hasta que Pedro Sánchez tomó La Moncloa– un Estado que la ampare, pero tampoco tiene el vigor que en otras épocas tuvo para defender el orden, el progreso y la libertad. Frente alfulgor independentista ha tenido más miedo que esperanza, más complejo que confianza en sí misma, y se ha dejado amilanar del modo más incomprensible cuando todo lo tenía a favor para liderar y continuar haciendo de Cataluña un espacio de creación de riqueza y de libertad. Ensoñación La burguesía no se comporta como tal, no ejerce su liderazgo y sólo son ricos protegiendo sus intereses concretos sin sentido de Estado ni de «padres» de su pueblo. Demasiado débiles y cobardes han creído que el amor era comprarle la siguiente dosis a su hijo y lo que es peor, por miedo a que le perjudique el negocio, le ha cedido las riendas cuando más colocado iba. La Cataluña revolucionaria, desasosegada, que toma el patriotismo para justificar sus fracasos, sus limitaciones y sus impotencias continúa negando un presente de éxito para sumirse en la ensoñación de un futuro glorioso que no tiene ni imaginación ni talento para imaginar correctamente y que se busca a los socios para darle forma, para el total estupor de cualquier persona razonable por catalanista que sea, si es que aún no se ha contagiado del veneno populista ni de esa anestesiante dejadez de la culpa ajena. De un lado, son más que nunca. Del otro, ni en las más favorables condiciones para su propaganda, ha logrado el independentismo ser mayoritario, ni siquiera llegar al 50% de lo votos en ninguna de las ocasiones en que los catalanes hemos sido llamados a las urnas desde que el «procés empezó», en 2012, 11 en 7 años. De un lado tiene mayoría en el Parlament y, del otro, la CUP no permite casi nunca articularla y la guerra entre Esquerra y Convergència es el primer argumento de la política catalana, más que la confrontación con el Estado. No estamos ante nada nuevo y siempre que Cataluña ha jugado al todo o nada ha perdido estrepitosamente. Esquerra quiere forzar las costuras por dentro con la idea de participar del juego político –y del pastel– mientras la independencia llega, si es que llega. Por eso intenta una cierta moderación en las formas y de ahí la investidura de Pedro Sánchez prácticamente gratis (lo de la Abogacía del Estado no ha sido un precio, sino una humillación). Este apaciguamiento formal le ha dado a Esquerra algunos réditos electorales, aunque a la hora de la verdad –que para ERC Y JxCat son las elecciones al Parlament– Puigdemont siempre gana, o más exactamente, Junqueras siempre pierde. Este 2020 tendremos otras elecciones autonómicas. Puigdemont hace meses que dio por amortizado a Torra, que será inhabilitado en los próximos meses –o puede que semanas– y el expresidente fugado usará su victoria (de rebote) en el Tribunal de Justicia Europea para hacer una campaña de confrontación ruptura y burla de España, acusando a Junqueras de vendido por haber investido a Sánchez y, muy probablemente, arrebatándole la ansiada Generalitat en el último momento a Esquerra, pese a que las encuestas dan ahora mismo por seguros vencedores a los republicanos. A diferencia de Junqueras, Puigdemont opta y optará por la línea más incendiaria, artificera y desafiante con el Estado, para engañar a sus seguidores con la idea de que la independencia está ya muy cercana y presentándose como su abanderado. Pésimo candidato Pere Aragonès, el líder y candidato de ERC, es de Esquerra, piensa como los convergentes y actúa como el PSC, y aunque seguramente sería un presidente prudente, es un candidato pésimo, sin épica, enfrentado a unas elecciones muy emocional, caldo de cultivo para Puigdemont y sus circunstancias por mucho que todo el mundo sepa que por muy candidato que se autoproclame no podrá ejercer de presidente, aunque sólo sea porque en el mismo instante que recogiera su acta de diputado en el Parlament perdería su condición de eurodiputado y por lo tanto su inmunidad y podría ser detenido y procesado. JxCat, ante la inminente inhabilitación de Torra tiene pensado relegar a Aragonès y nombrar a un vicepresidente primero de su partido para que asuma la presidencia en funciones. Puigdemont quiere a su fiel Jordi Puigneró, actual consejero de Políticas Digitales y Administraciones Públicas. La vis irredentista, inevitablemente supremacista, está y estará siempre ligada al nacionalismo. Junqueras ha entendido que intentar saltar paredes que no puede saltar está más destinado a quedarse sin autonomía que a lograr la independencia. Probablemente Puigdemont lo haya entendido también, pero su horizonte no pasa por gobernar y la pirotecnia es todo lo que le queda; tal como el independentismo callejero se permitía ser pacifista mientras creía que ganaba, y la violencia de los últimos meses, pese a la aparatosidad, el peligro y los incendios hay que entenderla como un signo de inequívoca impotencia, de falta de camino y de estrategia, y de que se han dado cuenta de que lenta pero inexorablemente están perdiendo.

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