domingo, 29 de diciembre de 2019

Solo entre okupas: «Estoy preso en mi propia casa. Quiero salir de aquí»

Se llama Ramón (nombre ficticio), tiene 48 años y su vida se ha convertido en una pesadilla. Ha perdido a su pareja, le ha cambiado el carácter, está amargado, irascible y ha tenido que recurrir al psicólogo y a medicarse para soportar el infierno en el que vive en su bloque, situado en la calle del Hachero (prefiere omitir el número), del distrito de Puente de Vallecas. ¿El motivo? Vive rodeado de okupas desde hace un lustro y la situación ha empeorado últimamente. Ocurrió en primavera, cuando los dueños del edificio, propiedad de un banco, legalizaron «inexplicablemente» a dos familias de usurpadores a los que iban a echar por orden judicial, recalca. Medió la PAH y el asunto se truncó. Ese episodio fue un efecto llamada. A partir de ahí, la epidemia se está extendiendo a otros edificios cercanos situados en la calle del Monte Naranco (éste repleto de usurpadores como el suyo); en Puerto Maderi y Quijada de Pandiellos donde la enfermedad está comenzando, asegura Ramón. «Vienen de la Cañada Real Galiana. Son parejas de gitanos jóvenes con niños pequeños. Okupan unos y vuelven a reokupar otros. Llegan los primeros y detrás acude toda su familia. Nadie hace nada y se adueñan de todo. La situación es tan surrealista que he visto cómo se han ido unos 'inquilinos' y a los quince minutos instalarse otros en el mismo piso. Es el boca oreja», recalca Ramón. Él es el único residente legal del inmueble situado en la calle del Hachero en el que ha llegado a haber un narcopiso. «Parece mentira cómo puede cambiarte la vida en cinco años», dice este hombre. Adquirió el piso en ese barrio por estar cerca de su trabajo. Era nuevo, de vivienda libre. La tranquilidad duró cuatro años. Trapicheos varios El trapicheo de droga, de piezas de coches, las peleas con armas blancas (ha habido varios apuñalados), de fuego, y los ataques con bates de béisbol; la música a todo trapo; los veranos e inviernos soportando ruidos —fuera, con niños correteando hasta las cuatro de la madrugada, sin poder abrir las ventanas, o dentro de la finca—, le impiden descansar. Está harto de llamar a la Policía Municipal. Su sentimiento es amargo. «Estoy prisionero en mi propia casa y atado de por vida a una hipoteca que me encadena como una condena», explica Ramón. Ha pagado ya 85.000 euros y aún debe 127.000. Si se marcha, lo pierde todo. Está desesperado. La única solución que contempla Ramón es que la inmobiliaria Servihabitat de CaixaBank, que se quedó con el edificio tras quebrar la promotora en 2014, le haga una permuta o un cambio por otro de los pisos que tiene en otras zonas de Madrid y mudarse, aunque tenga que pagar dinero. «O resuelvo este problema o se me escapa la vida. Ya no puedo aguantar más». Ramón fue el único propietario que se quedó cuando quebró la inmobiliaria. Los demás se fueron marchando poco a poco ya que con el cambio de empresa se produjo una subida en el precio de los alquileres. Y el edificio se convirtió en una especie de territorio comanche. Culpa a la propiedad por no hacer nada y por dejación de responsabilidad. «El inmueble se está deteriorando a pasos agigantados. Tiene 12 años y parece que tiene 20. Ni siquiera se molestan en tapiar o poner puertas antivándalos. Los usurpadores se van siempre unos días antes del alzamiento y a los pocos minutos otros okupan su lugar. Y no viene nadie de Servihabitat a comprobar nada». Ramón, que lleva muchos años amenazado por las mafias de okupas que le dijeron que como hablara irían a por él, explica que una de las veces que le intimidaron en su edificio le dijeron: «¿Ves esta palanca? Tiene dos funciones: abrir y romper y puede romper cualquier cosa, incluso a ti». Los destrozos en las zonas comunes, buzones, el robo de bombillas, enchufes, los trastos apilados en los pasillos e incluso las bolsas de basura le saca de sus casillas. «Los encargados de la limpieza han estado varios meses sin poner venir. Llenaron el cuarto de todo tipo de enseres y no podían pasar», agrega. Entre la etnia gitana reina la ley del silencio. Por eso, si Ramón intenta averiguar quién es el responsable de algún desperfecto, con el fin de que lo repare y concienciarle de que hay que cuidar las cosas, nadie dice ni pío. Como los suministros no les cuestan nada porque se enganchan de manera ilegal, despilfarran. «Yo intento ahorrar y ellos ponen el aire acondicionado o la calefacción a todo meter», recalca Ramón. De Vallecas a cualquier zona Culpa a Servihabitat de dejación de responsabilidad. Este hipotecado desesperado explica que comunicarse la propiedad es misión imposible. «Solo tengo un teléfono que sirve para dejar mensajes que no responden. Solo quiero tener un interlocutor con el que poder hablar para hallar una solución. Tienen tal entramado de subcontratas que no consigo hablar con nadie. solo con el administrador de la finca que se limita a mandar escritos». En cuanto a cambiarse de vivienda, indica que esa propuesta se la hicieron y se negó. «Me dijeron que me marchara hasta que se resolviera el problema; no quise dejar mi casa porque yo cumplo la ley. Ahora quiero hacerlo de por vida porque esto va a más».

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