domingo, 29 de diciembre de 2019

Cristianismo y belenes

Un poco por pose laicista, otro poco por cacao mental y otro poco por ignorancia supina, el caso es que Galicia se impone la moda de sustituir el tradicional saludo de «bon Nadal» y el antiguo deseo de «felices pascuas» por la expresión, entre cateta y grotesca, de «felices festas». La circunstancial bombillería callejera -casi siempre de una chabacanería multicolor, a tono con quienes se ocupan de tal competencia municipal- también participa de esa modernidad, de manera que resulta imposible hallar localidad gallega de mediano porte adornada con algún detalle decorativo que recuerde, siquiera remotamente, que estas «festas» silenciadas en su verdadero nombre no están dedicadas ni al cocido de Lalín, ni al Entroido, ni al vino de Amandi, ni al Arde Lucus, ni a la heroica María Pita, ni a la derrota de las tropas de Napoleón a mano de los vigueses. Las fiestas en la que ahora andamos y que durarán hasta el 6 de enero tienen nombre y apellido: son las fiestas de Navidad. Y su significado no es otro que el de la conmemoración de un hecho que es raíz de nuestra identidad histórica, antropológica y cultural. Al igual que el burgués gentilhombre de Molière, que hablaba en prosa sin saberlo, también todos nosotros, incluidos los forofos laicistas, somos cristianos aunque no lo sepamos y con una marca identitaria tan indeleble como la que nos registra como europeos y occidentales. Ser cristiano no es un carné político ni una adscripción coyuntural sino la huella milenaria que nos hace cómo somos y lo que somos. Las líneas precedentes las anotó el arriba firmante luego de visitar el belén de Viveiro, instalado en torno a la iglesia de Santa María y que es el mayor de Galicia. Lástima que no esté más promocionado, porque podría constituir un buen atractivo para la oferta turística navideña de la capital de A Mariña Occidental. La del belén es una de las muchas tradiciones insertadas en la cultura cristiana al menos desde mediados del siglo XIII. No tiene propiamente valor identitario, ni constituye testimonio sustancial en nuestra cultura. Eso no se discute. Su alcance se inscribe en el marco limitado de una catequización elemental y un cierto costumbrismo tal vez un poco ingenuo pero no desdeñable. Cuenta, en todo caso, con gran arraigo en Galicia y es, a nuestro juicio, merecedor de atención y, en lo posible, de propagación, siempre en términos de absoluto respeto para todos. El mapa del belenismo gallego es muy interesante y vale la pena darlo a conocer. Ya hemos aludido al gran belén de Viveiro. También en la provincia de Lugo hay que ver el de Begonte, que se adorna con la vitola de «Interese Turístico Galego». Y en Ferrol, el de la tercera orden franciscana. Y en A Coruña, el de la Obra de Atocha. Y en Ourense, el de las figuras de Arturo Baltar. Y en el museo de las clarisas de Monforte de Lemos, el de las bellísimas figuras que trajeron de Nápoles los condes de Lemos cuando el virreinato. Y el de Valga y el de Gondomar y el de la familia Otero Moreira en Conxo y tantos otros como testimonian la pervivencia en Galicia de una costumbre con arraigo secular. Estamos, en definitiva, ante la «arquitectura doméstica e familiar do noso Nadal», que dijo don Ramón de Trasalba.

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