Suzuki, un romántico entre tiburones

El protocolo anticoronavirus que estableció la organización del Mundial de MotoGP para 2020 limitó el número de profesionales por equipo a 45. Para la mayoría se tradujo en una reducción de personal. A Suzuki, cuyo número máximo en condiciones normales es de 35 personas, aún le queda margen. Es uno de los detalles que caracteriza a esta fábrica pequeña en proporciones, pero grande en sueños que ha hecho de la máxima menos es más su guía. Y la guía conduce en este 2020 hasta rozar las estrellas. Líderes del Mundial con Joan Mir, con Álex Rins campeón en Aragón y sexto en la general, tienen a tres carreras -a la expectativa el Gran Premio de Portugal por las restricciones- un título que en el interior de su garaje se celebrará con letras mayúsculas aunque lo estén escribiendo en minúsculas. Minúsculas en presupuesto y recursos. «Ganar con dinero es fácil, ganar así...», desprende entre sonrisas Davide Brivio. Donde Honda o Yamaha tienen a su disposición cuatro, seis, ocho o hasta diez motos para probar diferentes aspectos tanto en carrera como en pruebas, Suzuki cuenta con las que pilotan Mir y Rins, con casi más presión por evitar las caídas y romper algún elemento que por ganar o perder. Donde Honda o Yamaha pueden tener cualquier pieza nueva en un día o dos, a Suzuki le puede costar hasta dos o tres semanas. Minúsculas por capacidad. A pesar de ser una gran empresa mundial, es poco lo que destinan a la parte de competición, en la misma línea de montaje que el resto de motos de calle, y con una dirección japonesa que está en los circuitos más por romanticismo y por ofrecer una imagen fiable que por convicción competitiva. De hecho, han salido y entrado en el Mundial varias veces. Reaparecieron en 2015, con un proyecto en blanco que se ha ido construyendo con el liderazgo y la experiencia de Davide Brivio, las direcciones técnicas de Ken Kawauchi, las decisiones pacientes y meditadas del presidente en Japón, muchas horas de esfuerzo, compromiso y fe. Y con muchísimas dificultades porque desaparecer un año de esta carrera tecnológica que es MotoGP es triplicar el trabajo después para ponerse a la última en innovaciones y cambios de normativa. Quizá, dicen ahora, se planteen en el futuro crear un equipo satélite que los ayude a desarrollar la moto. Por el momento, no cuentan con él, ni tampoco, por convicción, con un gran patrocinador que difumine en la moto esa línea limpia en la que sobresale Suzuki por encima de todo. En 2016 ya hubo cuatro podios y una victoria; nueve en 2018: dos victorias en 2019; en 2020, el liderato. Hoy, las fiestas y alegrías en el paddock llegan al comedor de la fábrica en Japón para hacer partícipes de los éxitos a los trabajadores que han puesto a punto una moto fina, maleable, adaptable, elegante y muy cerca de ser campeona. Hace veinte ya lo fue. Con Kenny Roberts Jr. Un logro del que siempre se ha sentido más que orgulloso porque es ganarlo a una competencia atroz. Y que buscan repetir en este 2020 que coincide con el centenario de esta empresa que comenzó siendo un telar y se recicló hacia las motos a raíz de la Guerra Mundial. Cantera de MotoGP La vena romántica no acaba en las máquinas, sino que se mantiene entre el personal, entregado con la causa porque son los primeros conscientes de que son una hormiguita entre tiburones. Así, la presión solo existe de puertas para adentro. La que ellos se pongan. «La presión no es un virus, es algo bueno, estamos luchando por un campeonato», se expresaba Joan Mir, líder del Mundial y baluarte de esta filosofía de aspirar a ser enormes sin dejar de ser pequeños. Tan recogido todo que han apostado siempre por nombres jóvenes, Espargaró, Viñales, Rins, Mir -segundo año en MotoGP-, con más futuro que pasado para crear un «piloto Suzuki», moldeado en este romanticismo de crecer y hacer de menos más. Líderes.

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