sábado, 28 de noviembre de 2020

Trampas de la «memoria histórica»

El Arxiu Nacional de Catalunya ofrece una lista de víctimas del franquismo. En aplicación de la ley de 6 de julio de 2017 se declaran ilegales los juicios de abril de 1938 a diciembre de 1978: «Se deduce la nulidad de pleno derecho, originaria o sobrevenida, de todas las sentencias y resoluciones de las causas instruidas y de los consejos de guerra dictados por causas políticas en Cataluña por el régimen franquistas», reza el texto del Parlament. Entre las «víctimas», Justo Bueno Pérez (1907-1944). Nacido en el pueblo aragonés de Munébrega, radicado desde niño en Barcelona: este pistolero de la FAI asesinó el 28 de abril de 1936 a los hermanos Badia. Le acompañaban Lucio Ruano (nombre de guerra del argentino Rodolfo Pruina), Vicente Tomé y José Martínez Ripoll. El atentado fue celebrado por la clase obrera que padeció las torturas de Miquel Badia, jefe de la policía catalana. Marcel Mauri, de Òmnium, reclama que la comisaría de Via Layetana devenga en «espacio de memoria, dignidad y recuerdo» para «dignificar la memoria democrática ante los crímenes del franquismo». Pero, ¡ay Marcel!, la comisaría, como el castillo y la Modelo, ya funcionaba antes del franquismo: allí torturaba Miquel Badia. Volvamos a Justo Bueno (¡irónico nombre!). No se sabe si se cargó a los Badia como una venganza proletaria o por encargo de Lluís Companys que veía en Miquel Badia el rival a batir en la conquista de Carme Ballester. El juez instructor del asesinato fue apartado el 2 de junio del 36 por presiones de la Generalitat; aunque su sucesor llamó a declarar a los sospechosos, el 25 de aquel mes ya estaban en la calle. El 18 de julio y tras el aplastamiento de la sublevación en Barcelona, Bueno parte al frente de Aragón donde ocupa puestos de responsabilidad en las colectivizaciones y ordena el fusilamiento de 29 presuntos franquistas en Gelsa. Acusado de confiscaciones arbitrarias a los campesinos y de organizar el asesinato de su compinche Ruano y del piloto francés Moreau (sepultados en un garaje de la Casanova 29), Bueno acaba en la Modelo, tras una breve estancia en Francia. Las causas se acumulan: además de crímenes, evasión de capitales y falsedad documental. De la Modelo, el pistolero pasa a la cárcel de Manresa; se fugará para cumplir otro encargo: asesinar a Joaquín Ascaso (hermano de Francisco) y Antonio Ortiz; les intenta envenenar, sin éxito. Tras la caída de Barcelona huye a Marsella, pero es detenido y extraditado a España junto a su correligionario José Martínez Ripoll. Liberado sorpresivamente, Bueno entra a trabajar en La Maquinista. Cuando parece que su camuflaje le va a librar de las deudas con la justicia, un día de junio de 1941 se topa en la Rambla con dos viejos conocidos: el comisario Pedro Polo y su ayudante Eduardo Quintela. Ambos policías estuvieron a las órdenes de Miquel Badia en Vía Layetana… y, cosas de la vida, ahora trabajan para la Brigada Político-Social franquista. Fusilado el 10 de febrero de 1944 en el Campo de la Bota, los restos del condenado fueron al Fossar de la Pedrera de Montjuïc: un monolito lo califica de «inmolado por las libertades de Cataluña». Justo Bueno es solo un caso de la arbitraria y tramposa «Memoria Histórica»: se fomenta una historiografía que denuncia los crímenes franquistas y califica de «descontroladas» las matanzas republicanas, limitándolas a los primeros compases del 36. Identificar a los malos con el franquismo y a los buenos con la República es, hoy, el protocolo de la corrección política. Nada de eso. Como demuestra Fernando del Rey en «Retaguardia roja» (Galaxia Gutenberg), la violencia republicana fue mucho más allá de un «acaloramiento»: provino, como en la zona nacional, de la metódica planificación en ayuntamientos, partidos, sindicatos, funcionarios de la administración y sistema judicial. Hubo «pleno conocimiento», señala el historiador, «a todos los niveles, desde la política nacional a la política provincial y local». En ese aparente «descontrol» difundido por el discurso hegemónico, de una República que había dejado de ser democrática (anarquistas primero, comunistas después y fascismo separatista en Cataluña), proliferaron delincuentes como los de «La milicia de la noche» (Ediciones B), una novela de José Manuel del Río. «Los idealistas marchan al frente y los sinvergüenzas se quedan atrás para hacer la famosa Revolución», ironiza uno de los protagonistas. Matanzas, rapiña, gansterismo, checas y ómnibus de la muerte: «Ahora muchos yacen enterrados en la Arrabassada, los descampados de Montcada, la riera de Vallcarca y las montañas de Vallvidrera. En un artículo de la Soli se dijo que matarlos al calor de la Revolución era una medida natural». Dos libros ejemplares: rigor documental frente a la sectaria «memoria histórica» o el politizado nomenclátor que otorga calle al racista Arana y homenajea a Companys… Y el pistolero Justo Bueno reconvertido en víctima del franquismo.

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