sábado, 28 de noviembre de 2020

A lomos de un tigre

Soy uno de los estúpidos que se ha equivocado en casi todo a la hora de predecir los movimientos políticos de Sánchez. Mi razonamiento no era malo, pero se apoyaba en un puñado de premisas equivocadas. Para empezar, di por cierto que el calendario electoral en Cataluña iba a impedir el apoyo de ERC a los Presupuestos. No tenía mucho sentido imaginar una aguerrida campaña de ataques al Gobierno de un Estado opresor que niega la autodeterminación y mantiene en la cárcel a los líderes del movimiento independentista después de haberle salvado el cuello en el trance más comprometido de la legislatura. Sus votantes no lo entenderían, pensé. Tampoco parecía de recibo que el PSOE recibiera con los brazos abiertos la colaboración de Bildu. Cuando Otegui apoyó una de las prórrogas del estado de alarma a cambio del compromiso gubernamental de derogar la reforma laboral, el escalofrío que recorrió la espina dorsal del partido socialista dejó sin aliento a muchos de sus dirigentes. Las encuestas hicieron parpadear señales de advertencia. Sánchez se asustó, al ver que pisaba arenas movedizas, y dio marcha atrás de un día para otro. Me dio por pensar que la experiencia del amago le habría vacunado por una larga temporada. Esas dos circunstancias -la inoportunidad del apoyo catalán y la toxicidad del vasco- parecían señalar a Ciudadanos, el plan B, como la apuesta más segura. A favor del pacto con Arrimadas había media docena de argumentos imbatibles. Uno: lo estaban demandando, en el Gobierno y en el partido, ministros, barones y ancianos de la tribu. Dos: era la opción preferida de la Comisión Europea. Tres: situaba a Sánchez en la zona de moderación ideológica en la que suelen macerarse las victorias electorales. Cuatro: dificultaba un hipotético movimiento de reagrupación del bloque de la derecha. Cinco: tranquilizaba a los agentes económicos que deben ayudarnos a salir de la crisis. Y seis: podaba extravagancias programáticas que podían dificultar la llegada de los fondos de recuperación movilizados por Europa. Frente a ese pliego de ventajas solo había una pega: el empeño de Iglesias por impedir la llegada de Arrimadas a la sala de máquinas del poder. Es verdad que la cohabitación de Podemos y Cs en la misma mayoría parlamentaria parecía un imposible metafísico meses atrás, pero las noticias que últimamente llegaban de un lado y otro parecían indicar que ambos partidos estaban dispuestos a taparse la nariz para prolongar una legislatura que a ninguno de los dos le convenía dar por finalizada. Sin esa coyunda contra natura -pensaba yo- los Presupuestos no saldrían adelante y Sánchez se vería obligado a convocar nuevas elecciones. Ni por asomo se me cruzó por la cabeza que, en las actuales circunstancias, Iglesias pudiera resucitar a Frankenstein. Pero lo hizo. Convenció a Junqueras para que encarara las elecciones autonómicas como socio de Sánchez, logró que el PSOE le perdiera el miedo al pacto con Bildu, levantó muros infranqueables alrededor del apartheid de Ciudadanos, mandó a hacer puñetas los deseos del Ibex, le tapó la boca a los ministros disconformes, saludó a la UE con el pulgar erecto y consiguió que el Gobierno se tirara al monte. «Hemos obligado al Estado -dijo Gabriel Rufián para saludar la machada del caudillo podemita- a sustentarse en el republicanismo independentista de izquierdas catalán y vasco». Que el independentismo pudiera pavonearse de haber convertido al Estado en su rehén es algo que jamás pensé que un Gobierno permitiría. De ahí mi estupidez. Tenía la candorosa esperanza de que no pudiera pasar. Y si pasaba, que el Gobierno que lo propiciara se fuera a pudrir malvas en las encuestas. En Moncloa, en cambio, piensan que está sucediendo lo contrario. Me llegan ecos de que andan entusiasmados porque sus estudios indican que se están merendando el electorado de Podemos y mantienen cautivo al de toda la vida. Creen que el tigre que cabalgan les está llevando al paraíso de una mayoría aplastante. Me gustaría apostar pincho de tortilla y caña a que ese tigre acabará por devorarles, pero no sé si al hacerlo estaría confundiendo los deseos con la realidad. A veces pienso que vivo en un país que ya no conozco.

De España https://ift.tt/36foz5m

0 comentarios:

Publicar un comentario