jueves, 26 de noviembre de 2020

Una vida de música parada por el virus

Los grandes amantes de la música en vivo de Madrid la conocen. Quizá no sepan su nombre, pero han visto su enjuta silueta apostada en la entrada de todas las salas de la ciudad. Y es que Gema Esteban, «Muti» para los amigos, es casi con toda seguridad la persona que más conciertos ha visto en la capital en los últimos años. Igual que hay quien va a diario al gimnasio, a talleres de artesanía, clases de yoga o a lo que sea, ella va a ver tocar a alguien cada día de la semana. Y lleva haciéndolo desde hace muchísimos años. Llegó un momento en el que si ibas a un concierto y ella no estaba en la cola para entrar, era como si fueras a Gran Vía y no estuvieran los heavies . «Empecé a hacerlo hará unos veinticinco años», dice esta fiel melómana que ya apuntaba maneras cuando era niña. «En las verbenas del pueblo no había forma de llevarme a casa hasta que se acabara la música. Hasta me escondía debajo del escenario de la orquesta para escuchar hasta el final». Ya en su adolescencia, se dio cuenta de que la música en directo era «una necesidad vital» para ella, y tras una etapa iniciática con el rock en la sala Canciller, empezó a ir a conciertos de todos los estilos. «Me he comprado entradas de Rocío Jurado tan a gusto como me compraba las de AC/DC», asegura. «En Madrid, además, la oferta es impresionante. Siempre ha habido conciertos de todo tipo, todos los días, en un montón de sitios. No me iría de Madrid por nada del mundo». Poco a poco empezó a hacerse amiga de porteros, programadores y dueños de salas, donde ya es casi de la familia. «Hay algunas salas donde me hacen sentir como en casa, donde noto que me han cogido cariño, sobre todo Clamores, Galileo y Boite Live», afirma. La conocen hasta «los que pican el ticket» en el acceso del Wizink Center, donde cada velada reúne a una marea gigantesca de miles de personas. Con cientos, miles de conciertos a sus espaldas, podría ser la cronista perfecta de la música en vivo en la ciudad. Pero tiene «muy mala memoria» y le cuesta distinguir entre lo que pasó esta o aquella vez en esta o aquella sala. Normal, habiendo ido a tantísimos bolos a lo largo de su vida. Pero sí recuerda algunos de sus favoritos, como «el último de Metallica en el Palacio, o los de AC/DC en Las Ventas, o en el Vicente Calderón», un recinto que echa mucho de menos. «Es que la acústica del Wanda es terrible. Te pongas donde te pongas, en la pista o en la grada, se oye fatal», señala entre risas. Cuando se quedaba sin entrada para ver al grupo que tenía en su agenda personal, se acercaba igualmente por si daba con algún ticket de sobra entre los asistentes que hacían cola. Y si no había suerte, emprendía su camino hacia otra sala de la ciudad para ver a otro artista. Cuando estalló la pandemia y el circuito de música en directo se frenó en seco, Muti no sólo perdió su gran pasión, sino también una forma de vivir. «Lo he pasado mal, muy mal. Durmiendo poco, agobiada… Tuve un mono de conciertos tremendo», dice con tono melancólico, pero sin caer en el victimismo: «Los que lo están pasando mal de verdad son los músicos, los técnicos, los que trabajan en las salas… esos sí que tienen razones para estar deprimidos. Me preocupo mucho por ellos. Tenemos que cuidarlos y ayudarles para que puedan sobrevivir a esta situación tan terrible, porque les debemos muchos momentos de alegría». Ahora, Muti empieza a «salvar los muebles» gracias a la tímida reactivación de la vida musical de la ciudad. «He podido ir a algunos conciertos, al ciclo Madrid es Música, estas últimas semanas a JazzMadrid… Ahora vienen el Brillante, con matinales en La Latina, y otro que acaban de anunciar que se llama Mazo. Estoy muy contenta de ver cómo poco a poco Madrid vuelve a sonar a música».

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