
Cuando el gélido sol cae y ya no refleja en la nieve que todavía abunda en las aceras, Dani y Juan se asoman por una esquina de la plaza de Isabel II. El primero camina por la superficie helada –y resbaladiza– con la ayuda de un bastón y carga en la mano que le queda libre una bolsa con todas sus pertenencias, que se reducen a mantas y alguna que otra ropa de abrigo. El segundo empuja lo que antaño fue un carro de la compra y ahora se ha convertido en una montaña de enseres: bolsas de todo tipo, cartones y, de nuevo, muchas mantas para resguardarse del frío. Pasadas las ocho de la tarde y el termómetro marcando...
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