jueves, 28 de enero de 2021

Carlos Cano, poeta homenajeado en una noche de nostalgia

Con una presentación-lectura recordando la trayectoria del andaluz y una puntualidad inusual para lo que suele ser Madrid, comenzó una noche de nostalgia en el Teatro Circo Price. Carlos Cano, y sus versos como espadas, tiñeron la capital de campo, de polvo y salero, del acento del Sur. La fiesta la comenzó Álvaro Ruiz, joven aspirante sevillano que interpretó una sentida versión de «El rey Al-Mutamid dice adiós a Sevilla», ejemplo perfecto del popurrí de culturas que hay en los estilos folclóricos de nuestro país. Siguió Pedro Guerra, que contó una bonita historia sobre el día que conoció a Cano, con «Luna de abril». Elegante y cuidada, destacó por encima de otras por su atemporalidad. Canción para ayer, hoy y mañana. Pasión Vega recordó los años argentinos de Carlos Cano en «Tango de las madres locas», letra triste y abrumadora sobre el abuso que vivió Argentina durante la crisis de las Malvinas. La canción se benefició mucho de un arreglo minimalista, piano y flauta, por detrás de la voz. La cantante madrileña dejó una de las mejores interpretaciones de la noche, sintiendo todas las palabras. El público se emocionó con la participación de Pablo Cano, hijo de Nacho. El retoño interpretó «Laila», canción que su padre escribió para su madre. El joven guitarrista volvería al escenario más tarde para un dueto con Álvaro Ruiz, quien pasó a la guitarra solista con éxito. La ausencia destacada de la noche fue la del Kanka. Su actuación estaba anunciada pero el Covid le ronda y decidió, por el bien común (y por obligación) permanecer en casa. Una lástima. Siguió Marwán, el único que se acordó de presentar a los músicos, cantando «Alacena de las monjas». Su voz encaja muy bien en el estilo y el acompañamiento de piano fue brillante. Andrés Suárez, con «Romance a Ocaña», mostró otro ángulo. Apoyándose muy poco en la guitarra, el gallego dejó una versión casi a capela de un tema muy melancólico en el que llenó con su voz el teatro sin necesitar el micrófono. Se beneficiarían mucho las jóvenes generaciones de escuchar hablar a Cano. Pausado, reflexivo pero firme, sus ideas, aunque universales, resuenan hoy con más fuerza que nunca ante las mordazas, robos y corruptelas que nos rodean. Después, Zenet, que tomó el escenario con «El último bolero». Con guitarra y trompeta más voz, ofreció a Madrid una de las versiones más melódicas y logradas de la velada. Bajo la sombra de su boina, este cantante malagueño deja entrever que su arte va más allá de las canciones. La primera banda que se subió al estrado (un cuarteto) lo hizo para acompañar a Rozalén en la que es, quizá, la canción más popular de Cano, «María la portuguesa». Aunque la interpretación fue realmente buena, cometió un error impropio de su talento: avisar al respetable de que era la primera copla que cantaba en directo. Error, ya que así prestamos todos más atención… De haber dicho lo contrario al empezar: «Llevo cantando esta copla toda mi vida» habríamos asumido que la de ayer era una versión libre. Estando sobre aviso dio la sensación de que la garganta no hacía lo que ella quería. El broche final fue para Javier Ruibal, discípulo aventajado de Cano. Con una preciosa interpretación de «Habanera de Cádiz» tocada a trío, llegamos al final de una noche en la que las canciones y versos fueron lo más destacado.

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