miércoles, 27 de enero de 2021

Confianza en la estrategia

La inmunización a través de la vacuna constituye la principal estrategia para superar la pandemia. Otros países nos han demostrado que obtenerla a través del contagio genera en muchos casos una enfermedad con efectos devastadores, lo que incide particularmente en las clases más desfavorecidas y en los más vulnerables. El sistema de confinamientos no resuelve de manera definitiva la situación, sin olvidar el enorme impacto que tiene en la economía, de la que, en gran parte, depende nuestro bienestar y salud. La esperanza que nos trae la vacuna viene acompaña de importantes retos y, en el plano bioético, por uno que, salvando las diferencias, conecta con el primero que sufrimos, en la llamada «crisis de los respiradores». La escasez de las dosis de vacunas exige establecer una estrategia de priorización hasta que se consiga el número suficiente para una cobertura universal. Ésta, sin dejar de ser una decisión muy difícil, puede desdramatizarse algo. La priorización en la asignación de recursos sanitarios no es una novedad ni una consecuencia de la pandemia, sino algo inherente a nuestro sistema de salud y, sobre todo, consecuencia de una de sus mayores virtudes, su carácter universal. Además, no es una priorización en la que se descarte el acceso de un paciente en beneficio de otro, como ocurre con las medidas de soporte vital, sino que produce un retraso en el acceso al recurso. Nadie va a quedarse sin la vacuna. No es de exclusión, sino meramente temporal. Y aunque su intensidad dramática sea menor, ello no le quita un ápice de compromiso ético. El diseño, con anticipación, de una estrategia que atienda no solo a criterios científicos, clínicos y económicos, sino también éticos y legales, es indispensable, y que ello se haga por un grupo multidisciplinar de expertos independientes. Lo importante no es el objeto, la vacuna, sino el sujeto, aquel que queda en peor orden de prioridad y, por ello, la decisión tiene gran calado bioético. La OMS nos dice que la asignación de recursos debe guiarse por los principios éticos. Y creemos que España puede mostrar con satisfacción que cuenta ya desde hace más de un mes con una Estrategia de vacunación que, comparada con las de muchos otros países de nuestro entorno, destaca no solo por su robustez científica, sino también por su solidez ética, habiéndose incorporado a la misma una extensa fundamentación ética (su apartado 3.4). Es, además, una propuesta viva, un documento vivo, como la propia pandemia, y que como tal se ha ido adaptando a los diferentes contextos cambiantes que estamos viviendo y al número de dosis a nuestra disposición. De hecho, ya se han publicado dos actualizaciones y podemos asegurar que no serán las únicas. Van presentándose nuevos temas a debate que aquélla ha podido no tener en cuenta y que se incorporarán a las actualizaciones. Creemos que la Estrategia, por su solidez, ha ayudado a vencer el principal reto al que nos enfrentábamos, la desconfianza hacia las vacunas. Sin embargo, surgen ahora dos nuevos retos, difíciles también, el de la insolidaridad, fácil cuando ya casi todos confiamos en la vacuna, y el de la desconfianza hacia la Estrategia por algunas conductas que han tenido gran impacto en la opinión pública y que puede que hayan pecado, en algunos casos, más de falta de transparencia que de irresponsabilidad. La Estrategia ofrece, además, una ventaja desde la perspectiva del principio de igualdad, principio ético y jurídico sustancial. Permite que todos los españoles seamos tratados por igual con independencia del territorio en el que vivamos. No es solo un mandato ético, sino constitucional, según los art. 1, 9.2, 14 y 149.1.1.ª CE. En definitiva, creemos que es importante que, al igual que criticamos con facilidad las cosas que se hacen mal, sepamos defender lo que se ha hecho bien y que, para superar esta crisis, no basta la actuación efectiva y ejemplar de los poderes públicos, sometidos a control político y a la crítica ciudadana, sino que todos sigamos ejerciendo nuestra responsabilidad y, así, saber defender lo que entre todos hemos logrado, poner el deber ser, los valores éticos y constitucionales, por delante.

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