sábado, 23 de enero de 2021

Iglesias, Puigdemont o la miseria moral

En febrero de 2019 visité Colliure con otros periodistas. El historiador Ian Gibson presentaba «Los últimos caminos de Antonio Machado» (Espasa). En la tumba del poeta recitamos el «Retrato» de aquel exiliado «ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar». Últimos días de enero de 1939. Diáspora y lluvia heladora. Antonio Machado pernocta con su madre, hermano y cuñada en un vagón abandonado de la estación de Cerbère. La mañana del 28 de enero de 1939 la doliente comitiva recala en Colliure. El ferroviario Jacques Baills les recomienda, por su economía, el hotel Bougnol-Quintana. La aguanieve se posa en los gabanes. El escritor Corpus Barga porta en brazos a doña Ana. La madre del poeta pregunta si llegarán pronto a Sevilla. En derredor, miles de refugiados empujados a los campos de concentración por los culatazos de los soldados senegaleses (en aquella procesión de cuerpos ateridos estaba mi abuelo, Bernardino Doria, rumbo a la playa de Argelès, reenviado luego al campo de concentración de Miranda de Ebro). Machado se hospeda en la primera planta del Bougnol-Quintana. Desde allí se divisa el puerto y el melancólico campanario de Nuestra Señora de los Ángeles. Baills muestra al poeta un cuadernillo donde ha copiado algunos de sus poemas; le trae periódicos y libros. Machado se quedó sin lecturas en la azarosa travesía de la derrota. Se acerca el último viaje. El 22 de febrero el asma de don Antonio da paso a los estertores. Dos camas: la del poeta muerto, la de su madre en coma profundo. Doña Ana expira el 25, cumplidos ochenta y cinco años. Al recoger el gabán de su hermano, José Machado da con un papel arrugado: «Estos días azules y este sol de la infancia». El periodista de la UGT Gabriel Trillas Blázquez evocará desde su exilio en Colombia lo que fueron aquellos días terribles: los porrazos de los soldados senegaleses: «Allez, allez!». En la playa de Argelès, rodeada de alambradas, los prisioneros intentan protegerse del frío; cavan hoyos en la arena, las olas toman el color de las heces. «Aquí se muere sin retórica; aquí se muere de verdad», le dice Trillas Blázquez a un compañero de cautiverio Diluvia en Argelès: «En pocos minutos el agua que caía a torrentes traspasó las chabolas, desmoronó las elementales barracas de barro, nos caló las ropas y los huesos y convirtió el campo en un barrizal inmenso». El faro de Port-Vendres ilumina cada madrugada los cadáveres: «Los atacados por disentería –el setenta por ciento de los refugiados– a causa del agua que bebíamos que no era potable, se iban a la playa a defecar y ya no sabían volver. Se pasaban horas y horas chapoteando en el lodo, en el agua, entre los hombres quejumbrosos y acurrucados con las entrañas desgarradas, entre los vendajes de los heridos desprendidos con la mojadura, entre los enfermos, entre las mujeres y los niños refugiados al abrigo de las alambradas de la entrada, entre las confortables garitas de los centinelas, entre los esqueletos de los caballos, entre toda la porquería depositada allí por 200.000 hombres acorralados». La crónica de Trillas Blázquez, «El quinto día llovió en Argelès», que seleccioné para mi antología de periodistas de los años 30 «Un país en crisis” (Edhasa), debería leerse en las escuelas. Eficaz vacuna contra los demagogos que comparan a los fugitivos separatistas con los exiliados republicanos. Para que no sigan banalizando la memoria de nuestros mayores. Esto va por Torra y Puigdemont: en agosto de 2020 se fotografiaron ante la tumba de Machado, español, exiliado y republicano que abominaba del separatismo egoísta que ellos representan. Va por Elsa Artadi, de Junts por lo que sea. El 12 de marzo de 2019 la «oprimida» con plumón Moncler de mil doscientos euros identificó la Cataluña independentista con el Holocausto. En un tuit ponía lazo amarillo a los 69 años de la muerte de Ana Frank en el campo de exterminio de Bergen Belsen con una cita del memorable Diario: «No se nos permite tener nuestra opinión. La gente quiere que tengamos la boca cerrada, pero eso no te impide tener tu propia opinión, todo el mundo ha de decir lo que piensa». Ni siquiera la efeméride era cierta: Ana Frank pereció en 1945; en 2019 se cumplían 74 años. También va por quienes se creen negros de Alabama para equiparar su revuelta burguesa con los derechos civiles que demandaba Luther King. Y esto va, cómo no, por el comunista del moño que esputó en prime time que el retiro dorado de Puigdemont en su casoplón de Waterloo es comparable a los exiliados republicanos. Calígula condecoró a su caballo e Iglesias al Fugado. Como escribió Camus, «Calígula no daba sus razones. Bastaba con que creyeran que las había». Por su miseria moral, que no económica, los conoceréis.

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