
Los investigadores tenían claro que la joven bibliotecaria Helena Jubany no cayó al vacío por voluntad propia desde la azotea de una finca de Sabadell (Barcelona) la madrugada del 1 de diciembre de 2001. La Policía Nacional, que capitaneaba las pesquisas, tampoco tenía dudas de que a los autores del crimen había que buscarlos en una reducida lista de amigos de un club excursionista que la víctima frecuentaba desde su llegada a la ciudad. Pero el suicidio en prisión de la maestra Muntsa Careta, supuesta colaboradora, que podría haber arrojado luz sobre el crimen, y que vivía en el edificio en el que Helena vio la muerte, tiró por la borda la posibilidad de depurar responsabilidades en un juicio. El...
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