
La gestión gubernamental de la crisis del coronavirus, casi dos meses después de decretar el estado de alarma en España, se está cobrando en términos políticos una víctima más: ha saltado hecha añicos la unidad de gobierno que pactaron proteger Pedro Sánchez y Pablo Iglesias con el objetivo de blindar la coalición desde un principio. Su última escenificación se produjo el pasado martes, durante el Consejo de Ministros de la «desescalada». Las antipatías personales y «traiciones» cambian por días Ya se habían filtrado convenientemente roces, grietas, desautorizaciones internas y aspavientos de Podemos en otras reuniones del Consejo de Ministros. Iglesias ha pretendido aumentar su influencia y su presencia en la gestión de la crisis, y quería evitar que fuese Sánchez quien monopolizase en exclusiva cualquier hipotético mérito. Ahora, la convivencia en La Moncloa se ha convertido en un suplicio de tensiones internas. Todo ocurre con tal rapidez e improvisación, que se hace difícil desentrañar la solidez de cada alianza política dentro del Ejecutivo, el alcance de las antipatías personales o las «traiciones» entre ministros y, sobre todo, la capacidad que puedan tener Sánchez e Iglesias para restañar las heridas que está dejando tanta confusión. Hace dos semanas, el Gobierno recurrió a la propaganda táctica para hacer público que las disputas internas eran solo «discrepancias» técnicas, y que la coalición quedó blindada en una conversación privada entre Sánchez e Iglesias. Se conjuraba la amenaza de la ruptura en plena tragedia… Pero Podemos quedaba por encima al reiterar que se oponía a una «desescalada» socio-laboral rápida, y que Moncloa no cedería a las presiones del empresariado. Más aún, habló de nacionalizaciones. En cambio, Sánchez y muchos de sus ministros ya barruntaban la caída de 5,2 puntos del PIB en el primer trimestre, de los cuales un mínimo de cuatro puntos se produjeron solo en la segunda quincena de marzo y los primeros días de abril. El diagnóstico empezaba a empeorar cualquier cálculo anterior. Y era letal. Podemos, y la conversión de España en un laboratorio ideológico Por eso Sánchez necesitaba exhibir un plan de retorno inminente, de reapertura de comercios y de activación de la industria al completo, consciente de que su oferta de «pacto de reconstrucción» a los demás partidos era solo un eslogan de diseño propagandístico para el reparto de culpas con la oposición. Este ha sido el nuevo, y hasta ahora último, choque entre Sánchez e Iglesias: Sánchez, en defensa de que España no fuera el país más lento en la reactivación económica, con el temor añadido de que una implosiva reacción social dañe al Gobierno de modo irreversible; e Iglesias, empeñado en prolongar el mayor tiempo posible el estado de «intervención» nacional, con España convertida en un laboratorio para la proyección del control ideológico del Estado y de futuras nacionalizaciones. Varios «mini-gobiernos» en un equilibrio inestable Así, la «desescalada política» que se está produciendo en Moncloa permite observar la conformación de hasta «cinco» mini-gobiernos o «gobiernitos» que conviven en un constante equilibrio inestable. El principal es el núcleo duro que ha configurado Pedro Sánchez tras haber desautorizado, en el Consejo del martes, a la vicepresidenta Teresa Ribera. A ella le había encomendado hace un mes el diseño de la «desescalada», y a ella se lo ha retirado. Ese Consejo volvió a demorarse por los conflictos internos, y varios ministros no conocieron el proyecto de «desescalada» hasta diez minutos antes de empezar la reunión. Tampoco las Comunidades Autónomas tenían un solo dato de Moncloa. La ironía del «comité central de La Moncloa» Todo se «cocina» ya en un «comité de dirección» de extrema confianza de Sánchez -que algunos en el PSOE empiezan a llamar irónicamente «comité central»-, conformado por Sánchez, Iglesias, Iván Redondo, Julio Rodríguez -el ex general del Ejército y hoy jefe de gabinete del líder de Podemos-, y Félix Bolaños, auténtico «hacedor en la sombra» junto a Redondo. Junto a todos ellos, participan de modo activo en la toma de decisiones María Jesús Montero como titular de Hacienda y portavoz, y cuya relación con el entorno de Podemos se está resintiendo notablemente; Salvador Illa, por razones obvias como ministro de Sanidad «abrasado» en el intento; o incluso Adriana Lastra, portavoz parlamentaria y ajena al Gobierno, pero de acreditada lealtad al presidente. El clan de los ministros «secundarios» en la crisis El segundo círculo concéntrico del Gobierno es el más delicado. Se trata de ministros muy influyentes en Sánchez, algunos de ellos amigos personales suyos, cuyo criterio ha ido perdiendo peso específico durante la gestión de la crisis: Carmen Calvo, apartada muchas semanas por enfermedad, pero cuya relación con Iglesias es manifiestamente mejorable desde el primer día; José Luis Ábalos, número tres del PSOE; Teresa Ribera, última «víctima» de Iglesias; Nadia Calviño, cuyo error de cálculo cuando predijo en febrero que España apenas se resentiría económicamente le ha costado descrédito interno en la toma de decisiones; Fernando Grande-Marlaska, cuestionado por sus errores en el «control» informativo de la crisis; o incluso Margarita Robles. La titular de Defensa es la única cuya imagen ha mejorado de puertas afuera de Moncloa, con un discurso propio contra el nacionalismo o asumiendo los errores cometidos por el Gobierno al margen de «relato» oficial. Se trata de un círculo con poder real, obediente a Sánchez, pero resignado a que sus puntos de vista ya no siempre se tienen en consideración. Un hueco para los «ministros resistentes» El tercer «gobiernito» es el de los resistentes. Moncloa recurre a ellos de vez en vez, asumen un protagonismo reducido y específico en sus respectivos ámbitos -Justicia, Agricultura, Exteriores o Educación-, pero no generan influencia en el «hardcore» de Moncloa. Juan Carlos Campo, Luis Planas, Arancha González Laya, Isabel Celáa, e incluso José Luis Escrivá tras haber sido desautorizado públicamente por Pablo Iglesias, son ministros en tierra de nadie, según los perciben algunas fuentes del PSOE, con lógico acceso directo a Sánchez, pero «sin valor preferente» a efectos de estrategia política. Podemos, endogámico salvo para defender la indolencia de Castells. El cuarto, sin duda, es el gobierno de Podemos. Pablo Iglesias impide que haya una sola grieta en él y todos se autoprotegen. Entre Irene Montero, Yolanda Díaz, Alberto Garzón y Manuel Castells, solo éste último, como titular de Universidades, ha decepcionado tanto incluso en el seno de Podemos, que en el PSOE se da por segura su futura destitución, antes incluso de que comience el nuevo curso. No obstante, es el núcleo más férreo y endogámico del Ejecutivo. El extraño y lejano «gobiernito de los ignotos» Finalmente, queda un reducto ministerial prácticamente ignoto y políticamente irrelevante para Sánchez: el de Pedro Duque, Carolina Darias -también cayó enferma al principio de la crisis y solo ha sido recuperada como emisaria para «sosegar» a las autonomías sin éxito alguno- , Reyes Maroto -extraña tanta ausencia de la titular de Turismo, cuando representa el 12 por ciento del PIB-, y José Luis Rodríguez Uribes, cuya única intervención en esta crisis indignó al mundo de la cultura. El peligro de «perder» al PNV y pensar en elecciones Con este Ejecutivo de «mini-gobiernos», Sánchez no solo afronta una «desescalada» técnico-sanitaria, sino una reactivación de la legislatura amenazada. Primero por ERC, a la que restan relevancia en La Moncloa porque a menudo sus rebeldías contra Sánchez son «impostadas» y diseñadas para su militancia independentista. Y porque si llegase a remontar en las encuestas la derecha, ERC siempre cedería sus votos a la izquierda aún a regañadientes. Cuestión distinta es el PNV. Objetivamente ha empezado a perder la confianza en Sánchez, y atrás queda el crédito que le concedió el partido de Íñigo Urkullu en la moción de censura contra Mariano Rajoy. «Pero sin el PNV, el PSOE puede verse abocado a convocar nuevas elecciones generales» El PNV se presenta como el partido garante de la industria y el empresariado vasco, y como tal quiere ejercer el control de la «desescalada». Cuestión de apariencia de autogobierno ante unas elecciones que Urkullu pretende celebrar en julio, con la anuencia o no de Sánchez. El resultado de esas elecciones, y la influencia que haya podido ejercer en su momento la gestión del virus, serán determinantes para el devenir de la legislatura y para el futuro de Sánchez. Pero sin el PNV, el PSOE puede verse abocado a convocar nuevas elecciones generales. En Moncloa preocupa más el clima de desentendimiento con el PNV que con ERC, entre otros motivos porque si Esquerra no es reversible ideológicamente, el nacionalismo vasco sí lo es. Temor a una «implosión social de bolsillos vacíos» Sánchez tendrá que recomponer también su relación con las comunidades autónomas, incluso algunas gobernadas por el PSOE que se están sintiendo «despreciadas» durante esta crisis. La advertencia, el pasado jueves, del aragonés Javier Lambán, fue nítida, al sostener que prefiere salvar la vida de los aragoneses que proteger a Sánchez. Tampoco el cántabro Revilla -hasta ahora asiduo garante del socialismo en el Congreso-, o el socialista García Page, ven razonable haber sido ignorados en la búsqueda de soluciones. Con todo, el riesgo de una implosión social en otoño si se confirma que la cifra de desempleados se estabiliza en el entorno de los ocho millones, es otra de las variables que maneja Moncloa con notable preocupación. Solo en ese caso de «inevitabilidad sobrevenida y extrema», fuentes socialistas asumen que Sánchez solicitaría el rescate a la Unión Europea. Sería una salvación «condicionada» de nuestra economía a medio plazo, pero el probable final de su Gobierno de coalición y sus «gobiernitos» anexos.
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