
Tras más de dos meses sin poder, Enriqueta Llambrich volvió este lunes a estar cara a cara con su madre, Enriqueta Roig, que vive en la residencia L'Onada de Deltebre, en las Terres de l'Ebre, en donde el coronavirus no ha llegado a entrar. Y como ella, una decena de allegados de otros inquilinos del centro han sido los primeros afortunados en reservar turno en una nueva agenda, la de las visitas de familiares. La zona del sur de Cataluña, ya en fase 2 gracias a su baja incidencia del coronavirus, reactivó el lunes los encuentros entre residentes y sus seres queridos, ya que la Generalitat habilitó a finales de la semana pasada un protocolo específico para cuando se empezaran a flexibilizar las condiciones en los geriátricos. La autorización para retomar las visitas en residencias en fase 2 publicada en el BOE el fin de semana dio luz verde a este paso hacia la normalidad de los ancianos, uno de los colectivos más castigados por el Covid-19. «Fue muy emocionante, después de haberlo pasado fatal. Los primeros días estaba yo peor que mi madre porque yo antes iba a diario a verla. También tenía mucho miedo de que se contagiara», explica a ABC Enriqueta hija. Su madre también estaba habituada a que cada domingo la sacaran del centro para pasar el día en familia y todo quedó truncado a medianos de marzo. Con todo, desde entonces, cada día han podido seguir en contacto por móvil, ya que la residente dispone de uno. Las actividades impulsadas por el equipo del centro (sobre todo música, baile y gimnasia desde los pasillos) hicieron pasar mejor el confinamiento, así como las videollamadas con dispositivos puestos por el centro, gracias a las que Enriqueta pudo ver a nietos y bisnieta, que sin duda, y sin desmerecer al resto de la familia, son a quienes más ansía tener cara a cara. Esperando una celebración de cumpleaños juntos Madre e hija, de hecho, se habían visto un día desde el jardín del centro, eso sí, con la verja de por medio. «Seguramente ese día fue el más impresionante», reconoce Enriqueta hija. El lunes, la visita se les hizo a ambas muy corta: una charla de 30 minutos en una sala habilitada para la ocasión, sin achuchones ni besos. «Me faltó poder abrazarla y me falta poder llevármela un domingo a pasar el día con la familia», lamenta. Ellos esperan que el 25 de julio, cuando la abuela cumplirá 95 años, puedan celebrarlo con una gran comida familiar. La familia de Dolors Cervera, otra usuaria de L'Onada Deltebre de 79 años, espera con ansias su hora, fijada para esta misma semana. «La hemos visto desde fuera del centro, en la distancia. Poder estar más cerca, aunque no nos podamos tocar, será muy emocionante», relata su hija Magda. El confinamiento ha sido también muy duro para ellos, especialmente para el marido de Dolors, que todavía vive en el domicilio familiar y al que «pasar de ir a verla cada día a no poder le ha supuesto un bajón, es quien peor lo ha vivido», reconoce la hija. «Saber que si todo va bien en julio podremos llevarla a casa es un aliciente para ella y también para nosotros. Necesitamos recuperar nuestras rutinas», sentencia con esperanza. «Hay algunos casos especialmente duros, como los de los residentes a los que les cuesta entender la situación y preguntan por qué no pueden tocar a sus seres queridos», expone a este periódico Mònica Bertomeu, la directora de L'Onada Deltebre. También las personas con dificultades de habla, para quienes la manera de demostrar y recibir cariño son los abrazos, el tacto, y con quienes estos días las plantillas se centran en reforzar el trabajo emotivo, explican desde el centro. De hecho, por este mismo motivo, el geriátrico formalizó las videollamadas durante el confinamiento como medida de contacto social entre familiares: las más de 500 hechas han sido como agua de mayo para los residentes. «Hemos visto muchas lágrimas de emoción y esto es lo más bonito. Para los 85 residentes lo más importante es su familia y para nosotros lo es el hecho de haber pasado esto sin ningún caso. Hemos sido unos privilegiados», reconoce Bertomeu. La responsable del centro, que exige a las administraciones que mejoren el sistema y los servicios para las residencias una vez pase la situación de emergencia sanitaria, recuerda que «trabajamos con ganas, estos días ha sido duro, pero amamos a la gente que cuidamos. Al final, todos seremos mayores y nos cuidarán». Desinfecciones y temperatura Ahora, además de retomar sus rutinas, el centro tiene que encajar los encuentros, fijados de 10 a 12 y de 16 a 18.30 horas. Pasó previamente una inspección del departamento de Salud y cada visitante, según el plan de la Generalitat, tiene que seguir estrictos controles como el uso de guantes y mascarillas, desinfección de zapatos o toma de temperatura. Las citas son de máximo 30 minutos una vez a la semana y por prevención debe ser siempre el mismo familiar el que acuda a las visitas. En Cataluña, por ahora tienen permitidas las visitas los centros en fase 2 sin ningún caso de Covid, solo 66 de las 1.073 existentes. Son, en concreto, 12 residencias de Alt Pirineu i Aran, 42 del Camp de Tarragona y 12 de las Terres del Ebre.
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