domingo, 22 de enero de 2023

Colau no es sostenible

Las obras para que el Plan Cerdà mute en el Plan Colau siguen arrasando el Eixample. Quienes se mofan del NO-DO con Franco inaugurando pantanos, bloques de la Obra Sindical del Hogar o el Plan Badajoz, aventúrense por la calle Consell de Cent convertida en laberinto, no vamos a decir dantesco, ese tópico que menta todo quisque cuando adviene la catástrofe sin haber leído la 'Commedia'. Laberinto de vallas, socavones, bolsas de basura sin contenedor cercano y pilas de 'panots' de diseño diverso, como si fueran restos de serie de una empresa de la construcción en fase de embargo. Allí verá a los trabajadores maltratando los tímpanos -propios y ajenos- con el taladro desde las ocho de la mañana (de lunes a sábado). 'De l'Angelus de l'aube à l'Angelus du soir', habría escrito Paul Claudel. Pero los cerebritos del comunismo que no osa decir su nombre no saben quién fue Claudel. Trabajar a destajo implica servitudes: un día de retraso en el plan de ejecución previsto contrae una multa de 900 euros. Ríanse de las pirámides y las expos que en el mundo han sido. Al estilo de la vieja política que tanto denostaba, la todavía alcaldesa pretende atravesar la campaña de las municipales cual paseo militar: de inauguración en inauguración. A eso lo llamaba «el estado en obras» Gonzalo Fernández de la Mora, el del crepúsculo de las ideologías, ideólogo del tardofranquismo. El estado en obras de Colau ha provocado, como mínimo, un descenso del veinticinco por ciento de la actividad comercial en la cuadrícula afectada. Y como las prisas son malas consejeras, el acabado acelerado de las «superislas» dejará flecos que degenerarán en puntos negros. Tenemos unos gobernantes que no nos merecemos. O, tal vez sí, ya que alguien les votó (yo no fui). Cada día conspiran para arruinarnos con impuestos y cimentar un régimen iliberal que etiquetan con el discursito buenista del progresismo. A Colau no le hace falta ninguna campaña: todo su mandato es una colección de eslóganes de esquematismo infantiloide. Quienes voten a Trias (o a Collboni, aunque no lo diga) quieren una Barcelona contaminada al servicio de la especulación capitalista (¡que malos!). Ella, (¡qué buena!) encarna la Barcelona purificada por el ecologismo que vive del aire: no a la ampliación del aeropuerto, no a las inversiones que estigmatiza como no sostenibles. Además de muchas otras cosas la Barcelona que 'ja no és bona' se acaba de proclamar, que no consagrar dado el laicismo de sus mandamases, en la ciudad de los radares. Diecisiete más para 2023. Lo advertía Joaquín Luna en sus adictivas columnas, ahora reunidas en 'Cuando te dejan'. Si Barcelona gana en algo a Madrid es con sus radares: 54 sobre los 28 de la Villa y Corte. Como en tantos protocolos del populismo progre, los aparatos ayudarán a «pacificar» entornos escolares, ralentizar la velocidad y disminuir la siniestralidad. Pero, como reza el dicho, de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno (en este caso, recaudatorio). Con un millón de multados en 2022 -ahora cuatro por minuto- el ayuntamiento da un gran paso adelante hacia el «hombre nuevo» marxista: «Los avances tecnológicos son el gran aliado para la forja del nuevo barcelonés, un ser resistente a todo tipo de controles, imposiciones multas, consejos imperativos, toques de queda, experimentos de obligado cumplimiento y cuanto amargaría la vida a un súbdito del régimen de Barcelona 92», escribe Luna. La ciudad que supera en radares a Madrid es también hegemónica como destino cannábico y en perseguir iniciativas «cosmopolitas», sustantivo que cabrea tanto al comunismo que no dice su nombre como al independentismo apoltronado en la Generalitat. Entre las ocurrencias de los Comunes, romper lazos de amistad con Tel Aviv, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo (en 2019 Barcelona recibió 431.000 turistas de Tel Aviv). En el Círculo del Liceo, con motivo de la presentación ante la sociedad civil digna de tal nombre de su incorrecto 'Joven, no me cabree' Albert Boadella volvió a calificar la progresía dominante como esa «plaga funesta que ha descompuesto todo orden prudente y juicioso». Si el progreso es inherente al devenir biológico humano, el progresismo «es el encubrimiento perfecto de las mayores imposturas y dislates, pues gravita sobre una rectificación frívola e indocumentada de las actitudes naturales y el sentido común… liquidar los vínculos y la herencia moral partiendo solo de uno mismo como el ser supremo y único». El 28 de mayo será el momento de cambiar los cacareados gobiernos de progreso por un gobierno de regreso (al sentido común). Colau no es sostenible. Eloi Badia abandona el 'bateau ivre'. Si las elecciones no le son favorables -se abraza a Yolanda Díaz pensando en el futuro- la todavía alcaldesa se quedará como Kinski en 'Aguirre la cólera de Dios': rodeada de unos cuantos monitos aulladores

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