domingo, 27 de marzo de 2022

El jardinero madrileño que logró traer 12.000 rosas a Madrid en plena I Guerra Mundial

Hasta en los momentos de mayor negrura, la poesía es capaz de aflorar. Un verbo que viene al pelo para la ocasión, porque de lo que se trata es de contar cómo el empeño de un hombre consiguió sortear las peores circunstancias para cumplir una misión florida. Esta es la historia de cómo llegaron a Madrid miles de docenas de rosas desde París cuando ya había estallado la Primera Guerra Mundial. El protagonista de tal proeza fue Cecilio Rodríguez, que llegó a ser el jefe de los jardineros municipales madrileños. Hijo de un capitán del Ejército español que murió en campaña, estudió en el Colegio de Huérfanos de la Guerra, y desde los 8 años fue integrante de la sección de aprendices de la escuela de jardineros creada por el Ayuntamiento. De la escuela pasó al servicio de Parques y Jardines de la ciudad, y de ahí al Retiro, donde completó su formación. Tan aplicado fue como alumno, y tan diligente cuidando árboles y plantas, que llegó a ser el jardinero mayor en el año 1914. Por aquel entonces, surgió la idea de crear un jardín de rosas en el parque de El Retiro. Se eligió como ubicación una zona que hasta entonces era un invernadero, y como inspiración probablemente se miró a Nicolas Forestier, arquitecto y paisajista que creó la Rosaleda del Bois de Boulogne, en 1905. Hasta París viajó Cecilio Rodríguez, para ver su ya famosa Rosaleda y con intención de comprar más de 12.000 rosas para la de Madrid. Sólo que había un inconveniente: era 1914, y acababa de estallar la Primera Guerra Mundial. Con semejante escenario, y pese a que Europa estaba en plena convulsión, Cecilio Rodríguez se las apañó para que las flores – y él mismo- llegaran a la capital de España intactas. Claro que si la contienda real se debatía a sangre y fuego en Europa, otra pelea, esta más dialéctica, se dirimía en la prensa de la capital. Al hilo, precisamente, de la Rosaleda. Y más exactamente, de su nombre. Al parecer, la idea de crear esta instalación fue del alcalde Carlos Prats, que quería para Madrid un espacio parecido al que ya se había incorporado a otras capitales europeas. Se pensó construirlo sobre el lugar que ocupaba, hasta ese momento, un estanque artificial sobre el que los madrileños patinaban en invierno. Al parecer, era un paraje especialmente soleado, por lo que el hielo duraba poco, así que el estanque se trasladó al Campo Grande -entre el Estanque y la actual Rosaleda-, y en el espacio liberado se colocó un invernadero gigante, que había sido cedido por el Marqués de Salamanca. Rosaleda del Parque de El Retiro Elegido el lugar, hubo que decidir cómo ejecutarlo. Y para ello, como ya se ha señalado, se envió al jardinero mayor, Cecilio Rodríguez, hasta París para visitar la Rosaleda de Bagatelle, en el Bois de Boulogne, y ver cómo habían resuelto allí el asunto. Faltaba sólo un pequeño detalle: cómo llamar al nuevo espacio. Porque había quienes pretendían que se la conociera como 'La Rosería', una innovación que no terminó de encajar y que, de hecho, dio lugar a un agrio debate en la prensa de la época, en el que tomaron parte muchos nombres destacados. Sin ir más lejos, en La Época del 16 de abril de 1915 se alude a la polémica al señalar las palabras de Mariano de Cavia: «Rosaleda es donde se crían rosales», concluía, dando por ello carta de naturaleza al nombre que la lógica indicaba y que, finalmente, se implantó. No fue el único en manifestarse en esta batalla dialéctica sobre el nombre de la instalación: también la ilustre escritora Emilia Pardo Bazán señalaba, en una carta publicada en El Imparcial el 30 de abril de ese mismo año, que el lugar debía llamarse «rosaleda, como una en las Torres de Meirás», el pazo que mandó construir y en el que residía varios meses al año.

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