
A Alfonso Ortega le sonó el teléfono el sábado antes de las ocho de la mañana. Eran sus compañeros del Hospital Puerta de Hierro advirtiéndole de que no saliese de casa y diciéndole que ellos tenían que permanecer en el centro sanitario debido a la fuerte nevada que tiñó Madrid de blanco y al estado de las carreteras. Pero en lugar de seguir la recomendación de sus colegas, Alfonso se vistió con ropa de nieve –unas polainas, botas y bastones– y se armó de valor. «A las 8 salí de casa con toda la ventisca, tardé más de dos horas en llegar al hospital, caminando los 10 kilómetros que separan el Puerta de Hierro de mi casa en Boadilla, pero tenía que hacer guardia», relata este intensivista, tras terminar el largo turno de trabajo. Cuando llegó, las piernas le temblaban por el esfuerzo y se sentía cansado, pero volvería hacerlo. «Me dio cosa por mis compañeros, quedarte dos días de guardia es muy duro. Pude relevarlos y ocuparme yo que, al fin y al cabo, era mi guardia», continúa el doctor. Andando por la carretera, se quedó un par de veces atascado y con la tentación de volver atrás. «No había coches, no pasaba nadie que me ayudase. Pensé: “Estoy muerto, ¿qué hago aquí?”. Casi no veía por la ventisca, me salí de los límites de la carretera. Pero después incluso disfruté, fue algo excepcional ver la carretera cubierta de nieve», relata, sobre la travesía que normalmente le lleva diez minutos en coche. «Los compañeros que viven en Madrid no podían llegar; en mi caso, aunque fueron diez kilómetros andando por la nieve, era posible». Ayer, tras salir de la guardia, regresó de nuevo caminando pero, esta vez, tardó algo menos de hora y media. «Compensa saber que he ayudado a los compañeros que me habían dicho que no me moviese de casa y atendido a los pacientes», afirma Alfonso, que lleva trabajando quince años como especialista en la UCI. Alfonso Ortega, intensivista del Puerta de Hierro, a su llegada al hospitalAl igual que él, el turno de enfermeras de hospitalización a domicilio del Hospital Gregorio Marañón –formado por Teresa, Encarni, Inma, Irene, Ana y Sofía– trabajó el sábado por las calles aisladas de Madrid. Llegaron a su puesto, como cada día, a las ocho de la mañana pero, a diferencia de las otras jornadas y por la falta de medios y el estado de las vías, tuvieron que realizar su trabajo en Metro y andando, cargadas con las medicinas, maletín, mochilas de curas y demás aparatos para poder proporcionar una buena atención a los pacientes. En total, atendieron a seis personas en sus viviendas y a 21 por contacto telefónico, ante la imposibilidad de llegar. «Nos repartimos las rutas por barrios: Vicálvaro, Vallecas, Moratalaz y Pacífico. Cogíamos el Metro más cercano y luego íbamos andando hasta cada casa. Hubo muchos compañeros que no pudieron llegar porque viven más lejos del hospital», explica Teresa. Cargadas y sobre la nieve, anduvieron más de diez kilómetros. «Llegamos exhaustas. Cuando timbrábamos en las casas, nos preguntaban qué hacíamos ahí y cómo habíamos llegado, pero no podíamos dejarlos sin atención», continúa. Con botas de montaña, ropa de calle y alguna con el uniforme sanitario, se prepararon para salir, llegar a las viviendas y realizar tratamientos intravenosos, curas y toma de muestras, además de constantes vitales. «Intentamos ir de dos en dos para que si una se caía la otra le pudiese ayudar», relatan. Encarni fue la única que se quedó sola: «Fui con miedo porque cambiando de un domicilio a otro, desde Pacífico hasta la Basílica de Atocha, vi cómo se caían tres árboles». A Inma y a Teresa les tocó desplazarse hasta Vicálvaro. «La nieve nos llegaba hasta la rodilla, hacía mucho frío», dicen ahora. «Cuando llegamos a las zonas de los domicilios, la gente nos tuvo que orientar. Lo único que nos impulsaba era llegar, poder atenderlos, hacer nuestro trabajo aunque en peores condiciones», afirman ellas. «Ayer [por el sábado] había mucha gente en la calle con trineos, que es una dificultad añadida. Teníamos la preocupación de encontrarnos con alguien que se hubiese caído y tener que atenderlo en la calle», explica Inma. Encarni, Ana e Irene, enfermeras de hospitalización a domiclio del Gregorio MarañónBea y Patricia son otras dos enfermeras que se unieron ayer al equipo para prestar asistencia y que sus compañeras no tuvieran que desplazarse solas, con la complicación añadida del hielo. «En medio de uno de los desplazamientos, hemos atendido a un joven en el Metro. Tenía dolor torácico, no se tenía en pie. Sus familiares lo llevaban en brazos», explica esta enfermera, rememorando lo vivido durante la mañana. «La familia nos contó que el chico se puso malo la noche anterior, vomitando. Les fue imposible contactar con el 112. Tras atenderlo, lo acompañamos hasta Sainz de Baranda. Allí nos encontramos con un coche de Policía que fue el que lo trasladó hasta Urgencias», concluye. En el sur de Madrid, concretamente en Fuenlabrada, vive Julio, médico del Servicio de Atención Rural (SAR) de Humanes. Sus compañeros lo esperaban el sábado para que les diese el relevo, pero no pudo llegar. Ayer, decidido, cogió su bicicleta y recorrió, entre nieve y hielo, los seis kilómetros que lo separaban del centro de salud. «Me dio mucho pesar por mis compañeros. El otro médico y la enfermera llevaban desde el viernes por la mañana. Se alegraron mucho al verme cruzar la puerta, hasta lloraron», dice ahora. Tardó 20 minutos en llegar al destino. «En muchos tramos me resbalaba con la bici», recuerda: «Los compañeros estaban desesperados después de dos días solos, la gente del pueblo y de Cruz Roja tuvo que llevarles comida». Julio, con sus compañeros del SAR de HumanesUn parto entre nieve fue a lo que se enfrentó Marisa, enfermera del centro de salud Doctor Pedro Laín Entralgo, en Alcorcón. Su compañera, Mercedes, la avisó de que una amiga empezaba a tener contracciones. Es su sexto hijo y había llegado días antes a Madrid huyendo de la nevada que prometía asolar el pueblo de Cuenca donde vive. Ironía del destino se quedó prácticamente aislada en la localidad del suroeste de la región. «El viernes su marido se quedó atrapado en la M-40 y ella empezó a sentir contracciones, pero lo achacó a los nervios», cuenta Marisa. Al día siguiente, fueron a más. Las enfermeras se desplazaron hasta su casa, andando lentas sobre la nieve, y la atendieron siguiendo las indicaciones de la matrona del centro de salud, que no podía llegar. Como las contracciones no eran constantes, se fueron en Metro hasta el hospital de Alcorcón. «Ella estuvo muy tranquila todo el trayecto», dice sobre la embarazada. El bebé, al final, aguantó hasta la llegada al hospital para nacer. Mónica, enfermera de Traumatología en el Hospital 12 de Octubre, se enfrentó a lo contrario: llegó en coche a su centro de trabajo pero volvió andando a su domicilio, en Parque Coimbra. «Mi novio nos llevó en coche el viernes por la noche a una compañera y a mí. Entrábamos a las 22 horas y salíamos a las 8.3o», indica. Tras todo el turno, y como sus compañeros de la mañana habían conseguido llegar, decidieron volver a casa en transporte público hasta Metrosur y Móstoles. «Íbamos preparadas ya con ropa de nieve, pero, además, cogimos dos monos de EPI para andar el trayecto, para que la nieve resbalase más», explica sobre lo que tuvieron que realizar para regresar: «Salimos a las 8.30 y llegamos a las 12.30, pero no lo considero nada meritorio porque solo fui a hacer mi trabajo».
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