
En mayo, la futbolista Alex Morgan, una de las estrellas de la selección estadounidense, dio a luz a su primera hija. Apenas seis meses después, volvía al campo con una nueva camiseta, la del Tottenham. Sin embargo, su historia es prácticamente una excepción en el deporte femenino. Para evitar que muchas jugadoras sigan colgando las botas cuando deciden tener un hijo, la FIFA ha creado un nuevo reglamento, que entró en vigor el 1 de enero, para proteger a las embarazadas. «La FIFA es un referente a nivel mundial, y estos gestos y normas sirven también para dar un empujón a los demás. Nos anima a romper barreras en el deporte femenino, donde las cláusulas anti embarazo estaban a la orden del día y siguen estando en muchas ocasiones», denuncia Arantxa Uría, asesora jurídica de la Asociación para Mujeres en el Deporte Profesional. A falta de leyes nacionales más ambiciosas, la máxima autoridad mundial del fútbol impone una baja por maternidad de 14 semanas como mínimo y establece que durante este periodo las jugadoras percibirán dos terceras partes del salario que estipule el contrato. Asimismo, la FIFA insiste en que la validez de una ficha no puede supeditarse al hecho de que una jugadora esté embarazada, crea una protección especial ante su rescisión y prevé sanciones y m ultas para aquellos que no lo cumplan. También permite al club contratar provisionalmente a una jugadora fuera del periodo de inscripción para reemplazar a otra que esté de baja. El caso de Irisarri Además, los clubes tienen la obligación de proporcionar un lugar adecuado para que la jugadora amamante al bebé o se extraiga leche y facilitar su vuelta al trabajo con un asesoramiento médico específico. Esto último es precisamente lo que más echó de menos la exjugadora del Osasuna Maider Irisarri, que volvió al campo a principios de año, apenas cinco meses después de dar a luz. «Cuando me quedé embarazada, en el club se pusieron muy contentos y prometieron guardarme mi hueco. Pero no hay protocolos para la vuelta a la competición. El cuerpo sufre un cambio salvaje, y sería necesario que en los clubes haya alguien especializado para que puedas volver a estar pronto en condiciones óptimas de rendimiento. Cuando fui al servicio médico me dieron plazos de risa. Hay mucho desconocimiento», admite la jugadora, que tuvo que hacerse sus propios entrenamientos. Lamentablemente, luego llegó la pandemia e Irisarri no pudo compaginar el deporte profesional con su trabajo y la familia, así que decidió retirarse a final de temporada. Actualmente, según recuerda un informe presentado hace unos días por la Fundación Thomson Reuters sobre el trato a las mujeres en el deporte profesional, en los 16 equipos españoles de Primera división femenina no hay ni una jugadora que sea madre. «Muchas deportistas posponemos la decisión de tener hijos porque parece que ahí se acaba tu carrera. Si hubiese más respaldo de las instituciones ayudaría muchísimo, sin duda», subraya Irisarri. Y eso que muchos de los requerimientos de la FIFA quedaron recogidos en el convenio colectivo del fútbol femenino que se firmó a principios de año, que permite una renovación automática de la ficha de la futbolista embarazada y crea protocolos contra el acoso y la violencia de género. «Nosotros hemos hecho los deberes, aunque nuestro trabajo nos ha costado», reconoce María José López, abogada de la AFE (Asociación de Futbolistas Españoles). Uno de los problemas, señala, es que en España la Ley del Deporte, de 1985, no contempla cuestiones de conciliación ni maternidad. Además, señala, antes de la firma del convenio colectivo muchos contratos de futbolistas «eran mercantiles». «Ahora están amparados por el derecho laboral, lo que prohíbe incluir cláusulas anti embarazo», subraya. «En cualquier otro campo es impensable que haya una segregación tan presente. El deporte, que es tan mediático, en cuestiones de derecho laboral avanza más lentamente que otros ámbitos», lamenta López. Sus palabras las corrobora el informe de la Fundación Thomson Reuters, que señala que España, en comparación con otros países europeos e iberoamericanos, «presenta uno de los esquemas legales más represivos hacia las atletas embarazadas al permitir la incorporación de cláusulas que podrían rescindir el contrato en caso de embarazo». Discriminación Pero el problema no es solo legal, sino «también de intimidación», denuncia la abogada, que defiende a la ciclista Leire Olaberria, quien llevó a los tribunales a la Federación Española de Ciclismo al entender que sufrió un trato discriminatorio por querer compaginar su ocupación profesional como deportista de élite con su maternidad. «Ahora estoy orgullosa de conocer mis límites físicos y psicológicos. Pero el reto es que todas las palabras que oímos sobre conciliación sean una realidad. La Ley del Deporte está obsoleta, y sin unos mínimos dignos no habrá presente ni futuro. Nuestro cuerpo es nuestra herramienta, sufre durante cuarenta semanas y podemos volver a competir, pero necesitamos sensibilidad», afirma la medallista olímpica, que insiste en que su pequeño es su mejor medalla. «Animo a las niñas a que luchen y trabajen y que acepten los criterios técnicos siempre y cuando no se pisen sus derechos fundamentales», aclara. En medio de esta tormenta perfecta, las atletas españolas que han vuelto a la competición tras ser madres, además de Olaberría, casi se pueden contar con los dedos de las manos: las piragüistas Teresa Portela y Maialen Chourraut, la nadadora Gemma Mengual, la windsurfista Blanca Manchón, las atletas Nuria Fernández, Isabel Macías y Diana Martí y la yudoka Marta Arce, entre otras. Otra famosa nadadora, Ona Carbonell, ha vuelto este otoño a entrenar tras dar a luz a su primer hijo, Kai. «Hay que ser valientes, talento tenemos», afirma Mar Mas, presidenta de la AMPE.
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