André Vilasboas llegó como entrenador al Chelsea en 2011 tras una exitosa etapa en el Oporto. Pese a un estilo futbolístico dispar, más de uno vio en el portugués paralelismos con la carrera de José Mourinho, el «especial», toda una leyenda del club londinense y del que Vilasboas había sido asistente durante cinco temporadas. Sin embargo, la comparación no llegó a ser tal, pues el técnico fue despedido tras ocho meses en el cargo. «Quizás llegó demasiado joven», dijo por aquel entonces Frank Lampard, máximo goleador de la historia del equipo y capitán del aquella plantilla. Casi una década después, es el inglés quien abandona el banquillo de Stamford Bridge, con el Chelsea en novena posición de la Premier, la peor media de puntos en liga desde que al equipo lo financia Abramovich y tras haber gastado 247 millones de euros en verano. El fracaso del Lampard, además de una hoja más en el viento, es la última evidencia de que cada vez son más los grandes proyectos futbolísticos que acuden a leyendas, hombres de la casa sin demasiada experiencia en los banquillos, para dirigir unas plantillas desatadas en egos y salarios. Si el Barcelona de Guardiola marcó un antes y un después por su juego y resultados, también lo hizo por riesgo, pues fue Laporta quien, tras la marcha de Frank Rijkaard, hipotecó un equipo lleno de estrellas a un entrenador que solo contaba con un año de experiencia en los banquillos. Salvo contadas excepciones, casi todas en un mismo territorio, el resultado no ha sido igual de satisfactorio. Hoy son varios los grandes equipos de Europa que están dirigidos por hombres amparados por esta fórmula. La Juventus, abusiva en Italia pero algo acongojada en la Champions en la última década (dos finales perdidas, contra Barça y Real Madrid), se deshizo de Mauricio Sarri en el último verano para encomendar su proyecto a Andrea Pirlo, retirado hace solo tres años. El italiano, pese a que en el imaginario futbolístico se le vislumbra con la camiseta del AC Milán, llegó al equipo de Turín en 2011 a coste cero. En los siguientes cuatro años, la Juventus ganaría todos los trofeos ligueros con el mediocentro como director excepcional. Hoy, en su primera temporada como técnico en su carrera, el equipo se posiciona como quinto en la tabla, con un partido menos que sus competidores, y sin demasiadas muescas de exhibición, aunque con dos victorias que amparan su trabajo hasta el momento: una en la Supercopa de Italia (2-0 contra el Nápoles) y otra en el Camp Nou (0-3) para conseguir el pase como primero de grupo en la Liga de Campeones. El Manchester United lleva desde 2013 en la búsqueda de un sustituto digno de Sir Alex Ferguson. Desde entonces ha probado todos los estilos, desde el rudimentario fútbol que trajo a Old Trafford David Moyes (firmó por seis temporadas y fue despedido tras la primera) hasta el soporífero juego-control de Van Gaal o la fricción de Mourinho. Ahora, al equipo, con algo más de éxito que sus predecesores, lo dirige Ole Gunnar Solskjaer, el héroe de la Champions que el United levantó en el Camp Nou en 1998. Pese a ser líder de la Premier, al noruego, al que como jugador le apodaban «baby face killer» (asesino con cara de bebé) por su apariencia inofensiva pero letal instinto goleador, le ha costado arraigarse en el puesto. Los «diablos rojos» perdieron tres de sus primeros seis partidos este año y el escandinavo estuvo cerca de una despedida. Otro club inglés, el Arsenal, buscó el mismo efecto en el español Mikel Arteta, que jugó bajo su escudo cinco temporadas y hoy es su entrenador, con escaso éxito hasta el momento (ocho victorias en diecinueve partidos). La excepción española En la actualidad, los jugadores, algo consumidos por la magnificencia entregada desde la grada, prefieren mirar antes a un ídolo que a un abultado libreto de jugadas. Tras el éxito de Guardiola en el Barça, fue primero el Atlético y más tarde el Real Madrid quienes se lanzaron a los brazos de sus antiguos referentes. Simeone, una de las luces del doblete del 96, llegó al Manzanares en 2012 con solo seis meses de experiencia en un banquillo europeo en el Catania. Hoy, no solo ha llevado al club a sus más altas cotas de éxito, sino que ha creado escuela, algo tan argentino, el «cholismo». El Real Madrid, por su parte, entregó un proyecto ya ganador a un entrenador que solo había dirigido 37 partidos en el Castilla. Zidane, el único de esta lista que ha replicado e incluso mejorado en resultados a su homónimo catalán, ganó tanto que normalizó la proeza.
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