Como los que rectifican suelen ser los sabios, y este ya figura en el Olimpo de la Copa de Europa, parece justo considerar a Jürgen Klopp como tal. Hay argumentos para quienes desconfíen, ninguno más claro que atender a la evolución del Liverpool. De Kiev a Madrid, con apenas un par de piezas distintas, los «reds» han incluido en su perfil la dosis de pragmatismo, entiéndase como la vía para empinar los partidos a su rival, que todo campeón necesita. A diferencia de hace un año, los pupilos de Klopp saben jugar a lo que convenga. A partir de hoy, cuando todo son sonrisas en Liverpool, al entrenador de Stuttgart le tocará estrujarse los sesos para que al cuento le queden páginas. Todo será más fácil una vez que Fabinho se ha destapado como uno de los pivotes del momento. Si Alisson bloqueó el grifo que Karius nunca supo cerrar en la portería, lo de Fabinho ha sido como plantar un dique en mitad del río Mersey. AVan Dijk, con partidos como el de ayer, es mejor no menospreciarlo con simples adjetivos: es el futbolista del momento. Donde lo que hace un año se encomendaba al compromiso, el sudor y la disciplina de Henderson, con Fabinho queda del lado de lo cerebral, el posicionamiento y la calidad táctica de quienes son referencia en su puesto. No deja de ser curioso que, hasta su etapa con Jardim en el Mónaco, el no siempre internacional por Brasil fuese un lateral derecho correcto, sin grandes glorias que destacar. A un toque Debió ser reconfortante para Firmino ver cómo su presencia en el círculo central no era un peaje obligatorio si el Liverpool pretendía hilvanar algo decente cuando los espacios escaseaban. Casi siempre a un toque, y siempre bien perfilado, el mediocentro tocó rápido y sin compromiso, lo cual no le impidió dar pie a acciones comprometidas para Lloris, como cuando cambió la orientación del juego con una apertura seca sobre la izquierda que acabó culminando Robertson en la frontal. Esa simpleza con la que Fabinho se desenvolvía fue extensible a todo el Liverpool. Apoyados en el gol madrugador de Salah, no hubo espacio para las concesiones: cuando tocó despejar se hizo sin remilgos, sin urgencias estilísticas que hicieran dudar a los «reds». Ayer tocaba otra cosa. El 0-1 dejó entre hielo la necesidad de contragolpear del Liverpool y moderó la voracidad de su presión, bien resuelto el balón largo por el pivote brasileño, un alivio para Van Dijk cuando el balón vuela hacia sus dominios. No tenían buena cara Alli o Eriksen, empantanados en el lodazal de Fabinho. Klopp dirá si el plan de partido, la nada si se compara con el duelo eléctrico que se esperaba, se vio influido por el ciclón emocional del segundo veintidós. Pero si algo constató el duelo de mínimos que cerró esta Champions es que en el armario del Liverpool hay, junto a su sexta Copa de Europa, unas cuantas caretas más.
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