sábado, 29 de junio de 2019

No es no

El problema del momento político que cruza la actualidad es que requiere diagnósticos psiquiátricos. Ninguna otra ciencia puede explicar lo que pasa. Y la lógica, menos que ninguna. Desde que el «no es no» entró en escena, la terquedad se ha convertido en la conducta dominante de los partidos. ¿Y cómo criticarlo? Llevamos décadas denunciando la falta de fiabilidad de la palabra dada en la contienda política. Hemos asumido que los actores de la vida pública son parlanchines sin escrúpulos propensos a decir una cosa y a hacer la contraria sin que se les mueva un solo músculo de la cara. Su habilidad para la mudanza de criterio, el carácter cambiadizo de sus promesas electorales, han llenado de descrédito su reputación. La idea de que las promesas electorales están hechas para ser incumplidas ha hecho fortuna entre una ciudadanía curada de espanto. Hasta hace unos días, todos dábamos por hecho que Rivera mentía cuando afirmaba categóricamente que jamás apoyaría a un gobierno socialista, que Sánchez haría lo que fuera con tal de seguir en La Moncloa, y que Iglesias evitaría a cualquier precio una repetición electoral que amenaza con sepultarle en la irrelevancia. Y, sin embargo, parece que nos equivocábamos. De momento, la hipocresía de Ciudadanos a la hora de renegar del PSOE y la prisa del PSOE por amarrar la investidura se han demostrado falsas. El «no es no» parece haber llegado para quedarse. Para dejar claro que no cambiará de opinión, Rivera ha aguantado inmóvil como un poste la rebelión interna de muchos de los suyos. El viernes les invitó a fundar un nuevo partido. Queda claro que en Ciudadanos se ha producido un cambio de proyecto que altera sus señas de identidad. Nació para erigirse en árbitro de las mayorías de Gobierno. Quería evitar que las minorías independentistas extorsionaran al Estado y que los dos grandes partidos abrazaran políticas regeneracionistas. Pero ahora ya no quiere condicionar al poder, lo que quiere es acapararlo. El partido bisagra se ha trasmutado en partido cucaña. Más que una cuestión de coherencia, detrás de la irreductible actitud de Rivera de no casarse con el PSOE hay un cálculo de ambición personal. Para disputarle a Pablo Casado la jefatura de la oposición -como paso previo a su asalto al poder- la condición indispensable es quedarse en la oposición y demostrar desde su bancada que tiene más musculatura, más reflejos, más discurso y más cuajo que el líder del PP. También hay más cálculo personal que coherencia política en la postura de Sánchez de negarle a Iglesias un asiento en el Consejo de Ministros. Nunca se comprometió a hacer tal cosa y muchos tenemos la impresión de que no lo haría si viera comprometida su continuidad en la presidencia del Gobierno. Es precisamente esa prioridad la que le lleva a mandar a Podemos al cuarto oscuro de los segundos niveles de la Administración. Con podemitas en el banco azul no tendría ninguna posibilidad de poner en práctica la llamada geometría variable, y Sánchez quedaría condenado desde el mismo momento de su investidura a gobernar con populistas e independentistas en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de la legislatura. Al no garantizarle la mayoría absoluta, Iglesias se convierte en un lastre que le condena a vivir atrapado en la estructura mecánica de Frankenstein para siempre. Así las cosas, la única duda que queda por despejar es si la tercera de las obcecaciones que configuran la situación política actual -el «no es no» de Iglesias a apoyar la investidura de Sánchez si no hay carteras ministeriales para él y los suyos- se mantendrá hasta el final. La lógica dice que no. Sobre esa premisa escribí el pincho de tortilla y caña de la semana pasada, aunque ahora no estoy nada seguro de ganar la apuesta. La situación actual, como decía al principio, no requiere diagnósticos lógicos, sino psiquiátricos. ¿Condenará Iglesias a su partido a una repetición electoral suicida por una simple cuestión de despecho? ¿Tanto vale para él su nombramiento ministerial? Pincho de tortilla y caña a que sí. El aire atufa a nuevas elecciones.

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