domingo, 20 de noviembre de 2022

Habla el padre de la novia de la boda de Torrejón: «Micael no es el único culpable, esperamos que los hijos sean detenidos»

El reloj marca las cuatro de la tarde en un pequeño bar del barrio de Lucero y Ramón Silva Barrul abre la puerta con decisión, aunque un pensamiento lo atormenta desde hace dos semanas: pese a intentarlo, no pudo evitar que el día más feliz de la vida de su hija Sonia terminara en masacre. El móvil no para de sonar: primero, su primogénita, que ha cancelado su luna de miel y guarda luto por las cuatro personas que fallecieron hace dos semanas cuando su boda, en El Rancho de Torrejón , todavía no había terminado; luego, clientes del taller automovilístico que gestiona muy cerca de la zona en la que se ha criado, San Isidro. Ramón quiere borrar de su memoria las imágenes que lo persiguen desde que Micael Da Silva Montoya atropelló de forma intencionada a una docena de invitados al enlace. Micael, en cambio, no era uno de ellos. La madrugada del domingo, 6 de noviembre, cerca de 500 personas bailaban en la improvisada pista en la que se había convertido el salón de El Rancho. Micael, 'El Gallego', decidió personarse con sus hijos y un sobrino poco después de la medianoche tras ver vídeos en directo a través de TikTok. O eso cree el padre de la novia. «Eso es costumbre entre nosotros. Si alguien viene después del banquete , lo acogemos y le servimos una copa. Nos da igual que sea de los nuestros o no», aclara, mientras pone el foco en el lejano parentesco que el único acusado de los cuatro crímenes mantiene con la familia. »Es el marido de una prima de un primo de mi consuegro. Yo no lo conocía, pero sí que alguno de mi familia política sabía que era conflictivo«, detalla Ramón. Pese a esa idea, nadie podía imaginar lo que haría un par de horas después, cuando a bordo de un destrozado Toyota Corolla huyó con sus hijos y el sobrino. «Él no es el único culpable, esperamos que sean detenidos y los hijos vayan a un centro de menores». Noticia Relacionada reportaje No Dos bodas y seis funerales: enlaces de extrarradio por temor a las reyertas entre clanes Aitor Santos Moya La pedida de El Álamo, en 2020, y el casamiento en Torrejón de Ardoz, la semana pasada, acabaron en atropellos con víctimas mortales Pero más allá de la justicia ordinaria, los Silva no quieren venganza: «Por mucho que se diga, no se puede pensar que por ser gitanos tiene que haber represalias». Al menos, violentas, porque el destierro de los familiares de la rama de los Da Silva no es negociable. «Eso se hace por respeto, por no tener la tripa de ver al hermano o al padre de la persona que ha cometido el delito», sostiene el progenitor de la joven, cansado del trato mediático al que han estado expuestos. «No somos indios ni estamos en la Edad de Piedra. Somos personas normales, con una cultura que a lo mejor es más antigua, pero es la que nos gusta», advierte, alejado también de la etiqueta de clanes. Faltas de respeto Aunque el tiempo pasa, la pena pesa. Las muertes de Casiano, su madre Consuelo, Juan Manuel e Iván, de solo 17 años, han teñido de luto a una familia unida en el dolor. La prioridad de todos ha sido velar a los fallecidos y atender diariamente al resto de parientes heridos, lo que deja en un segundo plano otras incógnitas del macabro suceso. Ramón, que habla sin tapujos, consciente de lo importante, despeja una de las más comentadas. «El dinero de la 'manzana', unos 13.300 euros, ha desaparecido. Lo llevaba la abuela del novio (Consuelo) y como la atropellaron... No sabemos si alguien aprovechó para cogerlo», relata, sin creer que parte del montante fuera afanado por los Da Silva. «Los billetes que encontraron en el coche serían para huir a Portugal , no sé si harían una parada antes y se los darían. La verdad es que no lo sé». Mucho se ha especulado con el origen de la trifulca que tiñó de muerte la boda. Un posible cortejo a la novia por parte del sobrino, viejas rencillas, una invitación al enlace pero no al banquete... «Todo mentiras». Ramón lo siente por su hija, «por las cosas que se han dicho de una niña que ha sufrido lo insufrible en el día más importante de su vida». Por ello, no duda en revelar la verdad. «El detenido y los hijos empiezan a meter la pata», sostiene, tanto, que hasta en una ocasión es él quien se ve obligado a reprenderlos. «Vi que tenía una botella de whisky y le dije que la dejara porque esa botella era más cara y la teníamos reservada para otras personas», prosigue, avisando a su consuegro de que se había visto obligado a esconder varias bebidas alcohólicas. Un primer toque de atención que no mitigó las faltas de respeto. Micael y su prole sacan el móvil y comienzan a grabar, una acción sin trascendencia de no ser porque el objetivo de los vídeos son «los culos de las mujeres», regados, además, de comentarios machistas. Es entonces cuando el padre del novio y varios de sus allegados les invitan a marcharse. El portugués discute con alguien por un «vaso de whisky» y uno de los jóvenes propina un puñetazo al consuegro de Ramón. Por si fuera poco, otro de los expulsados saca una navaja. «Se lo recriminan y le consiguen apartar», añade el cabeza de familia. Una pelea que sin previo aviso está a punto de hacer saltar todo por los aires. «Fue una pesadilla, todo el mundo llorando. Cuando salgo veo los cuerpos allí tirados. Al hermano de mi yerno le habían pasado por encima en el pie y me quedé con él, porque estaba sangrando mucho», recuerda Ramón, sin entender la crueldad de un hombre que nada más terminar el conflicto se marchó al coche y se acercó despacio y con las luces apagadas hasta el corrillo formado. «La gente se confió y aprovechó para acelerar, le dio igual que hubiera bebés, niños pequeños, personas mayores», remarca, desmontando la teoría de que Da Silva y los suyos esperasen un rato para perpetrar el salvaje ataque. Llamada del Señor Dos semanas después, Fernando, hermano e hijo de Casiano y Consuelo, respectivamente, por fin está fuera de peligro. «Es el que está más grave, cuando ingresó le daban dos horas de vida, pero Dios lo ha salvado», incide este pastor, criado en el evangelio y alejado del mundo de la fiesta y de las malas compañías. «Llevo ocho en el ministerio», apostilla Ramón, empresario desde hace 16, al cambiar su más que probable oficio por la compraventa de vehículos. «Mi padre ha sido frutero toda su vida, pero yo un día me hice empresario y hasta hoy». Compagina su trabajo con la llamada del Señor, una responsabilidad que bien lo valen sus dos condiciones: «Ser hombre de una sola mujer y no ser juerguista». La relación de su familia y la del novio nace en Navalmoral de la Mata (Cáceres), el pueblo natal de las dos partes y donde fueron enterradas dos de las cuatro víctimas. «Nos conocemos desde pequeñitos, el padre de Rubén y yo nos bautizamos juntos en la iglesia evangélica», revela; de Extremadura a la capital, en un viaje de ida y vuelta. «Nosotros nos hemos criado aquí, aunque la generación anterior viene de allí. Durante la juventud hacemos la casa en el pueblo y cuando ya somos mayores volvemos». En Madrid, Ramón y los suyos siempre han vivido en el barrio de San Isidro, uno de los más humildes del distrito de Carabanchel. Aquí, también coincidieron. El punto de encuentro, como no podía ser de otra forma, siempre fue la iglesia evangélica de la calle de General Ricardos. El destino de Rubén y Sonia empezó a escribirse hace un año, en la pedida de Alba, la hermana de él. «Una fiesta en la que el joven sacó a bailar a mi hija, y supongo que ahí surgiría el flechazo». Los meses siguientes, hasta el 8 de mayo, la pareja alimentó su amor a base de llamadas y largas conversaciones a través de WhatsApp. La pedida «Hasta que no se piden no pueden estar juntos. Es un poco antiguo pero es bonito», subraya Ramón, orgulloso de sus tradiciones. Aquella mañana de primavera, los Silva y los Romero acudieron a la casa de los abuelos de Sonia. «En nuestra cultura, la hija nos lo comunica y luego hablamos los padres. Y ya quedamos un día. Ellos siempre vienen a la casa de la novia, pero en este caso fuimos a la de los abuelos porque es más grande», añade. Para los preparativos de la boda, contactaron con El Rancho, un restaurante de polígono en Torrejón en el que ya habían celebrado algunos de sus familiares otros eventos. La cifra de invitados rondó el medio millar, pero antes, Rubén volvió a buscar a Sonia a su casa, donde una reluciente alfombra roja recibió en la calle a los recién casados. «Un matrimonio que hoy tendría que estar enviándonos fotos felices de su viaje, pero que está de hospital en hospital ayudando en todo lo que pueden». Ella, cuidando a los niños mientras su suegra se recupera de las heridas; él, al lado de su madre. Ramón reza por los suyos y sueña con que Sonia tenga la vida y la ilusión que la invadió desde que conoció a Rubén, una fecha que deberá imponerse al peor de los aniversarios.

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