domingo, 2 de agosto de 2020

FRC (Fantástica República Catalana)

El panorama (mental) de la República Catalana donde manan ríos de leche y miel, se come helado de postre -suponemos que en invierno podremos cambiar por crema catalana- y no habría muertos por coronavirus se resume con un chiste. En un manicomio, un interno de los más serenos de la sala llama la atención del enfermero sobre la conducta de un compañero. «Estoy harto de aguantarlo, se pasa el día diciendo que es Napoleón». El enfermero inquiere al interpelado sobre esa pretendida personalidad y este se justifica: «Soy Napoleón porque me lo ha dicho Dios». Y el interno que había llamado la atención y parecía tan sereno protesta: «¡Yo no te he dicho nada!». En nuestra Dinamarca del Sur la mitomanía campa con la celeridad del Covid-19; en realidad, es una epidemia endémica. Bautizada en 1891 como «pseudología fantástica» por el psiquiatra suizo Antón Delbrück, quienes la padecen cuentan historias que, a primera vista, no parecen del todo imposibles: como todas las mentiras hábilmente representadas, se nutren de un ápice de verdad. En esas mitomanías el narrador que las protagoniza adereza su narcisismo con los oropeles de la heroicidad y el espíritu de sacrificio al servicio de unos horizontes de grandeza. Si algo falla, la culpa no radica en sus errores sino en la maldad pertinaz de enemigos eternos: «Cuando una persona siempre es la víctima o el héroe y la culpa siempre es de los demás estamos ante un mitómano», diagnostica la psiquiatría. El rebrote pseudológico se produjo, cómo no, en un plató de TV3, televisión de más de 260 millones de euros que pagamos todos los catalanes para que los catalanes independentistas -el 47,7 por ciento- reciban su dosis diaria de felicidad (siempre futura) y victimismo (siempre presente): un cóctel infalible para que la oligarquía indígena siga viviendo del cuento. En el plató de TV3 -2.100 trabajadores en plantilla, más de la mitad del presupuesto en nóminas- Oriol Junqueras, uno de los caudillos de la idílica República Catalana, peroraba ante el director de la cadena, Vicent Sanchís. El verbo «perorar» no es baladí. Remite a un discurso en el que se reitera, de forma enfática y en algunos momentos suplicante, el mismo estribillo. No es una novedad que Junqueras perore; es su modelo retórico como se vio en aquel penoso debate sobre el presunto expolio del Estado a Cataluña: él iba de economista y Josep Borrell, que sí que sabe (de verdad) economía, le ilustró sobre «los cuentos y las cuentas de la independencia». Junqueras no argumenta, perora. ¿Y qué perora? Lo de siempre. El Estado Español y tal y tal… Y que él es bueno y requetebueno. Pero esta vez cargó las tintas en lo segundo con un énfasis inquietante. Si hacen el sacrificio de repasar la entrevista repararán en el narcisismo buenista del líder de Esquerra. «Soy una buena persona y eso lo sabe todo el mundo». «Soy una persona honesta, lo sabe todo el mundo, nadie lo puede negar». «Lo que es seguro es que yo soy una persona honrada». «La gente que me quiere me quiere mucho más, seguro que sí». Una y otra vez. Y quien dude de que Junqueras es bueno, honrado y honesto, «los ha de tener muy bien puestos». Un caso a seguir. Si Junqueras puso muy alto el listón de la bondad, el Fugado Puigdemont, compinche en sediciones y cerebro gris -muy gris- del gobierno del -¡¡todavía!!- presidente Torra, volvió a encarnarse en Perón. Como demuestra el profesor Josep Burgaya en «Populismo y relato independentista en Cataluña» (El Viejo Topo) el secesionismo es una revolución de clases medias y acomodadas expresada con «lenguaje y horizontes aparentemente nuevos para reforzar viejas pulsiones y hegemonías». Y si Perón tuvo su Partido Justicialista, Puigdemont tiene en Junts per Catalunya el PRI del separatismo (él lo llama «carril central»). Si Junqueras perora, Puigdemont no se queda corto en el arte de largar mucho, aunque sea mentira. Hacer pasar una fuga cobarde por un exilio al servicio de la República; afirmar que el golpe de Estado lo dio el Rey; atacar al arzobispo Omella por no ponerse -cual cura «trabucaire» o melifluo monje montserratino- a sus órdenes; identificar el pucherazo del 1-O con un mandato democrático; arengar a la masa para el próximo «embate» contra el Estado… Y si Perón tenía al pintoresco López Rega, el Brujo, Puigdemont «ajunta», para montar otra vez el pollo, a sus colegas de fuga Comín y Puig Gordi; Rull, Turull, Sánchez y Forn, el Cuarteto de Lledoners; Las Apparatchic Madrenas-Artadi; Laurita «magia» Borrás; el Vicario Torra-Apreteu y el Gasolinero Canadell que suena como próximo Valido del Fugado. Es el circo de la Fantástica República Catalana (FRC). Como la URSS de Lunacharsky, aquel bolchevique que juzgó y fusiló a Dios bajo la acusación de «crímenes contra la Humanidad».

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