
Se marchó del estadio Da Luz cabizbajo, meditabundo y en silencio. Leo Messi, contundente cada vez que habla (muy poco), delegó en Gerard Piqué el análisis de la humillación ante el Bayern y generó aún más desazón en la afición azulgrana, abocada a un fin de ciclo, a un relevo generacional, a una transición en un año preelectoral y al temor de que la dura travesía sacudida por las tormentas de Roma, Liverpool y Lisboa hagan mella en el ánimo del argentino, que el 30 de junio queda libre. Sus apariciones este año pueden contarse con los dedos de la mano. Reprendió a Abidal por culpar al vestuario de la destitución de Valverde, aseguró en un medio catalán aquello de que...
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