sábado, 12 de noviembre de 2022

La crisis política que trajo a Alberto Núñez Feijóo

El Prestige no fue solo un problema social y económico, sino también interno en el seno del gobierno gallego de Manuel Fraga, que implosionó en el peor momento. Es el punto de inflexión en el que cambia la historia política de Galicia pero también, sin pretenderlo, la de España . Es el proceso en el que el sucesor de facto de Fraga, Xosé Cuiña, iba a ser vicepresidente pero acabó dimitiendo y expulsado 'ad eternum' del Paraíso; y que derivó en el aterrizaje desde Madrid de un joven valor de la administración Aznar, Alberto Núñez Feijóo. Y todo lo que pasó en apenas quince días de enero tiene pendiente todavía una versión definitiva de los hechos. Es enero de 2003. Manuel Fraga tiene pendiente acometer una remodelación de gobierno. Hay dos conselleiras que van a encabezar listas en las municipales de mayo: Corina Porro, por Vigo; Manuela López Besteiro, por Lugo. El veterano presidente gallego sabe que necesita oxígeno para afrontar lo que le queda de legislatura autonómica en una Galicia que está limpiando fuel en la costa, crispada contra su gobierno y el de Aznar tras una gestión manifiestamente mejorable de la marea negra, sus consecuencias y la comunicación institucional. Lleva trece años al frente de la Xunta, los mismos que Xosé Cuiña luciendo el título de 'delfín', de aspirante a todo. «La política lo era todo para mi padre, nunca ocultó que ambicionaba ser presidente», reconoce su hijo Rafa, «pero siempre con absoluta lealtad a Fraga». Su oportunidad parece haberle llegado. El viejo patrón de la derecha española le comunica que, al fin, será vicepresidente. «Yo estaba en Madrid, y mi padre me llamó para decirme de volver tal día porque le iban a nombrar vicepresidente con funciones en Medio Ambiente», en el marco de una remodelación del gabinete «que lo iba a dejar definitivamente como hombre fuerte». El nombramiento estaba en marcha. Pero nunca se materializa. Hay dos versiones de qué sucedió. Rafa Cuiña sostiene que, en ese momento, «se avisa a Madrid de esta circunstancia, Aznar monta en cólera y manda a Rajoy y José Manuel Romay» a Galicia para que convenzan a Fraga de dar marcha atrás. Habría sido la enemistad manifiesta de Aznar con Cuiña la que tuerce la voluntad de Fraga, según esta versión. Uno de los contrapesos políticos de Xosé Cuiña en aquel gobierno era Enrique López Veiga, el conselleiro de Pesca, y al que el Prestige le había proporcionado tanto protagonismo como desgaste. Fue de los pocos que dio la cara a diario, con lo que ello implicó. Él confirma la intención de Fraga. «Don Manuel, si usted hace eso yo me voy» , llegó a decirle, «hasta aquí he estado yo solo, ahora no puedo admitir que uno que no ha estado presente durante todo esto [en referencia a la gestión de la crisis]… Si usted pretende nombrarlo sucesor, me doy de baja inmediatamente». López Veiga no iba de farol. Él y Cuiña representaban como nadie dos sensibilidades, que iban más allá de lo ideológico y lo político. «Estábamos en las antípodas», reconoce el exconselleiro en conversación con ABC. Esas dos sensibilidades habían fracturado en dos el gobierno gallego, hasta el punto de que el sector de Cuiña (al que secundaban los titulares de Cultura, Agricultura y Emigración) había planteado en diciembre dar un golpe de timón y cortar el cordón umbilical con el Gobierno de Aznar, reclamando para Galicia la coordinación plena de la crisis. «Había la sensación de que el Gobierno había abandonado a su suerte a la Xunta» , explica Rafa Cuiña, hasta el punto «que se estaba alterando gravemente la vida política y social» de la Comunidad. El 1 de diciembre, convocados por Nunca Máis, más de 200.000 personas exigieron bajo la lluvia de Compostela responsabilidades políticas por la gestión de un accidente que devino en catástrofe. En el seno del gobierno gallego «había nervios», admite López Veiga. Jesús Palmou habla con Cuiña, en una imagen de 2004 en el Parlamento de Galicia AGN Jesús Palmou fue durante una década uno de los hombres de confianza de Fraga. En 2003 era el secretario general del PP gallego, tras haber sido conselleiro de Justicia. Custodia un buen puñado de confidencias de Don Manuel. Lo vio con los ojos llorosos el día en que Cuiña y su grupo planteó romper con Madrid. «En esos momentos Fraga seguía pensando en él como su posible sucesor, y me dijo que necesitaba un vicepresidente; creo que en ese punto se lo propuso a Cuiña, pero a mí no me lo dijo». Pero el mismo Fraga que había comunicado a Cuiña que sería su vicepresidente cambia de opinión. Pudo ser por el amago de López Veiga. Pero Rafa Cuiña apunta más alto. «Hay una cosa que Aznar nunca le perdonó a mi padre, y es que entregara el carné del afiliado 100.000 del PP gallego, y tomó buena nota». Eso, a pesar «de que pasó dos fines de semana en mi casa y empezaba a existir una cierta fluidez en la relación entre ellos». No era fácil. Aznar concebía un partido con un único discurso para toda España, homogéneo y férreo; «y uno de los sueños de mi padre y que le generaron enemigos es que hubiese 18 diputados del PP gallego con grupo propio en las Cortes ». Federalismo dentro del PP, una entelequia inaceptable. La dimisión Lunes, 13 de enero. Todo va a precipitarse. Palmou acude a una reunión a Génova, donde se entera que la Cadena Ser está anunciando que Cuiña ha presentado su dimisión. Al día siguiente despacha con Fraga y este le asegura que todo está reconducido. A Rafa Cuiña no le consta este amago de su padre. Se filtra que el motivo es que ya sabe que no será vicepresidente, aunque continuará en el gobierno. El jueves, la Ser contraataca e informa de que las empresas de la familia Cuiña han vendido trajes y materiales por valor de 40.000 euros para la limpieza de las playas llenas de chapapote. El entonces conselleiro sabía de la información desde la noche antes, cuando se la avanza su hijo. «A la Ser llega una persona con documentación, alguien que años después siguió llevando dossieres contra gente del PP», y que en la cadena de radio tenían la convicción «de que era del PP». Del motorista que entregaba ceses se pasaba al portador de dossieres comprometidos. «Yo empezaba a estar en el grupo empresarial y sabía que no había sido así». No había lucro, «y lo acreditamos». «Se habían comprado ingentes cantidades de material que se vendieron a precio de coste», y otra de las sociedades «había donado unos contenedores para el chapapote, por valor de 100.000 euros». Dio igual. «Estaba puesta en marcha una operación de derribo, una guerra absoluta por el poder, por el miedo de Génova a que la sucesión de Fraga pasara por mi padre». Ese jueves 16 Fraga almuerza con Palmou en su reservado habitual del Restaurante Vilas, en el Ensanche compostelano. «Tengo un gran disgusto con nuestro amigo Cuiña» , le dijo. ¿Por los papeles de la Ser? «No, no, eso no tiene nada que ver. Es por un escrito que me mandó y que me parece intolerable». Pero Fraga se ha dejado el papel en el despacho, y no puede entregárselo. Algo había en esa carta de su 'delfín' que entristece profundamente a Don Manuel. En el almuerzo, Fraga acuerda con Palmou los recambios en el gobierno. Serán finalmente tres, y entre ellos no está Cuiña, que seguirá al frente de obras públicas. Por la tarde cita a su delfín, pero la reunión es tormentosa, bronca. «Si usted no renuncia, yo lo ceso», se escucha. Fraga telefonea a Palmou a los pocos minutos. «Oiga, hay noticias desde el almuerzo. Acabo de cesar a Cuiña». Palmou se queda frío e invita a repensar la decisión. «No llamo para pedir su opinión sino para informarle, pensé para sustituirlo en Alberto Núñez». La siguiente llamada es de Rajoy. «Oye Jesús, ¿qué está pasando en Galicia?». La sorpresa del entonces secretario general del PP lleva a Palmou a creer que Génova no está detrás de la maniobra, sino la misteriosa carta de Cuiña al presidente. Su contenido verá la luz pronto, en sus futuras memorias. Sostiene con contundencia que su caída no fue por las polémicas facturas. «Esos papeles son una chorrada como una casa». Pero Rafa Cuiña discrepa. Su padre siempre contaba cómo Fraga llegó a reprocharle que aquello «era la gota que colmaba el vaso», como si hubiera una lista de agravios que ahora alcanzara un punto de no retorno. ¿Qué vaso?, replicó Cuiña. No tuvo respuesta. Xosé Cuiña se refugia en su Lalín natal. A última hora de ese jueves envía a los medios una carta manuscrita negando todo aquello de lo que se le acusa. Lo acreditará meses después, pero será tarde. «Recuerdo a mi padre desubicado, aturdido, dolorido, fuera de una zona de confort evidente que era el poder político». Por su casa pasó «un montón de gente», amigos y aliados, con los que se llegaron a plantear «un millón de hipótesis para reaccionar» que nunca se materializaron. Porque por encima de todo, Cuiña le seguía siendo leal a Fraga. «Siempre dijo que permanecería en el PP por lo menos mientras viviese Fraga, y él murió antes». Había «una obsesión paterno-filial que no sé si era correspondida». La reconciliación Fraga y Cuiña tardaron tres meses en volver a hablarse. «Había mucho dolor». Y el viejo patrón acabó «pidiéndole disculpas a mi padre por lo del vaso, en una comida en mi casa, reconociendo que aquellos días tenía una enorme presión de Madrid». Pero algo se había roto entre uno y otro. Cuiña «se sintió abandonado por su padre político», confiesa su hijo. «Siempre tuvo la esperanza de reconducir la situación internamente» y volver al instante antes de su dimisión, «pero la política no funciona así». El 'delfín' de poder omnímodo durante los noventa había dejado demasiados cadáveres por el camino , que ahora salían de sus tumbas para lastrar su regreso. Cuiña saluda a su sucesor en la Consellería de Política Territorial, Alberto Núñez Feijóo, durante una inauguración en mayo de 2003 EFE Fraga perderá la mayoría absoluta en las elecciones de 2005 por apenas 5.500 votos en la provincia de Pontevedra. Esa candidatura, históricamente encabezada por Cuiña, tuvo entonces otro rostro: Núñez Feijóo. A finales de ese año hubo primarias para suceder a Fraga. Al fin. Cuiña «da el paso desesperadamente, quería quemar sus naves como fuera» . Pero su momento ha pasado, e incluso sus antiguos aliados se ponen de perfil. «No sé si alguna vez llegó a tomar conciencia de que su tiempo había terminado», reflexiona un Rafa Cuiña convencido de que «somatizó tanto el dolor que le acabó provocando la enfermedad» que apagó prematuramente su vida en diciembre de 2007. Las primarias las ganó Feijóo . Lo que vino después es historia conocida .

De España https://ift.tt/TS6wptu

0 comentarios:

Publicar un comentario