jueves, 18 de febrero de 2021

Fascistas redomados

La democracia no está en un contenedor en llamas, de esos que recorren las calles de Madrid y Barcelona. Por suerte, la democracia no son estos gilipollas que han tomado las calles en nombre de Pablo Hasél. A Pablo Hasél, que le defienda su abogado, porque al personal se le defiende en la sala de un juzgado, en la tribuna de un periódico o si sus padres le hubieran dado dos tortas a tiempo, pero a sus 33 años me temo que ya no tiene solución. Tampoco lo que hace esta gente, que es vandalismo con el que tenemos que tragar el resto de los españoles, porque no están dispuestos a pagarse un psiquiatra que les medique las frustraciones y los traumas. Esas averías que no saben gestionar: la diferencia entre lo que sus padres les dijeron que serían y para lo que han quedado. Ese complejo mesiánico, de camisa de fuerza, de creer que el vicepresidente te habla a ti y sólo a ti cuando lanza una «alerta antifascista», que es el código secreto con el que activa a estas hordas que acuden disciplinadamente a su llamada destruyendo todo lo que encuentran. Es curioso como estos antifascistas son tan iguales a los fascistas que cualquiera pensaría que son lo mismo. Yo empiezo a sospechar que esta obsesión por romper todos los escaparates que encuentran a su paso es tan sólo porque no se aguantan el reflejo de los fascistas redomados que son. Arden las calles por tercera noche consecutiva en mitad de una pandemia donde todo el mundo debería de estar cívicamente en su casa y Echenique sólo sale para decir no sé qué de una paisana que perdió un ojo en las protestas supuestamente por la acción policial. Esto es Podemos, socio de Gobierno, velando por los intereses del conjunto de los españoles -y en especial por los de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado… y los comerciantes y los vecinos-. Les preocupa el ojo de una sola energúmena cuando cada noche dejan heridos a decenas de agentes estos fascistas que, en el fondo, sólo quieren reventar y desvalijar la democracia porque ellos la quieren únicamente suya. La anomalía democrática de la que hablaba Iglesias será esta, que un vicepresidente tenga una legión de mercenarios a la que llamar cada vez que se le antoja que hay que hacer una nueva revolución.

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