viernes, 26 de febrero de 2021

Santa Rosalía: la parroquia de la caridad

Hortaleza, barrio de Villa Rosa, por añadir algún dato más, final de la carretera de Canillas. Zona toda ella que es un completo aparcamiento, altos edificios, centro comercial a mano, desniveles, subidas y bajadas, como la vida; obras en las aceras, lugar apacible, tarde de finales de invierno que apunta a la primavera, niños en salida escolar, la hora de la catequesis, un pino de familia desconocida que ha crecido y tapa la vista de la torre de la Iglesia. Un templo en lo alto, de materiales sencillos, que te recibe con un apacible atrio. Parroquia de Santa Rosalía, calle de las Pedroñeras, 13, cincuenta años de servicio a un barrio construido para acoger a los trabajadores procedentes de las más diversas regiones de España. Cincuenta años que no se pudieron celebrar porque, cuando menos lo esperaban, llegó la pandemia. Pues eso. Vino la pandemia y cambió la vida de la parroquia, según nos cuenta el párroco, Ramón Antonio Montero Prado, un hombre que, con su sencillez, regala palabra y credibilidad. Datos: antes del virus, asistían a las celebraciones de fin de semana unas 1.400 personas de media. Ahora unas 350. Muchas de las actividades se paralizaron. Pero la parroquia no. Las personas mayores dejaron de asistir a misa, tienen miedo. Se espera que pronto llegue la vacuna que hará mucho bien a las parroquias. Trabajos precarios Pero lo más grave fue la crisis de quienes se mantenían, en gran medida, con la economía sumergida o con trabajos y servicios precarios. De la noche a la mañana, según nos cuenta el párroco, a quien llaman P. Moncho, «la parroquia se encontró con una bolsa de jóvenes, de trabajadores, sin recursos. La pandemia lo fastidió todo y más de lo que se piensa y se dice por ahí, hundió más en la miseria a los que ya estaban en el universo de los vulnerables». ¿Cuál fue la repuesta? Manos a la obra, transformación de unos locales parroquiales en el hogar de una veintena de inmigrantes que, desde entonces, tienen allí su casa, su morada, el calor de una estancia y la comida de subsistencia. Seis mujeres y catorce hombres, que a primera hora de la mañana van a trabajar, a buscar trabajo, a formarse en los talleres de Cáritas, a prestar servicios en la parroquia. No es un albergue, ni mucho menos. Es una casa y lo que se pretende es que vivan en familia. Por eso se cuida que tengas espacios de intimidad. Procedentes de Honduras, Ecuador, Perú, Colombia, Venezuela y El Salvador, la mayoría jóvenes, se ayudan entre ellos para afrontar estos tiempos adversos. Y ellos que reciben, dan, porque, entre otras tareas, ayudan a los otros servicios de Cáritas de la parroquia. Fue una iniciativa no programada, espontánea, una respuesta del Espíritu que hizo que esta comunidad sacara fuerzas de lo débil y se pusiera manos a la obra. Dar respuestas Ramón Montero, que por cierto, no cuenta con la ayuda de ningún otro sacerdote en la parroquia, sí con la de una comunidad de religiosas de Hijas de la Inmaculada Concepción de Buenos Aires, insiste en que es necesario «dar una respuesta y una solución a estas situaciones de vulnerabilidad, desde la acción caritativa de la Iglesia, como forma de vivir la entrega y el amor del seguimiento de Cristo, que nos invita la conversión del corazón». Estamos en Cuaresma y eso se nota en las parroquias. Para sostener a esa comunidad dentro de la comunidad parroquial cuenta con la ayuda de Cáritas de la Vicaría I. Forma parte de las parroquias que están llevando a cabo el proyecto de la Mesa de la Hospitalidad de la diócesis de Madrid. Pero las expresiones de caridad de la parroquia no terminan aquí. En este momento se atiende a 177 familias, unas 450 personas, con alimentos procedentes del Banco de Alimentos y de ayudas de los fieles. Un número que se incrementó de forma exponencial durante la pandemia y aún no ha descendido. Personas que se acercan a esta parroquia incluso desde otras cercanas. También se mantienen los pagos para la vivienda a un grupo de jóvenes, que si no recibieran esta mano de la Iglesia, vivirían en la calle, a la intemperie de lo trágicamente inhumano.

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