domingo, 28 de febrero de 2021

Caza de montaña: un canto a la libertad

No se pretende que este artículo sea uno más al uso en defensa de la caza. Hay muchos argumentos y razones que explican y justifican por qué cazamos y por qué hoy día, quizás más que nunca, la caza no solo es necesaria sino incluso imprescindible como herramienta fundamental para la sostenibilidad y la conservación de nuestra fauna salvaje. Muchos autores lo han hecho y lo hacen con mayor autoridad y sabiduría y sin duda con mejor pluma que el que suscribe. Hablando de fauna salvaje, es probablemente en la montaña donde se expresa con mayor rotundidad este concepto. La montaña en sí misma, como espacio abierto y libre, se ofrece para refugio y hábitat a las especies silvestres, en condiciones a veces muy duras, ya que la altitud y la climatología definen un entorno de temperaturas extremas con escasa oferta trófica, de abundancia mineral y en una ruda orografía. Todo ello en conjunto hace que las especies que han logrado adaptarse a ese medio, más hostil que amable, hayan desarrollado unas habilidades y sentidos en formas más especializadas que la fauna de otras latitudes. Los ungulados de montaña han tenido que adaptarse no solo a esas difíciles condiciones sino, además, a la acción de predadores también muy especializados. Para el cazador son, por lo tanto, una presa difícil de conseguir en su medio natural. Entendiendo la caza como una actividad natural del ser humano, esculpida en nuestro código genético, fruto de nuestra evolución como especie, hoy día algunos nos la planteamos sujeta a unas condiciones imprescindibles. J. A. García Alonso El autor - J. A. G. A La caza es realmente caza auténtica cuando se practica sobre animales salvajes y libres, en territorios abiertos donde se contrapone al esfuerzo y habilidad por parte del cazador la posibilidad cierta de la presa de rehuir la acción de este, determinando pues un resultado incierto. La caza de montaña reúne sin duda todas esas características, añadiendo además en muchas ocasiones la escasez de presas, que viene determinada por las duras condiciones de su hábitat. El ser humano ha ido perdiendo en su evolución como especie muchas de sus cualidades como predador; ahora las tiene que sustituir con la inteligencia, la voluntad y la técnica, sin que esta última incline en demasía la balanza del lado del cazador, porque si no dejaría de ser caza. Desde siempre ha supuesto para el hombre una especial fascinación la grandiosidad de la montaña, acrecentada por la dificultad de acceder a sus cumbres. Cualquiera se siente libre contemplando el horizonte inabarcable que se le ofrece desde lo alto de una cima. ¿Dónde puede el hombre ejercer mejor su atávica condición de predador que en la montaña, donde se enfrenta a una orografía áspera y dificultosa, a unas condiciones climatológicas adversas y donde persigue a unos animales salvajes que allí habitan gracias a un extraordinario proceso de adaptación? Recurriendo a ese concepto tan de moda de estar fuera de «la zona de confort», la montaña es sin duda un buen ejemplo de ello. Cazar en la montaña animales silvestres en un ambiente a veces tan adverso para el hombre supone un gran esfuerzo físico y mental, un reto más difícil de conseguir. Ciencia y caza La simple observación y contemplación de los animales en su medio natural nos cautiva y embelesa como seres humanos y, como predadores, se convierte en una necesidad para conocer sus hábitos y comportamientos, ya que tenemos que saber encontrar y seleccionar la pieza a la que vamos a dar caza. Nuestros antecesores lo hacían solo para alimentarse y vestirse. Nosotros, ahora, además de la irrenunciable obligación de aprovechar ese recurso alimenticio de inigualable calidad, lo hacemos en aplicación de unos criterios científicos que previamente han determinado el tamaño ideal de esas poblaciones y qué individuos hay que extraer de las mismas para lograr el objetivo de sostenibilidad y preservación de esa fauna en ese medio. Es la imprescindible colaboración entre ciencia y caza la que va a determinar en el futuro que esta sea entendida, aceptada y permitida por nuestra sociedad. La caza en las cordilleras de nuestro país se desarrolla mayoritariamente en terrenos de titularidad pública, bien sean reservas de caza o cotos privados. Gracias a la acertada gestión en estos territorios, en la mayoría hay hoy más abundancia de caza que nunca. Como cazadores somos conscientes de nuestra obligación y responsabilidad de preservar y conservar; la caza es un recurso que tiene que ser sostenible para que pueda existir, los cazadores de montaña estamos comprometidos en ese objetivo. Cazar en la montaña es sentirse libre y en comunión íntima con la naturaleza, de la que somos parte indisoluble. El cazador en su soledad y en el silencio de las cumbres se enfrenta a sí mismo; decía sir Edmund Hillary: «No es la montaña lo que conquistamos, sino a nosotros mismos». La caza de montaña nos reta a nosotros mismos, a nuestros miedos y nuestras capacidades; el que allí caza tiene que desplegar todas sus habilidades aprendidas para vencer en el lance, y cuando se consigue se ha vencido el reto. El mote de nuestra cofradía, «silencio, soledad, esfuerzo», resume muy bien lo que significa esta caza, y desde ella defendemos los valores que aquí se exponen. Sociedad urbanita La montaña supone estar alejado de la civilización, de las comodidades que esta nos ha procurado y que precisamente nos han aislado cada día más de la naturaleza. En nuestra sociedad urbanita y civilizada ya no hay estaciones; vivimos en confortables edificios y no sufrimos las inclemencias del tiempo, ni el frío ni el calor; tenemos la alimentación al alcance de la mano; y hemos creado una sociedad que se asoma desde ese artificial confort a una naturaleza que no entiende y que idealiza. Naturaleza de la que el hombre ha formado y forma parte, pero que ahora se quiere preservar sin intervención humana y a la que sin embargo castigamos a base de contaminación creada precisamente por ese hábitat artificial que nos hemos creado. Cazando en las cumbres es común, por su intrínseca dificultad y la frecuente escasez de piezas, descender sin haber conseguido el ansiado trofeo. Es esa dificultad y el esfuerzo que realizamos para vencerla lo que atesora los mayores reconocimientos por los demás. Hoy día, que nuestra sociedad está inmersa en valores de poca exigencia, de la inmediatez de resultados y del poco esfuerzo, destacan aún más los logros en la caza de montaña, siendo así los que gozan del mayor prestigio y reconocimiento. En el compromiso que tenemos como cazadores, con estos valores debemos ser rigurosos y exigentes, no aceptando y sí denunciando aquellos comportamientos que buscan en el atajo y el artificio la consecución de resultados como único objetivo de la acción venatoria. Cuando, como cazadores de montaña, nos alejamos de todo ese mundo de comodidades que nos hemos dado, cuando ascendemos con esfuerzo a sus cimas y contemplamos la inmensidad de los paisajes que se abren a nuestros ojos, nos sentimos libres y más cerca de nuestra esencia como seres humanos y de la Creación. Ejercer esta actividad de forma legal y ética tiene que ser, pues, una reivindicación de nuestra libertad individual… Una libertad para podernos sentir libres.

De Deportes https://ift.tt/3dU803a

0 comentarios:

Publicar un comentario