domingo, 28 de febrero de 2021

'Caer' de patos

El sol ha descendido tras las copas de los pinos dunares y la marisma, siempre desolada, se torna ahora silente por un lapso de tiempo que abarca lo que el crepúsculo. Tan solo el alarmista chibebe se atreve a romper el silencio con su profundo silbido. Al cabo, los patos avisan de su llegada con el siseo que produce el movimiento de sus alas. Siseo por el que los cazadores expertos llegan a identificar la especie aun en la oscuridad. Los picolaos, con determinación y alas inmóviles, se deslizan sin preámbulos a la superficie del lucio. Los silbones darán un par de vueltas antes de amerizar y puede que dejen escapar algún parloteo en el quiebro. Los rabudos se cernirán como cernícalos en el aire a poca altura sobre el agua. El ronco «knook» de los flamencos se deja oír en la distancia y al subir su potencia percibimos que se están acercando, hasta que el paso de la bandada sobre nuestra postura produce ese sonido de aire rasgado por un ciento de alas. Es la caza a la espera de las aves anátidas en la incierta luz crepuscular, lo que en la vega más baja del Guadalquivir se conoce como cazar al caer. Los patos pasan generalmente el día dedicados al descanso en algún amplio espacio inundado y, tan pronto se pone el sol, vuelan desde allí a sus comederos donde pasarán la noche en frenética actividad. Para vislumbrarlos al llegar a su querencia, conviene ponerse de cara a poniente y así distinguirlos cuando sus siluetas en vuelo se recortan sobre el fondo de resplandores del ocaso, negro sobre naranja. Se trata de una caza breve y con discretos resultados, que exige a la vez conocimientos sobre el medio y sobre las aves. Añoro ahora esos episodios en que, con ocasión de las lunas claras de diciembre y enero, nos instalábamos en la marisma para aprovechar la iluminación del satélite a la hora del caer de los patos. Una vez extinguido el crepúsculo podíamos tirar a las aves contra el fondo del disco luminoso o sobre la superficie del agua que reflejaba su luz. Caza auténtica y salvaje. Luego, sobre las ascuas de una candela hecha con almajos secos, asábamos las tripas de los patos cobrados, que a esa hora están vacías y por tanto limpias. Una auténtica delicia gastronómica, hoy sin duda relegada a la memoria. He cazado muchos patos al caer, lo que allí se llama duck flighting, en Gran Bretaña, generalmente en aguas interiores y los resultados eran más generosos. Lo he disfrutado mucho y estoy muy agradecido a los buenos amigos que lo hicieron posible. Sin embargo allí esta caza me parece menos desafiante y como más programada. La marisma, no sé por qué, me produce sensaciones diferentes y más profundas.

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