
Formó parte de «Los Intocables» de la calle Prim. Uno de los jueces más odiados por ETA. Fue un instructor infatigable que atenazó en la Audiencia Nacional al entramado político-social que alimentaba a la banda terrorista. Un luchador de causas perdidas, como la del «Bar Faisán» de Irún y el conocido como «chivatazo». En resumen: fue piedra en el polvoriento camino de Zapatero y su mal llamado «proceso de paz». Por eso, cuando en junio de 2008, Pedro Sánchez incluye a Fernando Grande-Marlaska (Bilbao, 1962) en su «gobierno bonito», muchos ven detrás una jugada redonda. El nuevo ministro del Interior, el magistrado de Bilbao al que ETA planeó matar, debía ser alfil para gestionar el final de la dispersión de sus presos. Ese era el compromiso adquirido por el PSOE para cuando la banda desapareciera. Recién investido, el presidente dirá «yo no me escondo» y anunciará la «revisión» de la política penitenciarIa para adecuarla a la nueva realidad». La nueva normalidad, que diría hoy. Ese mismo verano empieza el baile. Se ordenan acercamientos y progresiones de grado. A cuentagotas. El ministro promete a las víctimas que será cirugía menor: «Como una veintena...», le dice a la AVT. A Covite le asegura que no pisarán suelo vasco, en ningún caso los que tengan delitos de sangre. Pero ya van 68 traslados, 95 si se cuentan los progresados de grado. Sobre una población etarra de 200 reclusos, la mitad ha obtenido ya algún beneficio penitenciario. También quienes asesinaron (Ver cuadro adjunto). La mayoría de los traslados se han producido desde mayo, en plena pandemia. El acelerón es evidente. Los últimos cinco, esta misma semana pasada en la que el Ejecutivo de coalición ha formalizado sus contactos con Bildu. Otegui quiere negociar los Presupuestos a cambio de «cambios notorios» en las cárceles. A Otegui lo metió en la cárcel dos veces el juez Marlaska. Junto a Otegui se tuvo que sentar el ministro Marlaska en el acto de jura del lendakari en Guernica. Política de dispersión Esa dualidad del juez-ministro descoloca a muchos. ¿Cómo es posible que el «juez estrella» de «línea dura» contra ETA, que defendió a ultranza la política de dispersión de sus presos, sea ahora el encargado de llevarlos cerca de sus casas? ¿Cómo puede asumir el ministro que la vieja Batasuna, que le acusa de encubrir torturas a etarras en los calabozos de su juzgado, sea ahora socio preferente de su Gobierno? Marlaska juez ya impulsó la «vía Nanclares» para los arrepentidos y como ministro pide «no hacer alarma» de esto. Su razón: ahora que ETA no existe, debe aplicarse la «ley penitenciaria ordinaria», acercar los terroristas a sus familias con el objetivo de su «reinserción». «¿Que es legal? ¡Solo faltaría!», replica la AVT, que le condecoró por su trayectoria justo antes de entrar en política. «Desde el principio Marlaska nos vendió que serían decisiones puntuales, pero va camino de ser el ministro que derogó la política de dispersión», se duelen en este colectivo. «Cumple con la legalidad, pero no con su palabra», lamenta su presidenta, Maite Araluce, que se dice «más que decepcionada, traicionada». En la Audiencia Nacional, su antigua casa, pocos se escandalizan por el contraste entre la trayectoria del juez y del ministro. El diagnóstico más compartido es que al magistrado le perdió su afán por escalar en la jerarquía judicial. Se ha publicado que quiso ser fiscal general con el PP, que le propuso para vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Allí estuvo hasta que Sánchez le llama hace dos años. «Juez estrella» «Conociéndole un poco, seguro que lo estará pasando mal», dice otro togado, que prefiere no dar su nombre. «Ya sabía que tragaría sapos», por más que se trate de un hombre orgulloso, susceptible a las críticas y testarudo, como se define en su autobiografía «Ni pena ni miedo», lema que lleva tatuado en la muñeca. El exmagistrado Javier Gómez de Liaño lo ve así: «Cuando un juez entra en política acepta servidumbres, depende de la conveniencia y de convivencias políticas». Una alusión directa al nuevo cortejo con Bildu. Marlaska se ganó pronto la fama de «juez estrella», primero como sustituto de Baltasar Garzón durante su excedencia en EU.UU., en el Juzgado número 5. Luego, como titular del 3. De esa etapa, se le recuerda su arrojo en el caso Faisán, que impulsó cuando sustituía a Garzón, de excedencia en Estados Unidos. O la investigación sobre ANV, marca refugio de Batasuna. Eso es de 2007. Uno de los fiscales con los que más trabajó le confirma como un «magnífico instructor pero un mal presidente de Sala». «Era un tío que se estudiaba muy bien los asuntos, dirigía él las instrucciones, no era tan habitual... Se lo curraba. Resolvía in voce. Era muy ejecutivo. Ésa fue su etapa buena», describe. «Pero cuando llega a la Sala, empieza a blandear sentencias». Carrera meteórica En ese momento, Marlaska ya ha lanzado su carrera meteórica hacia la política, señalan sus excompañeros de toga. Como presidente de la Sala de lo Penal, toma decisiones muy controvertidas, como la de votar a favor de la excarcelación de Bolinaga: «Aunque duela a veces, hay que aplicar la ley», les dijo entonces a las víctimas. Era septiembre de 2012. Un año después, agilizó el trámite para que la Audiencia Nacional asumiera el final de la doctrina Parot. «Con su voto rompió la balanza, aquello me olió mal. Fue el punto de inflexión para que salieran cien más», recuerda Daniel Portero, hijo del fiscal jefe de Andalucía Luis Portero, asesinado por ETA hace ahora veinte años. «Ha sufrido una metamorfosis perversa. Es muy camaleónico, estoy convencido de que si hubiera sido ministro del PP sería distinto», sostiene el hoy diputado regional en Madrid del Grupo Popular. Marlaska también dejó pasar por alto los «ongi etorris», el enaltecimiento de los terroristas. «Concluyó que era libertad de expresión mientras entrábamos a otras causas de raperos; era desesperante», lamenta un togado que aparcó la carrera. Hoy los presos excarcelados son recibidos como héroes en las calles del País Vasco. Contra eso no se actúa. Es curiosa la doble baraja la del Gobierno que planea multar la exaltación del franquismo. Aliado de las víctimas Como juez fue un gran aliado de las víctimas y como ministro mantiene el tacto. «Nos avisa media hora antes que a los periodistas cada vez que hay un traslado. Tenemos ese margen para que nuestros psicólogos avisen a las víctimas», señala Carmen Ladrón de Guevara, abogada de la AVT. –«¿Pero qué significa?», preguntan las familias, angustiadas. Les preocupa que les vayan a soltar antes de tiempo y más aún después de que Sánchez haya pactado el traspaso de la política penitenciaria al País Vasco, prevista para 2021 aunque puede que el virus retrase el plan. Que no haya cumplimiento íntegro de las penas, como defendía el juez. Pero hoy el ministro insiste en que, disuelta ETA, la dispersión no tiene sentido. Aquella eficaz estrategia que diseñó Enrique Múgica (PSOE) para debilitar a la banda criminal morirá hoy con otro PSOE.
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