miércoles, 30 de septiembre de 2020

Hasta la última gota de sangre

Pertenezco a una generación que tuvo que hacer el servicio militar. En enero de 1978, me enviaron al campamento de Santa Ana en Cáceres, donde juré bandera tras tres meses de instrucción. Había que besar la enseña nacional y comprometerse a «derramar hasta la última gota de sangre» para defender a la patria. Ésa era la fórmula que estuvo vigente hasta la reforma legal que llevó a cabo Aznar en 1999. El origen del juramento castrense eran las ordenanzas dictadas por Carlos III en 1770, pero la II República abolió esa expresión y estableció que los militares tenían que limitarse a manifestar su «lealtad» a la República. Franco volvió a reinstaurar el juramento que había estado en vigor durante más de 160 años. Esto es historia, pero ayer Juan Carlos Campo, ministro de Justicia, juró en el Congreso con aquella fórmula que tanto le gustaba al dictador del yugo y las flechas. Esto es lo que dijo en la sesión de control: «Defenderé tanto la Monarquía como el Estado constitucional hasta la última gota de sangre». Jamás se había visto en la Cámara una expresión de fervor monárquico como la del ministro. Ni siquiera José María Pemán llegó a tanto cuando escribía en este periódico a favor de la Monarquía en unos momentos en los que la relación de Franco con Don Juan estaba rota. Pemán era católico y conservador, pero ello no fue óbice para contrariar al dictador que tomaba los elogios al abuelo de Felipe VI como un ataque personal. La querencia por la Monarquía de Campo fue una especie de grito en el desierto del Hemiciclo, nunca mejor dicho, porque ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias hicieron el menor amago para desautorizar a Alberto Garzón, que había acusado al Monarca de «maniobrar contra el Gobierno democráticamente elegido». Un punto de visto comprensible en un dirigente de IU-Podemos, pero no en un ministro que juró fidelidad, aunque no de sangre, al Rey. El presidente del Ejecutivo había arremetido contra Pablo Casado, al que reprochó «inventar amenazas ficticias» y utilizar la institución con intereses puramente partidistas. Ni una sola palabra de repudio a la descalificación de Garzón, al igual que Pablo Iglesias, que empleó argumentos similares a los de Sánchez. Al líder de Podemos no le preocupan, según sus palabras, las expresiones de Garzón, pero sí le inquieta mucho el daño que el PP pueda hacer a la Monarquía. Quien no se refugió en eufemismos fue Gabriel Rufián, que aseguró en un ejercicio de sutileza que Don Felipe es «el diputado número 53 de Vox», mientras mostraba una foto del Monarca junto a Franco. Casado pidió que se retiraran esas palabras del acta de la sesión, pero la presidenta Batet denegó la petición. Me parece lo más inteligente porque la intervención de Rufián debería quedar grabada en la historia del parlamentarismo para las generaciones venideras, lo mismo que el debate entre Azaña y Ortega sobre el Estatuto de Cataluña en 1932. Difícil de encontrar otro precedente de tanta brillantez intelectual y retórica como el del diputado de ERC. Castelar debió brincar de envidia en su tumba. Pero, yendo más lejos todavía, aseguró que el único que le ha votado a Don Felipe es Franco. Tal vez por su juventud, Rufián no sabe que la Constitución fue refrendada por el 90% de los catalanes en la consulta de 1978. La Carta Magna tuvo menos apoyo en Madrid que en su tierra, donde por cierto recuerdo que aclamaban a Franco cuando iba al palco del Nou Camp. Prescindiendo de cualquier ironía, que es un recurso que se presta a la crónica parlamentaria, lo más inquietante en las últimas sesiones del Congreso no es lo que suele decir Sánchez sino de quien se rodea para sacar adelante sus iniciativas. Entre ellos, partidos como ERC y Bildu, que, si de algo no son sospechosos, es de su amor a la nación. Afirma el viejo refrán castellano: «Dime con quien andas y te diré quien eres». Pues bien, Sánchez anda con muy malas compañías y parece que está más a gusto con Rufián que con Casado o Arrimadas. Pero, como ya ha demostrado la fluidez con la que cambian sus criterios, no hay que descartar que algún día le veamos como a Campo jurar la defensa de la Monarquía hasta la última gota de su sangre.

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