
A menudo un simple whatsapp coloquial o un sms íntimo son armas devastadoras. Es como ser sorprendido por un micrófono indiscreto que te delata. Los creemos garantía de privacidad cuando son la prueba demoledora de la imprudencia y una trampa de nuestra inconsciencia. No son un susurro al oído, sino la constancia de cada pensamiento escrito de modo perenne a la espera de que algún tipo sin escrúpulos se apodere de tu vida. Son la carátula de una falsa creencia de impunidad y la huella de una temeridad por la que nunca te considerarías comprometido. Error. Los mensajes privados conocidos de la «operación Kitchen» que sigue masacrando al PP son también la cara más agreste de la política convertida en fango en la oscuridad. Luis Bárcenas tenía que «ser fuerte» por consejo de Mariano Rajoy… hasta que dejó de serlo porque la prisión ablanda y vivifica la necesidad de la venganza. Y se hizo necesaria la aparición de aquel «limpia» de Tarantino en versión ibérica, con la diferencia de que la frialdad de Harvey Keitel respondía a un guión de cine y el Ministerio de Jorge Fernández Díaz, a un suburbio que dinamitó al PP. Tanto sms y tanto whatsapp se han convertido en una condena cíclica de aquel PP tosco y descuidado que objetivamente no es el de hoy. Los mensajes delatan más que una prueba judicial y retratan más que la mera intención que conllevan. Porque no son interpretables, sino sinceros, directos y elementales en la ingenua inconsciencia de que un día serán la coartada perfecta de un chantaje. Rajoy, Dolores de Cospedal o Fernández Díaz podrán tener, o no, un conflicto penal a corto plazo. Pero ahora eso es lo menos relevante a efectos políticos, porque bastó una simple frase predeterminada ideológicamente en una sentencia para tumbar al PP en una moción de censura. El caso Bárcenas está amortizado a muchos efectos, pero la sincera soltura de algunos mensajes, su desahogada opacidad y la crudeza de algunas grabaciones demuestran que nuestro Estado no es tan fuerte como se presume, y que dormir a pierna suelta a cambio de aparente seguridad es un fraude a la verdad y un golpe a la lealtad en política, si es que eso existe. Nunca nadie como el PP gestionó con tanta candidez una crisis política. Kitchen es el rastro de una venganza, una indignidad de extorsionadores destructores de las instituciones, y un alarde de soberbia inmisericorde para eludir la cárcel. El excomisario Villarejo es culpable de un chantaje del que avisó, pero no lo es de los errores del PP. En eso Génova nunca fue tan fuerte como «Luis»… y no hay nadie como el PP para dejar un rastro inflamable en cualquier rincón. Aun así, el episodio deja otra lección: cualquier otro partido con idéntico vicio por los mensajes delatores –véanse Podemos o el PSOE– es inmune en esta España inclinada al error sistemático y a la bizquera en la depuración de responsabilidades. La doble moral política es tan fangosa como medir cada sms por su valor ideológico. En eso, el PP siempre será el perdedor y la izquierda, la disculpada.
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