domingo, 19 de julio de 2020

Cataluña, la duda de Casado

Cuando el pasado miércoles el candidato a lendakari del PP, Carlos Iturgaiz, llegaba a la sede del partido en Madrid para asistir a la reunión de su dirección tras las elecciones vascas y gallegas, lo hacía con una sonrisa forzada. La coalición electoral conformada con Ciudadanos había obtenido cinco escaños de los nueve que antes tenía el PP. Génova sostenía con la boca pequeña que se había «aguantado el tipo», pero el desplome del constitucionalismo no admitía más interpretaciones. Los parabienes que recibía Iturgaiz de los presidentes y secretarios generales de otras autonomías eran muecas de resignación en contraste con la euforia provocada por la reedición de la mayoría absoluta en Galicia a manos de Alberto Núñez Feijóo. El nuevo escaño vasco alegra la semana en Génova La del miércoles en Génova fue, por tanto, una reunión agridulce cuyas conclusiones se vieron maquilladas el viernes, cuando la Junta Electoral anunció que el voto extranjero y Vizcaya habían devuelto el sexto escaño a PP+Cs en detrimento de Bildu. Nadie en el PP había perdido la esperanza de enjugar la diferencia porque la lista de Iturgaiz necesitaba menos de 200 escaños, y porque a menudo el voto emitido por vascos residentes fuera de España tiende a ser constitucionalista. Pero era difícil, más aún cuando Podemos y Bildu daban el resultado por inamovible y amagaban -inútilmente- con empujar al PSOE a constituir un tripartito que arrebatara el poder al PNV. Sin embargo, y de momento, nadie en Ferraz ha llegado a tal punto de inconsciencia. No sobredimensionar la expectativa de un empate con el PSOE La cita de Pablo Casado con todos sus dirigentes regionales fue, en efecto, más pacífica que en ocasiones anteriores. Hubo menos reproches, menos dardos, menos diferencias… Feijóo es en estos momentos incotestable, e Iturgaiz, pese al fracaso, había superado los iniciales 3-4 escaños que los primeros sondeos atribuían algunos meses atrás al entonces candidato, Alfonso Alonso, apartado de la pugna electoral -y de la política- por sus insalvables diferencias de criterio con Pablo Casado. Pero pese a ser una reunión «tranquila» que sirviese para oxigenar el partido y no sobredimensionar altas expectativas con sondeos como el de GAD3 para ABC, que sitúa al PSOE y al PP en un empate técnico, Génova quería zanjar de raíz dos debates y mantener abierto un tercero, el que más dudas genera en Casado: ¿Qué hacer ahora en Cataluña? El primero, alentado desde la izquierda, se basa en que la victoria de Núñez Feijóo es paradójicamente un varapalo para Casado, una derrota de Génova, y en que tarde o temprano se abrirá un debate interno en el partido sobre la conveniencia de que sea el líder gallego, y no el presidente nacional, el candidato a las generales. No obstante, ese debate fue zanjado por el propio Feijóo en la noche electoral, cuando evitó que cualquier palabra pudiese ser interpretada por la izquierda como una opción, por mínima que fuera, de convertirse en alternativa. «Mi compromiso es con Galicia, y no me equivoqué», repitió Feijóo por enésima vez. Es un debate que Génova da por erradicado más que el PSOE aliente la fractura. ¿Moderación o radicalidad? «Sánchez ni nos llama» El segundo debate se fundamenta en la eterna disyuntiva de compatibilizar un discurso férreo y contundente contra la izquierda con la pretendida «moderación centrista». Nadie en el PP argumenta que Génova deba subordinarse al PSOE y a Pedro Sánchez, ni claudicar para alcanzar cualquier tipo de pacto por el mero logro de simular moderación frente a intransigencia. Sánchez fue nítido en su entrevista a un diario italiano, y su «no es no» persiste, y son más de dos meses los que han transcurrido sin que Sánchez telefonee a Casado. Por tanto, el debate entre «radicalidad» -para recuperar votos fugados en su día hacia Vox- y «moderación» es ficticio para Casado. «Concurres con Ciudadanos… y eres un extremista» En primer lugar, porque frente a la acusación de presentar en el País Vasco a un candidato «aznarista», «antiguo» y «radical» se opone la evidencia de que es la primera vez que el PP concurre en una lista junto a Ciudadanos en una coalición electoral inédita. Y partiendo de la base de que Ciudadanos se ha convertido ahora en un partido proclive a salvar a Sánchez en las votaciones más comprometidas del Congreso, «no podrá decirse que no apelamos a la moderación», sostuvo Casado en la reunión: «Concurres con Ciudadanos, que es el mismo partido que vota junto al PSOE… y resulta que eres un extremista. El mensaje no es creíble». Es cierto que existe el pulso estratégico en el PP, y que hay dirigentes territoriales que discrepan abiertamente de la dureza con que a menudo se produce la confrontación con el PSOE en el Congreso de los Diputados. Pero también lo es que Casado zanjó la cuestión argumentando que «estamos donde siempre hemos estado» y que el PP nunca ha dejado de ser «moderado». Más aún, Génova cree que es perjudicial aventar esta discusión interna porque es el único argumento que utiliza el PSOE para tratar de mantener motivado a ese perfil de votante centrista cuyo voto carece de lealtades inalterables y es oscilante a la hora de votar. ¿Salvar la marca o al constitucionalismo en Cataluña? Quedó abierto, sin embargo, un tercer debate mucho más conflictivo: la utilidad o no, visto lo ocurrido en el País Vasco, de reeditar una coalición electoral con Ciudadanos en Cataluña, donde el PP mantiene una posición cuasirresidual, y donde el partido de Inés Arrimadas es primera fuerza política pese a que los sondeos apunten a un derrumbe del voto «constitucionalista», incluso pese a la profunda fractura en el independentismo. Continuar junto a Ciudadanos mientras regala sus votos a Sánchez o desmarcarse de Arrimadas -solo el CIS le atribuye éxito a su estrategia prosocialista- va a ser una disyuntiva compleja para el PP, y así se está exponiendo en el debate interno del partido. Casado ha dejado abiertas las opciones durante estos días. No hay ruptura de puentes, pero sí se abre un periodo de reflexión táctica en Génova. «Tomaremos las decisiones que más beneficien a los españoles y más estabilidad den», ha afirmado Casado estos días para no decantarse de momento. Sin embargo, los resultados que puedan salir de las urnas en Cataluña serán determinantes a muchos efectos, desde luego, pero condicionarán sin duda las opciones de futuro del PP más allá de la supervivencia real de Ciudadanos como proyecto. Por eso, Génova sostiene que «resbalar» no es una opción. Fernández discrepa y prefiere una lista del PP en solitario Excepto en Galicia, el PP gobierna el resto de sus comunidades autónomas con Ciudadanos. Y ese es un punto a favor, más aún ahora que la tensión sufrida por la coalición de gobierno, por ejemplo en Madrid, se ha suavizado. Pero la tendencia al alza del PP derivada del desgaste sufrido por Pedro Sánchez durante la gestión de la pandemia está modificando el punto de vista de destacados dirigentes populares. El presidente del PP catalán, Alejando Fernández, cree por ejemplo que sería un error concurrir con Ciudadanos porque confía en recuperar buena parte del voto perdido en su día a favor de Albert Rivera. Fernández considera que el PP tocó fondo en los últimos comicios y ahora solo podría recuperar escaños con su propia marca, y así lo atestiguan -argumenta- sondeos internos en Cataluña. El «lío» lo tiene ahora Ciudadanos Esta tesis es también compartida por Cayetana Álvarez de Toledo, que en su día fue la principal promotora de la fórmula «España Suma» junto a Ciudadanos y que, incluso, llegó a sostener que Arrimadas sería una imbatible número uno por Barcelona y portavoz. Sin embargo, el acercamiento progresivo de Ciudadanos al PSOE está trastocando muchos puntos de vista internos en el PP, donde algunos dirigentes consideran llegado el momento de soltar amarras para que Arrimadas asuma en soledad los riesgos de su cooperación con el PSOE y la eventual desaparición fáctica de ese partido. Incluso, que sea Arrimadas quien decida si pone fin a las alianzas con el PP en Madrid, Andalucía, Castilla y León o Murcia… «porque no se sabe hasta qué punto tiene ascendencia, influencia y autoridad, por ejemplo, sobre Juan Marín en Andalucía, o sobre Ignacio Aguado en Madrid. Los dos van por libre, los dos tienen sus propias estrategias, y es dudoso que respondiesen orgánicamente a una orden de la ejecutiva de Ciudadanos que sacrificase sus vicepresidencias».

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