lunes, 27 de julio de 2020

Memorial del aire

Nos falta algún homenaje más a las víctimas de la pandemia. Por eso pensé en una columna de silencio, un cirio blanco al lateral de la página de periódico que se consuma irremediablemente con el día. Una última columna de ausencia antes del sueño profundo de agosto por los que se quedaron atrás (que los hay y dicen que son 44.000) y en tantos miles estarán todos los nombres. Sin embargo, quizá las familias no aguanten aun más silencio y ausencia. A los suyos que los olvidan hasta las estadísticas, que ni siquiera son números. Que fueron una llamada fatídica y el desconsuelo frío de una lápida recién sellada. Preferirán la memoria de este puñado de palabras a los minutos de vacío, ideológico y de trámite. No permitieron el duelo cuando tocaba y ahora alargan el luto cuando intentamos retomar la vida y esquivar los rebrotes. Se suceden los homenajes en un goteo de dramatismo innecesario, como si todo hubiera pasado. Nacionales, de Estado (que hoy no es lo mismo), autonómicos, provinciales, municipales y hasta de comunidad de vecinos. En catedrales o pebeteros, en plazas sudorosas o jardines engalanados con crespones. Homenajes de misa a los que no asiste la izquierda irrespetuosa y de simbolismo hortera (algo así como la ceremonia de las arenas en las bodas) para el cinismo de la diversidad incluyente. Ceremonias vacuas para lucir corbata negra y dolor de postureo. Funerales repetidos que lloran en coros, violines y pianos. España atomizada en homenajes excluyentes en vez de uno único, simultáneo y de consenso, que nos hubiera unido en la igualdad de la tragedia como nos arrasó por igual la muerte. Que permitiera una mañana siguiente para seguir adelante. Pero ningún político va a renunciar a su mascarilla enlutada de viernes santo de pandemia. El homenaje que falta es el del respeto y la responsabilidad cívica. El único que alejará esta pesadilla aunque no hará que la muerte de aquellos sirviera para nada, no caigan en la trampa de la autoayuda barata. La muerte solo sirve para no estar vivo. Así de cruel. Para guardar el dolor, como diría Alcántara, en la memoria del aire.

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