jueves, 30 de enero de 2020

Muguruza regresa a su verdadero estatus

La única sonrisa de Garbiñe Muguruza en las seis victorias que lleva ya en Melbourne se produjo en primera ronda, con el cuerpo al límite porque un proceso vírico (llegó a tener 39 de fiebre la semana antes, en Hobart) le dejó baldada. Había perdido el primer set contra Shelby Rogers de mala manera, un 6-0 en contra que no invitaba a pensar en nada bueno, pero la española, desde la adversidad, ha crecido hasta plantarse en la final del Abierto de Australia, un estupendo resultado más allá del desenlace que confirma el renacer de una campeona que se perdió peligrosamente por el camino. Después de dos cursos tormentosos, siendo mucho más abundantes las malas caras y los patinazos que las alegrías propias de su incuestionable nivel, Muguruza se libera de sus fantasmas y tiene a tiro su tercer Grand Slam, que le convertiría, además, en la primera española en triunfar en las antípodas. Sofia Kenin, estadounidense de 21 años, número 15 de la WTA, es la última puerta (mañana, 9.30 horas, Eurosport y ABC.es) antes de instalarse en el paraíso. El despertar de la caraqueña ha llegado antes de lo previsto, pues cuando entendió que por fin su etapa con Sam Sumyk había terminado y se puso a trabajar con Conchita Martínez dibujaron una ruta que aventuraba festejos a mitad de curso, con Roland Garros como principal objetivo. En realidad, no había muchos motivos como para pensar en un inicio de curso tan bueno por parte de Muguruza (semifinales en Shenzhen, abandono en cuartos de Hobart por ese mencionado virus y ahora, al menos, la final de Australia), y su propio entorno admite cierta sorpresa cuando ven esta evolución vertiginosa. Porque Muguruza, que tenis siempre ha tenido, había perdido parte de la esencia que la llevó a la cima del mundo en 2017, delatada por su expresión facial, sus aspavientos y sus censurables formas. Por decirlo de alguna manera, se acostumbró a vivir en la derrota y daba incluso la sensación de que no parecía importarle. Hasta que vio la luz y dijo basta. Solidez asombrosa Aunque suene oportunista, la Muguruza de antes no hubiera vencido jamás a Simona Halep, puede que la jugadora más completa y más regular del circuito. La rumana, tres del mundo, también con dos grandes en su mochila, viajó por Melbourne sin sobresaltos hasta la pelea de ayer, que se celebró en unas condiciones extremas. A 39 grados, Muguruza y Halep se vaciaron a palos con una intensidad impresionante, resuelto al final el partido por detalles y también por cabeza. La sorpresa agradable es que la de Muguruza funcionó mejor, pues salvó hasta cuatro bolas de sets en el primer parcial y fue capaz de recuperarse en el segundo cuando su oponente sacaba con 5-4 para forzar una tercera manga. «Si jugara así cada día, probablemente sería número uno», sentenció Halep, quien llegó a destrozar la raqueta al confirmar la solidez de una Muguruza que parece otra. En realidad se parece a lo que fue. Con 26 años, está de vuelta. «Jugué contra varias del top 10 seguidas y gané (Svitolina, Bertens y Halep). Definitivamente es una señal de que mi tenis está bien, así que estoy contenta por tener un partido más por jugar», explicó Muguruza ante los medios sin concederse un exceso de más, escueta en su discurso y directa al grano. Al cerrar el triunfo, que le permite ascender, como poco, hasta el puesto 16 de la WTA (ahora es la 32 y será la 12 si alza el trofeo), no estalló en un grito, ni en un salto, ni en un «¡Vamos!». Muguruza, tres años después de su última final en un Grand Slam (Wimbledon 207), recupera su estatus a lo grande y será la séptima raqueta española que alcanza la final en Melbourne (antes, Joan Gisbert, Andrés Gimeno, Arantxa Sánchez Vicario, Conchita Martínez, Carlos Moyá y Rafael Nadal). Lo tiene a tiro y se lo ha ganado.

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