viernes, 28 de enero de 2022

El semimilagro de Nadal: del infierno a la final del récord

El grito. Las manos en la cara. El rostro escondido en el raquetero. Los ojos cerrados. La sonrisa. Son las huellas de una victoria que va mucho más allá de un marcador. Son las huellas del triunfo personal sobre las dificultades, sobre los obstáculos, sobre sí mismo. Es Rafael Nadal finalista del Abierto de Australia, sexta en su carrera en Melbourne, tres años después de la última, vigésima novena de Grand Slam, a solo un paso de conquistar su gran título 21, donde nunca nadie ha puesto un pie en el circuito masculino, y casi, casi, parece lo de menos. «Es un semimilagro», lo definía ayer el balear, victoria 499 sobre pista rápida, triunfo incontestable sobre Matteo Berrettini, al que solo se le encendió la chispa en el tercer set y el balear solo tuvo que dar un pequeño estirón para apagar la llama del todo. Un «semimilagro» porque vuelve a una gran final desde la última que pisó, la de Roland Garros en 2020. Y vuelve después de lidiar con sus demonios físicos y de tener un pie, el izquierdo, que tiene partido el escafoides por la mitad, más fuera del tenis profesional que dentro. «Esto es algo completamente inesperado. Pasé por muchos momentos duros, muchos días de trabajo sin ver la luz. Tuve muchas conversaciones con mi equipo y con mi familia, sobre lo que podía pasar si las cosas seguían así. Que quizá fuese una oportunidad para decir adiós. Y esto no fue hace muchos meses», admitió el 5 del mundo. Una sentencia que ha convertido, por voluntad, tesón, trabajo y un inquebrantable compromiso con ser mejor cada día en uno de los mejores regalos que podía darse: «Para mí es un regalo el simple hecho de estar aquí y jugar al tenis. Poder estar donde estoy hoy, es algo que no puedo explicar con palabras lo importante que es para mí, mucho más que ganar el 21. Hace tres semanas esto era imposible», continuó. Tres días antes de viajar a Australia todavía dudaba, confesó su tío Toni. Viajó, al todo o nada. No duda de que dará lo mejor de sí mismo mañana, ante Daniil Medvedev, ahora que está a un paso de lo inconcebible, pero se queda con el camino. Disputó la semifinal de Roland Garros contra Djokovic en junio de 2021 y comenzó la oscuridad: molestias en la espalda y el síndrome de Muller-Weiss que lo apartan de todo durante meses, Wimbledon, Juegos Olímpicos, US Open, las pistas -«había días que podía entrenar 20 minutos, otros días nada»-, anecdóticos aquellos dos partidos en agosto para probarse. Se somete a un tratamiento en noviembre para intentar aliviar el dolor y el problema y la imagen da la vuelta al mundo: Nadal y la muleta. No hay avance. No hay luz. En diciembre, el coronavirus. Hoy, otra imagen: Nadal y la sonrisa. En la final de Australia. «Jugué finales con oportunidades muy buenas, como contra Novak en 2012 -la más larga de la historia, cinco horas y 53 minutos- o contra Roger en 2017 -en otro regreso estratosférico, esta vez del suizo-. Me siento muy afortunado de haberlo ganado una vez en mi carrera en 2009, pero nunca pensé en tener otra oportunidad en 2022», aceptaba. Hace años que lo dice, con 35 años, las oportunidades son cada vez menos. La pasión, no obstante, es la misma. «Me tomo las cosas de otra manera, pero siempre con el espíritu competitivo que tengo, porque no puedo ir contra él, es mi ADN personal». Con ese ADN se plantó en Australia y superó las dudas con cuatro victorias más de convicción personal que de renombre para levantar el título -ATP 250 de Melbourne- número 89. Con ese ADN ganó a Giron, Hanfmann, Khachanov, Mannarino, Shapovalov y al golpe de calor y a Berrettini ayer. «He sufrido y he luchado. Es la única manera de estar donde estoy hoy. Es un éxito casi más emocionante que algún título de Grand Slam». El camino. Seguirá el escafoides partido por la mitad en el pie y sin tratamiento definitivo. Pero también el ejemplo de su semimilagro. La enésima victoria sobre las adversidades en un camino plagado de ellas: la espalda, la tendinitis crónica de las rodillas, la muñeca derecha, el psoas-ilíaco... Por todo lo que ha pasado, minimiza la relevancia de ganar el 21, del que, dice, no cambiará tanto con respecto al 20; y ni siquiera lo hará el mejor de la historia. «Me juego un Grand Slam, no sé si va a ser mi última oportunidad o no. Estoy contento con pertenecer a esta era. Claro que sería bonito, pero no me va a cambiar la vida. Me dará felicidad, pero la vida sigue». Apegado al presente, disfruta, llora, se emociona y emociona: «Me siento otra vez vivo en mi carrera tenística».

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