Consagrado como el mejor jugador español de la pasada temporada, imponente su rendimiento en el Atlético campeón, a Marcos Llorente le está costando más de lo deseable adaptarse al juego de la selección y encontrar su lugar en el equipo. Ocurre que el madrileño sirve para tantos rotos y descosidos que al final no ha logrado asentarse en ninguna posición. Con la selección deprimida tras la durísima derrota en Suecia, su potencia y dinamismo pueden ser un buen recurso para devolver la alegría a esta España de vaivenes. En la selección, como en el resto de ecosistemas, se forman grupitos que hacen piña más allá de que en el conjunto del grupo reine un buen ambiente. A Llorente lo habitual es verle pegado a Koke y a Morata. El primero, su capitán. El segundo, excompañero también en el conjunto rojiblanco. En los entrenamientos corretean juntos mientras se cuentan confidencias hasta que Luis Enrique palmea y grita para reunir al equipo antes de empezar a dar instrucciones. Con Koke, su buena relación fuera del campo se ve reflejada también dentro de él, donde se entienden a la perfección, uno desde el pivote y el otro bien como interior ofensivo o escorado en la banda derecha. Así funcionaron en la exitosa Liga del año pasado y así han comenzado también ésta, donde ambos han mantenido la buena forma física con la que acabaron en julio. Llorente, que comenzó su etapa en el Atlético cerca del ostracismo, es ahora imprescindible para Simeone, que no concibe un once sin la presencia del excanterano madridista. En las dos primeras jornadas (victorias ante el Celta y el Elche), Llorente actuó pegado a la derecha en sustitución de Trippier. Una vez regresó el carrilero inglés, el técnico argentino le encontró acomodo ante el Villarreal como interior ofensivo, mucho más cerca del área, la posición donde consiguió despegar en su periplo en el Atlético y que le llevó a terminar la temporada con 13 goles y 12 asistencias, un doble-doble en toda regla que le convirtió en la sensación del año. «Mi juego ha dado un vuelco completamente», admitía hace apenas dos semanas tras firmar su renovación con el Atlético hasta 2027. «Muchos, incluido yo, desconocían esa parte ofensiva que he podido sacar». A Llorente se le ve más que encantado en el equipo colchonero, tanto que en julio escogió el Wanda Metropolitano como el lugar donde pedirle matrimonio a su novia Patricia. «Hay lugares en el mundo donde te sientes pleno, personas que te hacen vivir la vida y momentos que siempre quedarán. Todo eso lo tengo aquí, donde soy feliz». En esas mismas declaraciones hablaba Llorente también de lo importante que era para él haber llegado a la selección. Porque claro, con su rendimiento resultaba inevitable que Luis Enrique se acabara acordando de él. Su debut llegó el pasado noviembre, en un amistoso contra Holanda en el Amsterdam Arena (1-1). Entró al campo por Canales y jugó 18 minutos como interior. Después, no participó en los otros dos partidos (1-1 frente a Suiza y 6-0 ante Alemania). La novedad para él llegó en marzo, en la siguiente lista de Luis Enrique, la última antes de la Eurocopa. En el Atlético había empezado a actuar de carrilero por la sanción de la Federación inglesa a Trippier y Luis Enrique, con verdaderos quebraderos de cabeza para dar con la tecla en el lateral derecho, vio el cielo abierto. Para esa ventana el asturiano solo llevó a Pedro Porro como defensa diestro. Eso daba ya una idea de por dónde irían los tiros, y así fue en la realidad. Llorente fue titular ante Grecia (1-1) y Kosovo (3-1), e incluso sustituyó a Porro los últimos 25 minutos del duelo ante Georgia (1-2). Poca chicha Con Carvajal lesionado y Jesús Navas lejos de su mejor forma, Llorente se convertía en la primera opción del seleccionador para el carril derecho de cara a la Eurocopa. Así, Llorente fue titular en los dos primeros partidos del torneo continental, ante Suecia y Polonia, donde su rendimiento fue parejo al del resto del equipo. En aquellos días, en los que estaba en duda incluso la clasificación para los octavos, España era un clamor para sacar al madrileño de un puesto donde claramente rendía por debajo de sus posibilidades. Luis Enrique, firme como siempre en sus creencias, al menos admitió la opción de utilizarle más adelantado: «Actúa muchísimo más en ataque que en defensa, pero estoy abierto a que jugadores de su perfil puedan aparecer en distintas posiciones». Lo cierto es que en la final ante Eslovaquia fue Azpilicueta quien ocupó el lateral derecho y Llorente... se quedó en el banquillo. Desde entonces no se ha vuelto a ver al rojiblanco en ese puesto en la selección. En los dos ratos que jugó en el resto de la Euro (las prórrogas ante Suiza e Italia) lo hizo como interior, también con escaso brillo. Lo mismo ocurrió el otro día ante Suecia, donde salió el último cuarto de hora. «Trabajo duro, conciencia tranquila», es el lema de Marcos Llorente. Pese a que lleva a rajatabla la primera parte de la ecuación, en su interior no puede evitar cierto desasosiego por no haber podido tener un día de furia en sus diez partidos internacionales. Sin olvidar que su explosividad y su ancho pulmón no son, precisamente, las dos virtudes que más le gusta exhibir a la España actual.
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